domingo, 23 de diciembre de 2018

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Francia. La ofensiva neoliberal de Macron desestabilizada
Sobre el movimiento de los chalecos amarillos

22/12/2018 | Patrick Le Moal
En Francia vivimos una situación inédita: un impetuoso movimiento social, inventivo e incontrolable. In extremis, con esta movilización de los chalecos amarillos estamos festejando el 50º aniversario de las luchas de Mayo 68. Ahora bien, las características de su movilización muestran hasta qué punto las condiciones de la lucha de clases se han modificado a lo largo de estos 50 últimos años. Se trata de una conmoción, hemos entrado en el siglo XXI.
Este movimiento, que no lo impulsó ningún partido ni sindicato sino que emergió a partir de las redes sociales, con su dimensión nacional y su determinación ha desestabilizado la apisonadora neoliberal de la start up Macron.
Comenzó con la firma de una petición que se extendió como la pólvora a nivel nacional y obtuvo un apoyo masivo de la gente. Nada que ver con un trabajo paciente e incluso informal de las organizaciones sociales, para movilizar. Y una vez iniciado, no ha parado y se ha radicalizado con mucha rapidez.
La movilización y la respuesta del gobierno
La primera convocatoria fue para el 17 de noviembre, día que se establecieron 2500 bloqueos de rotondas en cientos de localidades, en las que participaron al menos 300.000 chalecos amarillos.
El fin de semana siguiente, 24 de noviembre, participaron entre 100.000 y 200.000 personas llevando a cabo 1600 bloqueos. En París unas 8000 personas se movilizaron en Los Campos Elíseos.
El 29 de noviembre un comunicado recoge una cuarentena de reivindicaciones apoyadas, más o menos, por el conjunto del movimiento.
El 1 de diciembre, la violenta represión gubernamental contra los manifestantes provoca grandes enfrentamientos en una decena de capitales, en especial en Paris. El poder pensó que la violencia debilitaría y aislaría al movimiento, pero nada de eso; el movimiento ganó en legitimidad: su violencia aparecía como la respuesta a la intransigencia del poder. Las manifestaciones de ese día marcan una inflexión en la evolución de la situación; una profundización y una extensión del movimiento de Chalecos amarillos, que ha dado lugar a una crisis política de envergadura fruto de la división de los de arriba, de su incapacidad para hacerse cargo de la situación e imponer su política.
El 5 de diciembre, el gobierno anuló de un plumazo el incremento del impuesto sobre los carburantes, que fue el desencadenante de la iniciativa. Pero esta reacción del poder llegó muy tarde. Y lo que una semanas antes hubiera significado un retroceso enorme por parte del gobierno, ya no lo era. Las movilizaciones continuaron.
El 8 de diciembre, Macron movilizó 85.000 policías con todo un arsenal militar (hasta los carros blindados) y realizó más de 2000 arrestos preventivos. Pero no pudo impedir las manifestaciones en las calles de París y en la mayoría de las capitales de provincia. El ministro del interior cifró en 125.000 las personas que participaron en las manifestaciones, aunque otras cifras las elevaran a 500.000. Una vez más se produjeron enfrentamientos.
Ante esta situación, Macron hizo el amago de ceder en una alocución televisada el 10 de diciembre, pero no modificó un ápice su política de Robin de los bosques al revés. Las medidas que anunció (con un coste aproximado de 10.000 millones) las hizo al mismo tiempo que transformaba los 20.000 millones del CICE [subvenciones a las empresas que ha venido funcionando desde 2013 y vencían en 2019 financiadas a través de impuestos] en 20.000 millones de exoneración definitiva de cotizaciones para las empresas. Es decir, una nueva sangría sobre la gente más pobre en beneficio de la más rica. Las medidas anunciadas fueron las siguientes:
  • Anunciar 100 € extras por mes para los sueldos inferiores al salario mínimo, "sin que coste alguno para el empresariado". Toda una triquiñuela: el 1 de enero, el SMI 1/ habría sido revalorizado en 20€ como exige la Ley. A ello se añaden 20 euros de reducción de cargas salariales y la ayuda del 50% de la prima de actividad a la que Macron se había comprometido durante la campaña electoral (20€ durante 5 años que ahora los paga de una tacada).
  • Exhortar a las empresas que pueda hacerlo a otorgar a la plantilla una prima de fin de año.
  • (R) establecer la desfiscalización de las horas extras [que en su día había establecido Sarkozy]
  • Anular el incremento del impuesto de solidaridad (CSG), aplicado a partir de enero de 2018, a las pensiones inferiores a 2000€.
