Cuba.Batalla de Santa Clara: La historia del Pelotón Suicida contada por un protagonista
Por:
Yunier Javier Sifonte Díaz
Roberto Eng Naranjo no parece un hombre curtido por las balas y el
peligro. De estatura baja y andar despacio, aprendió desde muy joven a
no llamar demasiado la atención y callar cuando otros hablan. Quizás por
la modestia ganada en sus casi ocho décadas de vida, o tal vez porque aprendió que la sencillez muchas veces es el mejor argumento para quien tiene mucho por contar, prefiere asumir su historia desde la quietud y la admiración por los demás.
Con solo 17 años fue uno de los miembros fundadores del Pelotón Suicida dirigido por el Capitán Roberto Rodríguez, un joven que desde la Sierra Maestra perdió su nombre para convertirse en leyenda con el apodo de El Vaquerito. En diciembre de 1958 Roberto Eng llegó con los rebeldes a Santa Clara, la ciudad que lo vio nacer y que sería escenario de uno de los combates decisivos para el triunfo de la Revolución Cubana.
No obstante, cuando el jefe pidió que los voluntarios dieran un paso al frente, Roberto Eng estuvo entre las dos decenas de hombres que avanzaron hacia el Comandante Guevara. Había llegado al Escambray porque la seguridad en la ciudad ya era insostenible. Con un hermano Presidente de la Juventud Socialista en Santa Clara y él miembro del Movimiento 26 de Julio, las persecuciones y los registros en su casa ponían en riesgo la vida.
Como si no hubieran pasado 60 años, este hombre todavía sonríe cuando habla del primer combate del nuevo pelotón.
“A la tercera vez el Vaquerito entró y como el hombre seguía empecinado en no ceder, cogió y se acostó ahí mismo en un colchón del cuartel. Le dijo que él estaba cansado y que le avisara cuando se decidiera. Lo podían matar ahí mismo, durmiendo en medio del enemigo. Aquello desmoralizó a todos los casquitos y al poco rato sacaron la bandera blanca”.
Con una memoria enfrascada en no olvidar los pequeños detalles, Roberto Eng revive cómo el Che reunió a los jefes de pelotones y repartió las tareas. Como siempre, la de su grupo fue tomar la estación de policía.
Los casi diez kilómetros que separaban la comandancia rebelde del cuartel de los policías parecían menos ante la velocidad del avance del pequeño grupo. No obstante, fueron suficientes para probar una vez más la grandeza del Vaquerito.
“Él combatía de pie, pero su muerte fue casi una casualidad, digamos que un tiro perdido. Rompíamos paredes de las casas para acercarnos al lugar y cuando ya estaba a 50 metros recibió un impacto en la frente y enseguida cayó al suelo. El Che lo vio momentos después y solo pudo decir que le habían matado cien hombres. Imagina qué significaba el Vaquerito para que el Che dijera algo así”, rememora.
Casi como si los tuviera enfrente, Eng Naranjo habla de los seis francotiradores en la azotea de una iglesia muy cercana, del cura que salía a pedir tregua, de las ametralladoras ubicadas en el techo y en los portales de la estación, de los sacos de arena que servían de trinchera y de los más de 300 soldados parapetados en el edificio.
“Para entrar había que jugársela” —dice— y con esa única frase resume las sensaciones de la treintena de hombres que durante todo un día intentaron romper las defensas.
Luego de aquella acción, todo estaba listo para concentrar las fuerzas rebeldes contra el Regimiento Leoncio Vidal, el tercero más importante del país. Entonces el Pelotón Suicida se incorporó al resto de los otros grupos y prácticamente sin resistencia todos entraron en la fortaleza. Fulgencio Batista había huido de Cuba y la guerra casi terminaba.
A 60 años de aquel día, Roberto Eng insiste en hablar sobre el apoyo del pueblo. Una y otra vez rememora las cajas con comida, el café y los consejos para guiar a muchos rebeldes por una ciudad que no conocían.
También cuenta sobre las barricadas y los grupos creados casi desde la espontaneidad para ayudar en la elaboración de cocteles molotov. “El pueblo nunca dejó de salir a las calles. A ellos le debemos el 50 por ciento de nuestra victoria”, confiesa.