Ninguna medida en torno a la supresión del impuesto para la solidaridad sobre las grandes fortunas, ISF, suprimido por el gobierno de Macron; ninguna para paliar la injusticia social y ningún anuncio tampoco sobre la transición ecológica.
En su alocución se refirió a una gran consulta ecológica y social, a modificaciones institucionales (posibilidad de contabilizar el voto en blanco), a la fiscalidad, a la vida cotidiana en relación al cambio climático –necesidad de modificar hábitos-, así como a la estructura del Estado, la identidad de la Nación y la inmigración, etc., tratando de responder a las exigencias democráticas.
Estas medidas, retrocesos parciales, llegaron tras el fortalecimiento y la politización del movimiento cuya dinámica está lejos de haber llegado a su fin.
Frente a ellas, la oposición socialista y France Insoumise continúan haciendo presión sobre el gobierno en torno a justicia fiscal, mientras que la derecha clásica, la de los distintos partidos de derechas pero también una parte de la que se ha movilizado, desea poner fin al movimiento. Así, Marine Le Pen exige nuevas reducciones de impuestos, una política anti-globalización y anti-inmigración, pero se cuida de exigir incrementos salariales; su alternativa es ¡la revolución por las urnas!
Y el movimiento continúa tras el movimiento del gobierno. El 15 de diciembre, el "Acto V" del movimiento fue la mitad de fuerte que la semana precedente. Lo que se explica por varias razones: la represión vivida el 1 y el 8 de diciembre, los llamamientos a tomar un respiro y pensarse las cosas tras los anuncios de Macron, el efecto de unión nacional contra el atentado en Estrasburgo
A pesar de ello, el movimiento se mantiene firme. Hay tanto cabreo contra el gobierno que, pase lo que pase, a los ojos de la gente más radical del movimiento, él es el responsable y esto justifica la voluntad de continuar en brecha.
Por último, los importantes incrementos salariales concedidos a la policía 2/ días después, aparecen como una verdadera provocación y muestran la fragilidad del gobierno frente a esta movilización: queriendo apagar el gruñido de la policía de un lado para asegurar su fidelidad, corre el riesgo de que el resto de sectores asalariados se planteen ¿y a nosotros, por qué no? [como ha ocurrido en el conjunto de la función pública].
Un giro en la situación francesa
Es la primera vez desde 2006 (victoria contra el Contrato de Primer Empleo), tras las derrotas acumuladas en las largas luchas como la de 2010 contra la reforma de pensiones, en 2016 contra la reforma de la Ley de Trabajo y, más recientemente, contra la reconversión privatizadora de la SNCF, que la movilización social ha logrado hacer retroceder al gobierno.
Y este movimiento ha hecho su camino sin que las organizaciones políticas y sindicales hayan jugado ningún papel en la evolución de la relación de fuerzas. Incluso si en determinados sitios –a nivel local- se ha dado la confluencia entre el movimiento de chalecos amarillos y los movimientos sociales, estos no han jugado un papel determinante en su evolución: ha sido el propio movimiento en su enfrentamiento con el poder el que ha modificado la relación de fuerzas.
"Nuestra sumisión política se alimenta fundamentalmente de la convicción sobre la inutilidad de la revuelta: ¿para qué?... Y luego llega el momento, imprevisible, incalculable, del impuesto [sobre carburantes] que desborda el vaso, de esa medida inaceptable. Estos momentos de sobresalto son profundamente históricos para ser previsibles. Son momentos en los que desaparece el miedo, en los que se inventan nuevas solidaridades, en el que se expresan las alegrías políticas a las que les habíamos perdido el gusto y se descubre que es posible desobedecer juntos. Constituye una promesa fácil que puede convertirse en su contraria. Pero no vamos a dar lecciones a quien con su cuerpo, con su tiempo, con sus gritos, proclama que es posible otra política" (F. Gros, filósofo, "On voudrait une colère, mais polie, bien élevée" –Liberation, 6/12/2018).
Radriografía del movimiento
El movimiento de Chalecos amarillos es la reacción de una parte de las clases populares a cuatro decenios de ofensiva neoliberal que han intensificado y hecho más profundas las desigualdades sociales.
Macron se benefició del descrédito de los partidos políticos tradicionales para lograr su elección. El proyecto macronista de políticas ultraliberales llevadas a cabo en el marco de un régimen político autoritario, actualmente se encuentra con un obstáculo importante: la reacción de quienes desde abajo se vuelven contra él.
Macron ha impuesto una política de ruptura que intensifica la política neoliberal de los gobiernos precedentes a toda prisa: era necesaro imponer al mismo tiempo todas las reformas liberales ultrasensibles 3/ que se venían postergando desde hace mucho tiempo, utilizando las instituciones del golpe de Estado permanente; como dice Laurent Mauduit 4/: "a la bulimia liberal [Macron] responde con la anorexia democrática".
Este representante de los círculos oligárquicos, rodeado de un personal político de ese mundo, a su imagen y semejanza, no pierde el tiempo con el diálogo social y utiliza con ostentación los exorbitantes poderes de las instituciones monárquicas de la V República. Para este oligarca, la democracia es una pérdida de tiempo, la concertación que solo se puede pensar in extremis y las negociaciones, nunca.
Todo ello lo hace asumiendo y escenificando el desprecio hacia la gente modesta, hacia esos obreros de Gad que son "poco menos que analfabetos"; hacia las obreras y obreros que no comprenden que "la mejor forma de pagarse un traje es trabajando"; hacia esa gente "que no son nadie"; hacia la gente que está en paro por perezosa, porque no quiere "atravesar la calle para obtener un empleo"; y que habla de la locura de las ayudas sociales…, al mismo tiempo que multiplica los beneficios fiscales para los más ricos y las grandes empresas. Por no hablar de ese responsable del partido presidencial 5/ que explica doctamente que ellos tienen problemas porque son "demasiado inteligentes, demasiado sutiles… pero que no saben explicarse".

Macron ha pasado su tiempo en explicar que había que halagar a los "jefes de la cordada" y que la prioridad fundamental era conceder una reducción de impuestos a los patrimonios más altos, comenzando por la supresión del ISF (impuesto de solidaridad sobre la fortuna) 6/. Inevitablemente instalando un sentimiento de humillación entre quienes no forman parte de esos "jefes de la cordada".
Además, Macron lo hace recurriendo a la violencia policial. De entrada, generalizando las medidas propias del estado de excepción. Reprimiendo cualquier tipo de manifestación política y social. Las personas migrantes, quienes ocupaban Nôtre Dame des Landes y las y los estudiantes han sido sus principales víctimas. Ahora son los chalecos amarillos quienes la sufren.
Por último, se da un fenómeno de acumulación del cabreo social. Estos últimos meses, tras el cabreo de las y los ferroviarios, llegó otra muy difusa pero muy fuerte, la de la gente jubilada debido al incremento de la CSG sobre unas pensiones que no suben en función del IPC. Después, el anuncio del incremento del impuesto sobre carburantes encendió la mecha.
El movimiento de los chalecos amarillos constituye un punto de inflexión; de golpe, cuando el país parecía anestesiado y amorfo, se pone en cuestión toda la política antisocial del gobierno.
Sea cual sea el resultado de la crisis, E. Macron no podrá concluir su mandato de cinco años como empezó, con el loco espectáculo de las reformas: hacia delante, el gobierno no estará en condiciones de implantar las reformas sobre las pensiones y el paro que tiene en cartera. Y mucho para imponer el orden existente.

Por fin, la cólera contra las desigualdades y el sufrimiento cotidiano se expresa a través de la movilización en un movimiento que escapa a los esquemas analíticos del movimiento obrero tradicional, para el que todo lo que está ocurriendo es desconcertante.
Entramos en un periodo en el que las formas de la lucha de clases ya no pasan por el formato de las organizaciones estructuradas que enmascaran la diversidad de la realidad; los movimientos sociales son complejos, heterogéneos, llenos de contradicciones, que exigen el análisis de sus actores y actrices, de sus modalidades de acción y de sus reivindicaciones para comprender su dinámica y para que los militantes de la auto-emancipación puedan trabajar para reforzarlos y hacer más eficaz la movilización contra el poder capitalista.
La gente que integra los chalecos amarillos es gente precaria, pequeños artesanos y artesanas, comerciantes, gente autónoma, jubilada, parados y paradas, asistentas domiciliarias, obreros y obreras y gente empleada. Según una encuesta parcial de Le Monde, la media de edad es de 45 años 7/ . Casi la mitad son mujeres. No se trata de los sectores más desfavorecidos, sino de sectores modestos que, en su mayoría poseen un vehículo, con origen en los barrios populares de las metrópolis y del medio rural y periférico.