Con 77 años cumplidos, dos decenas de condecoraciones y toda una vida dedicada a los servicios de Seguridad del Estado, Roberto mantiene una sencillez que asombra.
Protagonista de jornadas trascendentales para Cuba, este hombre no eleva la voz ni siquiera cuando se lamenta de las muertes más amargas o los momentos más tristes. Para él, integrar el Pelotón Suicida, conocer al Che o al Vaquerito, son puntos esenciales de una vida marcada por la lucha, el orgullo y la historia.
ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL
Perfecto Romero
Foto:
Con solo 17 años fue uno de los miembros fundadores del Pelotón Suicida dirigido por el Capitán Roberto Rodríguez, un joven que desde la Sierra Maestra perdió su nombre para convertirse en leyenda con el apodo de El Vaquerito. En diciembre de 1958 Roberto Eng llegó con los rebeldes a Santa Clara, la ciudad que lo vio nacer y que sería escenario de uno de los combates decisivos para el triunfo de la Revolución Cubana.
“En vez de un fusil, me dieron una caja con cocteles molotov”
Testigo de los últimos meses de lucha, Roberto recuerda cómo surgió el Pelotón Suicida. Según dice, en varias ocasiones el Vaquerito le propuso al Che la conformación de un escuadrón especial, una suerte de cuerpo de élite como el que se veían en muchas películas de aquellos tiempos. No obstante, la poca disponibilidad de armas y la necesidad de contar con soldados en otras misiones posponían la idea.“Sin embargo, cuando el Che llegó al Escambray encontró más hombres dispuestos a combatir, pero sin fusiles. Entonces los mandó a todos para la escuela de Caballete de Casas, una de las zonas más intrincadas de aquel lomerío, para prepararlos política y militarmente mientras aparecían las armas. Y para allí me fui yo también”, rememora.Apenas pasaron pocas semanas y el guerrillero argentino llegó hasta el campamento y formó las tropas. Como si fuera una premonición, Roberto enseguida supo que había llegado su momento. “Con todos los hombres en línea, el Che explicó que el nuevo grupo tendría la misión de entrar primero a las ciudades y acometer las tareas más difíciles. Dijo que nadie debía participar por obligación y que las misiones eran muy riesgosas”.
No obstante, cuando el jefe pidió que los voluntarios dieran un paso al frente, Roberto Eng estuvo entre las dos decenas de hombres que avanzaron hacia el Comandante Guevara. Había llegado al Escambray porque la seguridad en la ciudad ya era insostenible. Con un hermano Presidente de la Juventud Socialista en Santa Clara y él miembro del Movimiento 26 de Julio, las persecuciones y los registros en su casa ponían en riesgo la vida.
Como si no hubieran pasado 60 años, este hombre todavía sonríe cuando habla del primer combate del nuevo pelotón.
“Nuestro bautizo de fuego ocurrió en Fomento. Allí pensaba que me iban a dar un fusil, pero el Che se apareció con unas cajas de cocteles Molotov. Con eso tomamos la estación y solo entonces nos ganamos las primeras armas. Desde entonces esa fue siempre nuestra misión: tomar los edificios de la policía en cada pueblo”.Luego de aquella acción, el Pelotón Suicida llegó hasta Cabaiguán, Placetas, Remedios y Caibarién. En cada uno de esos municipios tuvo historias y desafíos. Sin embargo, Roberto Eng no olvida las acciones en los dos últimos territorios, por lo compleja que fueron, pero también porque demostraron la audacia del Vaquerito como líder del pequeño grupo de hombres.
“En Remedios tuvimos que prenderle candela al edificio porque los soldados se negaban a rendirse. En Caibarién, mientras tanto, no existía jefatura de policía y todos los guardias se atrincheraron en el cuartel del pueblo y tampoco querían entregar las armas. Allí el Vaquerito tuvo una de sus acciones más temerarias”.Según dice, en dos ocasiones el líder rebelde pidió una tregua para hablar con el jefe del cuartel y conminarlo a rendirse para no causar más daños entre la población. Cada uno de esos intentos resultó infructuoso y el combate se extendía más de lo previsto.
“A la tercera vez el Vaquerito entró y como el hombre seguía empecinado en no ceder, cogió y se acostó ahí mismo en un colchón del cuartel. Le dijo que él estaba cansado y que le avisara cuando se decidiera. Lo podían matar ahí mismo, durmiendo en medio del enemigo. Aquello desmoralizó a todos los casquitos y al poco rato sacaron la bandera blanca”.
“Para entrar a la Jefatura de Policía había que jugársela”
Esa misma madrugada el Pelotón Suicida recibió la orden de marchar hacia Santa Clara para participar en la toma de la ciudad. Aun no salía el Sol cuando los primeros hombres llegaron a la comandancia rebelde, instalada en la Universidad Central “Marta Abreu” de las Villas.Con una memoria enfrascada en no olvidar los pequeños detalles, Roberto Eng revive cómo el Che reunió a los jefes de pelotones y repartió las tareas. Como siempre, la de su grupo fue tomar la estación de policía.
Los casi diez kilómetros que separaban la comandancia rebelde del cuartel de los policías parecían menos ante la velocidad del avance del pequeño grupo. No obstante, fueron suficientes para probar una vez más la grandeza del Vaquerito.
“En Santa Clara pasamos a solo 50 metros de la casa de mi mamá. Llevaba meses sin verla y le dije al Vaquerito que llegaría un momento. Él enseguida me replicó «Si vas te llevo preso». Aquello me molestó mucho y estuve todo el día incómodo. Sin embargo, en la noche llegó y me dijo «¿Sabes por qué no te dejé ir? Porque en unas horas nosotros vamos a entrar en combate y cuando tu mamá escuche los tiros se va a morir del corazón pensando en ti». Cuando uno ve esas acciones se da cuenta del valor de aquel hombre”.Quizás por ello a Roberto se le achican aun más los ojos cuando habla de la muerte de su jefe. A menos de 48 horas de la victoria definitiva, el Vaquerito cayó mientras su pelotón tomaba la estación de policías de Santa Clara.
“Él combatía de pie, pero su muerte fue casi una casualidad, digamos que un tiro perdido. Rompíamos paredes de las casas para acercarnos al lugar y cuando ya estaba a 50 metros recibió un impacto en la frente y enseguida cayó al suelo. El Che lo vio momentos después y solo pudo decir que le habían matado cien hombres. Imagina qué significaba el Vaquerito para que el Che dijera algo así”, rememora.
Casi como si los tuviera enfrente, Eng Naranjo habla de los seis francotiradores en la azotea de una iglesia muy cercana, del cura que salía a pedir tregua, de las ametralladoras ubicadas en el techo y en los portales de la estación, de los sacos de arena que servían de trinchera y de los más de 300 soldados parapetados en el edificio.
“Para entrar había que jugársela” —dice— y con esa única frase resume las sensaciones de la treintena de hombres que durante todo un día intentaron romper las defensas.
“Cuando entre los miembros del pelotón comenzó a correrse la noticia de la muerte del Vaquerito casi nos desplomamos. Pero Leonardo Tamayo, el segundo jefe del grupo, enseguida se dio cuenta de la situación y comenzó a hablarnos fuerte y arengarnos al combate. Así pudimos seguir y enfrentar aquello ahí”, agrega.Mientras tanto, en otros puntos de la ciudad distintos pelotones combatían en el Cuartel de los Caballitos, el Escuadrón 31 de la Guardia Rural, la Audiencia o el Hotel Central. Sin embargo, el descarrilamiento de un tren blindado con tropas, armas y municiones, significó un golpe decisivo a favor de los rebeldes. Roberto explica cómo con algunos de los fusiles capturados el Che reforzó al pelotón y así lograron hacerse con el edificio.
Luego de aquella acción, todo estaba listo para concentrar las fuerzas rebeldes contra el Regimiento Leoncio Vidal, el tercero más importante del país. Entonces el Pelotón Suicida se incorporó al resto de los otros grupos y prácticamente sin resistencia todos entraron en la fortaleza. Fulgencio Batista había huido de Cuba y la guerra casi terminaba.