En su gran parte, estos sectores han intentado sacar la vida adelante trabajando, incluso si se han convertido en artesanos o pequeños empresarios; han intentado comprar una casa y para lograrlo se han alejado de las ciudades, sumándose a las y los habitantes de las pequeñas ciudades olvidadas por la metropolización 8/. La segregación espacial les ha llevado cada vez más lejos, a barrios y ciudades más o menos alejadas de las grandes aglomeraciones, a pequeñas ciudades lejos de las metrópolis, a enclaves privados de cualquier servicio público y de todo lo necesario para vivir correctamente. Gente que trabaja en condiciones más o menos difíciles, que no llega a final de mes, que no llega a vivir de forma digna. Gente que vive un proceso degradación y que además ve que se les mofan a la cara.
Gente que tomó la palabra rebelándose contra estas terribles desigualdades, contra las dificultades de su vida cotidiana, contra el desprecio y la arrogancia de los dominantes. Para la mitad de ellos y ellas, es su primera movilización; otros sectores son gente que estuvo, o aún está, sindicada; sobre todo entre la gente jubilada.
Según esta encuesta, "cuando a la gente se le plantea situarse entre la izquierda y la derecha [política], la mayoría se declara apolítica o "ni de derechas ni de izquierdas" -33%-. Por el contrario, entre quienes se posicionan políticamente, el 15% se sitúa a la extrema izquierda contra el 5,4% a la extrema derecha; 42,6% se sitúa a la izquierda, el 12,7% a la derecha y sólo un 6% en el centro".
Se trata de un movimiento social profundo que parte de la sociedad real, de una parte de la clase de la gente explotada y oprimida tal y como existe en la realidad actual. Una clase fraccionada, precarizada, con estatus diversos. La parte fundamental de quienes participan en esta movilización no tienen vínculos con las organizaciones sindicales, ni con la huelga, ni, hasta ahora, con la acción colectiva. Cuando un obrero se convierte en autónomo porque no soporta la jerarquía en el trabajo o porque no encuentra trabajo, convive con artesanos asfixiados por la banca y los grandes grupos, habita en los mismos barrios, en las mismas zonas, en condiciones similares de relativa relegación, de abandono de servicios públicos… en la misma pesadilla.
Los chalecos amarillos expresan una exasperación que cataliza la cólera difusa contra un sistema fiscal y de redistribución totalmente injusto, que acumula ataques contra el poder de compra, contra las pensiones al mismo tiempo que se exonera a los ricos, a los capitalistas. Se trata, por ello, de una movilización por la dignidad, por la exigencia de respeto, de justicia social y a favor de la democracia; de una movilización dirigida contra el presidente de los ricos.
Esta exasperación popular tiene un carácter de clase evidente, lo que explica su popularidad en todas las franjas de las clases populares.
El punto de partida del movimiento fue el rechazo a incremento del impuesto sobre los carburantes; una medida socialmente injusta y ecológicamente ineficaz.
Las razones que obligan a los trabajadores y trabajadoras a utilizar su vehículo son muy superiores a las presiones fiscales para no hacerlo: el alquiler de la vivienda en las ciudades, la supresión de los servicios públicos en el campo y en los barrios populares, la supresión de los trenes de cercanías… Lo que obliga a utilizar el coche es el capitalismo y la forma como estructura el tiempo y el territorio.
Diariamente, 17 millones de personas (2/3 de los sectores activos) trabajan lejos de su residencia; 14 millones están obligadas a utilizar su propio vehículo. Por tanto, el precio del carburante (el diesel aumentó un 23% el año pasado) constituye una preocupación importante para la gran mayoría de la gente asalariada, para la gente obligada a trabajar para vivir. Hoy en día, el coche a diesel, que tanto se promocionó en su tiempo por su longevidad, constituye una característica de las zonas populares. Y permite comprender por qué ha sido el elemento desencadenante.
Los gobernantes explican que es necesario aceptar el incremento del precio porque es la forma de contribuir a la lucha contra el cambio climático y reembolsar la deuda. Un discurso que no pasa, que no convence.
¿Por qué? Porque la gran mayoría se da perfectamente cuenta que el gobierno no lucha eficazmente contra el cambio climático: el queroseno no paga impuestos, como tampoco lo hacen las multinacionales petroleras por sus beneficios y tampoco se plantean alternativas al coche. Al contrario: se cierran vías de tren, se incrementa el precio del billete, etc. No es incrementando el impuesto sobre el carburante como se va a limitar su consumo, ni la contaminación, ni es de ese modo como se combate el cambio climático. La solución está en permitir que la gente se desplace de otra forma en lugar del coche individual, y modificar la organización del territorio, estableciendo otra relación entre las ciudades y el campo.