A 60 años de aquel día, Roberto Eng insiste en hablar sobre el apoyo del pueblo. Una y otra vez rememora las cajas con comida, el café y los consejos para guiar a muchos rebeldes por una ciudad que no conocían.
También cuenta sobre las barricadas y los grupos creados casi desde la espontaneidad para ayudar en la elaboración de cocteles molotov. “El pueblo nunca dejó de salir a las calles. A ellos le debemos el 50 por ciento de nuestra victoria”, confiesa.
Con 77 años cumplidos, dos decenas de condecoraciones y toda una vida dedicada a los servicios de Seguridad del Estado, Roberto mantiene una sencillez que asombra.
Protagonista de jornadas trascendentales para Cuba, este hombre no eleva la voz ni siquiera cuando se lamenta de las muertes más amargas o los momentos más tristes. Para él, integrar el Pelotón Suicida, conocer al Che o al Vaquerito, son puntos esenciales de una vida marcada por la lucha, el orgullo y la historia.
LA HABANA, 28 DE DICIEMBRE DE 2018
ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL
DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Este 30 de diciembre, en horas de la
mañana, el pueblo villaclareño rendirá tributo al Che y a los demás
hombres que lo acompañaron en la consumación de aquella maravillosa e
increíble hazaña que fue la batalla de Santa Clara, como la calificara
Fidel en memorable discurso, cuando un puñado de combatientes enfrentó y
derrotó a un enemigo varias veces superior en fuerzas.
Ese día, la plaza que se honra con llevar el nombre del Guerrillero Heroico acogerá a miles de santaclareños, quienes, junto a los protagonistas de aquella epopeya y familiares de los caídos, se congregarán allí para rememorar los hechos ocurridos en esta ciudad durante los días finales de 1958, y que contribuyeron a la victoria final sobre la tiranía batistiana.
Previo a esa evocación, la noche del 29 tendrá lugar, en el Monumento a la Acción contra el Tren Blindado, un concierto homenaje, en el que cantautores del territorio e invitados nacionales honrarán, desde la cultura, a los héroes y mártires de aquella proeza, según Eliot Porta Rodríguez, director artístico de la gala.
Asimismo, un grupo de pioneros destacados del territorio protagonizará por estos días la toma simbólica de Santa Clara, ocasión en la que sostendrán encuentros con combatientes del Frente Las Villas e irrumpirán en los sitios de la urbe tomados por el Che y los hombres que lo acompañaron durante la toma de la ciudad.
Los niños y jóvenes que participan en la rememoración tendrán un momento especial para rendir tributo al capitán Roberto Rodríguez, «el Vaquerito», jefe del Pelotón Suicida, quien cayó heroicamente durante la toma de la Estación de la Policía, el 30 de diciembre de 1958, a escasas horas del triunfo definitivo sobre los sicarios de la tiranía.
Las noticias del día 28 de que la columna del Che había comenzado su ataque a la sitiada Santa Clara, hacía que el tirano ordenara el despacho de un tren blindado para apoyar a esa ciudad del centro cubano. Che anota en su diario: “No existen líneas de fuego determinadas, esto es más o menos teórico. Ningún cartógrafo podría señalar la línea que separa a soldados y rebeldes. Hemos roto el cordón defensivo del Coronel Casillas Lumpuy, el asesino de Jesús Menéndez en 1948, nos hemos metido dentro de su casa, y casa por casa vamos luchando”. Las tropas del Directorio Revolucionario atacan y toman el cuartel de “Los Caballitos”, como se conocen a los policías de perseguidoras y motos, que están a la entrada de la ciudad. Van aproximándose al centro de la ciudad, lo que hace más difícil a la aviación bombardear las posiciones rebeldes. El pelotón de Rogelio Acevedo toma la Cárcel y la Audiencia, dos edificios fuertes. El grupo de Rivalta llega al barrio de El Condado donde es agasajado por los vecinos. La gente les lleva agua, café dulces, para los rebeldes. El pelotón de “El Vaquerito” toma la estación del ferrocarril y dirige el combate contra la jefatura de policía, y aunque este muchacho guapísimo caerá abatido, sus hombres entrarán a ese enclave a través del derribo de paredes de los inmuebles circundantes que han ido abriendo en boquetes de casa en casa.
Las tropas del Che han entrado a Santa Clara por el nordeste, desde Placetas, yendo por caminos intrincados que va señalando el geógrafo Antonio Núñez Jiménez. Desde la Universidad de Las Villas, donde Che estableció su primer comandancia, aunque dirige las operaciones desde la marcha, van entrando a la ciudad, después de ascender la leve loma del Capiro donde el enemigo tiene un fuerte destacamento que es derrotado y huyen amparándose en el tren blindado que tienen en la ladera opuesta, al fondo, pero ya Che ha previsto su descarrilamiento, arrancando los carriles de las vías, que sucede a apenas dos cientos metros de donde el Che tiene su segunda puesto de mando, en el edificio entonces de 0bras Públicas, hoy sede del Partido Comunista de Cuba en esa ciudad. El tren es capturado con su carga de armas en cantidades enormes. El pueblo ha ayudado en la fabricación de cocteles Molotov, esas terribles botellas con gasolina, aceite y una mecha que servirá para sacar a los soldados de los vagones derribados del tren blindado que el Che descarriló. Las chapas de acero del blindaje operan como un horno recalentado con las llamas de los cientos de botellas incendiarias. Varias de las armas pesadas capturadas en el tren blindado son enviadas a Camilo por orden del Che, y con ellas terminará de tomar el fuerte cuartel de Yaguajay.
Muchos caen en todas partes. Nuestros héroes sacrifican sus vidas, inmolándose en las batallas decisivas, para que la Patria viva. ¡Qué entrega inolvidable!
La batalla de Santa Clara, la de Yaguajay, la de los alrededores de Santiago de Cuba, todas ellas, de 1958, pero como las del 5 de septiembre de 1957 en Cienfuegos, se hicieron leyendas. Era la Revolución, sus hijos más queridos, batiéndose heroicamente, atacando, triunfando a un costo alto, era la muerte que podía caer sobre cualquiera en cualquier momento.
La lucha feroz en los días 29, 30 y 31 de diciembre en todo el país fueron claves para la victoria.
En La Habana los grupos clandestinos mantenían en constante zozobra a los cuerpos represivos que no podían descansar ni un minuto, y ante todas estas informaciones, el tirano Batista prepara su fuga en silencio.
Ese día, la plaza que se honra con llevar el nombre del Guerrillero Heroico acogerá a miles de santaclareños, quienes, junto a los protagonistas de aquella epopeya y familiares de los caídos, se congregarán allí para rememorar los hechos ocurridos en esta ciudad durante los días finales de 1958, y que contribuyeron a la victoria final sobre la tiranía batistiana.
Previo a esa evocación, la noche del 29 tendrá lugar, en el Monumento a la Acción contra el Tren Blindado, un concierto homenaje, en el que cantautores del territorio e invitados nacionales honrarán, desde la cultura, a los héroes y mártires de aquella proeza, según Eliot Porta Rodríguez, director artístico de la gala.
Asimismo, un grupo de pioneros destacados del territorio protagonizará por estos días la toma simbólica de Santa Clara, ocasión en la que sostendrán encuentros con combatientes del Frente Las Villas e irrumpirán en los sitios de la urbe tomados por el Che y los hombres que lo acompañaron durante la toma de la ciudad.
Los niños y jóvenes que participan en la rememoración tendrán un momento especial para rendir tributo al capitán Roberto Rodríguez, «el Vaquerito», jefe del Pelotón Suicida, quien cayó heroicamente durante la toma de la Estación de la Policía, el 30 de diciembre de 1958, a escasas horas del triunfo definitivo sobre los sicarios de la tiranía.
Dos días antes de la Victoria
La
batalla de Santa Clara, la de Yaguajay, la de los alrededores de
Santiago de Cuba, todas ellas, de 1958, pero como las del 5 de
septiembre de 1957 en Cienfuegos, se hicieron leyendas. /Foto: Internet
Para este día 29 de diciembre de 1958 en toda la
Isla, especialmente en las provincias de 0riente y Las Villas las
poblaciones menores y las ciudades van liberándose de distintas maneras,
pero implacablemente, una tras otra. Las noticias del día 28 de que la columna del Che había comenzado su ataque a la sitiada Santa Clara, hacía que el tirano ordenara el despacho de un tren blindado para apoyar a esa ciudad del centro cubano. Che anota en su diario: “No existen líneas de fuego determinadas, esto es más o menos teórico. Ningún cartógrafo podría señalar la línea que separa a soldados y rebeldes. Hemos roto el cordón defensivo del Coronel Casillas Lumpuy, el asesino de Jesús Menéndez en 1948, nos hemos metido dentro de su casa, y casa por casa vamos luchando”. Las tropas del Directorio Revolucionario atacan y toman el cuartel de “Los Caballitos”, como se conocen a los policías de perseguidoras y motos, que están a la entrada de la ciudad. Van aproximándose al centro de la ciudad, lo que hace más difícil a la aviación bombardear las posiciones rebeldes. El pelotón de Rogelio Acevedo toma la Cárcel y la Audiencia, dos edificios fuertes. El grupo de Rivalta llega al barrio de El Condado donde es agasajado por los vecinos. La gente les lleva agua, café dulces, para los rebeldes. El pelotón de “El Vaquerito” toma la estación del ferrocarril y dirige el combate contra la jefatura de policía, y aunque este muchacho guapísimo caerá abatido, sus hombres entrarán a ese enclave a través del derribo de paredes de los inmuebles circundantes que han ido abriendo en boquetes de casa en casa.
Las tropas del Che han entrado a Santa Clara por el nordeste, desde Placetas, yendo por caminos intrincados que va señalando el geógrafo Antonio Núñez Jiménez. Desde la Universidad de Las Villas, donde Che estableció su primer comandancia, aunque dirige las operaciones desde la marcha, van entrando a la ciudad, después de ascender la leve loma del Capiro donde el enemigo tiene un fuerte destacamento que es derrotado y huyen amparándose en el tren blindado que tienen en la ladera opuesta, al fondo, pero ya Che ha previsto su descarrilamiento, arrancando los carriles de las vías, que sucede a apenas dos cientos metros de donde el Che tiene su segunda puesto de mando, en el edificio entonces de 0bras Públicas, hoy sede del Partido Comunista de Cuba en esa ciudad. El tren es capturado con su carga de armas en cantidades enormes. El pueblo ha ayudado en la fabricación de cocteles Molotov, esas terribles botellas con gasolina, aceite y una mecha que servirá para sacar a los soldados de los vagones derribados del tren blindado que el Che descarriló. Las chapas de acero del blindaje operan como un horno recalentado con las llamas de los cientos de botellas incendiarias. Varias de las armas pesadas capturadas en el tren blindado son enviadas a Camilo por orden del Che, y con ellas terminará de tomar el fuerte cuartel de Yaguajay.
Muchos caen en todas partes. Nuestros héroes sacrifican sus vidas, inmolándose en las batallas decisivas, para que la Patria viva. ¡Qué entrega inolvidable!
La batalla de Santa Clara, la de Yaguajay, la de los alrededores de Santiago de Cuba, todas ellas, de 1958, pero como las del 5 de septiembre de 1957 en Cienfuegos, se hicieron leyendas. Era la Revolución, sus hijos más queridos, batiéndose heroicamente, atacando, triunfando a un costo alto, era la muerte que podía caer sobre cualquiera en cualquier momento.
La lucha feroz en los días 29, 30 y 31 de diciembre en todo el país fueron claves para la victoria.
En La Habana los grupos clandestinos mantenían en constante zozobra a los cuerpos represivos que no podían descansar ni un minuto, y ante todas estas informaciones, el tirano Batista prepara su fuga en silencio.
Santa Clara, la batalla que consagró al Che Guevara en Cuba
©
Foto : Juan Martín Guevara
16:30 28.12.2018 - SPUTNIK NEWS