No corresponde a la gente oprimida y explotada pagar por la contaminación de las partículas finas ni por el cambio climático de las que constituyen las primeras víctimas y cuyos únicos responsables son las empresas de automóviles, la industria petrolera y sus cómplices en el gobierno.
El carácter anti-fiscalidad que parecía dominar esta movilización en su inicio y los intentos de instrumentalizarla por parte de la extrema derecha y la derecha extrema se han visto relativizados por la propia dinámica del movimiento que ha ido mucho más allá: el impuesto sobre los carburantes no ha sido más que la gota de agua que ha hecho desbordar el vaso; a partir de ahí, el movimiento ha progresado rápido, elaborando una lista de reivindicaciones que van más allá de la injusticia fiscal, rechazando las medidas gubernamentales y planteando unas reivindicaciones a la ofensiva.
Pero tampoco hay que olvidar determinadas reivindicaciones con connotaciones reaccionarias, como la de expulsar a las refugiadas y refugiados a quienes se desestima su demanda de asilo en nombre de una voluntad de acogida digna, que también nos recuerdan ciertos debates en el seno de la izquierda. Lo mismo se puede decir de algunos derrapes homófobos y racistas. Si bien estos problemas existen, vistos globalmente resultan marginales y no modifican el carácter general del movimiento. Un movimiento diverso y atravesado de contradicciones. Pero ¿acaso no hay derrapes racistas en las huelgas impulsadas por la CGT o SUD?
"Como toda movilización popular, [esta movilización] presenta la Francia tal que es, en su diversidad y su pluralidad, con sus miserias y sus grandezas, sus solidaridades y sus prejuicios, sus esperanzas y sus amarguras" (Edwy Plenel).
Lo que resulta determinante es que quienes participan en el movimiento de los chalecos amarillos no soportan más las reformas fiscales del gobierno; sobre todo la simbólica supresión del ISF que permitirá al 1% de los más ricos aumentar su fortuna en un 6%, al 0,4% de los más ricos aumentar su poder adquisitivo en 28.300€ y al 0,1% de los más ricos en 86.290€. Al mismo tiempo, el 20% de la gente menos rica verá reducido su nivel de renta, sin que se le incrementen las prestaciones, ni se reformen los alquileres ni las rentas bajas.
La constatación de que el impuesto sirve para enriquecer a la pequeña casta de los ultra-ricos y el rechazo a la injusticia, ha hecho que el movimiento evolucione hacia una contestación social contra la gente rica que no paga impuestos sobre la fortuna, hacia la exigencia del incremento del SMI y de las pensiones y contra las injusticias sociales.
Un movimiento por la economía moral y la democracia
Ahora bien, en ningún momento la movilización se ha orientado contra los capitalistas: este movimiento no se dirige contra la patronal y la explotación capitalista. Se dirige contra las políticas, el gobierno y el presidente que no imponen la justicia fiscal. Es un movimiento que defiende el reparto de la riqueza a través de la fiscalidad.

Con razón, como escribe Samuel Hayat 9/:
"Su lista de reivindicaciones sociales es la formulación de principios económicos fundamentalmente morales: es imperativo que la gente más frágil (las y los sin techo, gente discapacitada…) esté protegida, que las trabajadoras y trabajadores estén correctamente remunerados, que funcione la solidaridad, que se garanticen los servicios públicos, que se castigue a quienes defraudan, que cada cual contribuya según sus posibilidades; lo que queda perfectamente resumido en esta fórmula "Que los grandes paguen mucho y que los pequeños paguen poco". Este llamamiento a lo que puede parecer el buen sentido popular no resulta evidente: se trata de decir que contra la glorificación utilitarista de la política de la oferta y de la teoría del efecto derrama que tanto gusta a las élites (dar más a quien más tiene, "a los jefes de la cordada", para atraer capitales), la economía real debe basarse en principios morales. Seguramente es esto lo que da fuerza al movimiento y que hace que la población lo apoye masivamente. Bajo la forma de reivindicaciones sociales, articula principios de economía moral que el poder actual ha venido atacando explícitamente, enorgulleciéndose de ello. A partir de ahí se comprende mejor la coherencia del movimiento así como el que haya pasado de largo de las organizaciones centralizadas".
En efecto, las aspiraciones populares no se pueden reducir a reivindicaciones puramente materiales, aún cuando estas estén presentes.
Esta revuelta también está dirigida contra la arbitrariedad estatal y la negación de la democracia. Este elemento constituye un engranaje fuerte de la movilización, y las reivindicaciones materiales tratan de traducir en cifras este rechazo de la injusticia. En la grandeza y la profundidad de la movilización existe la expresión de una emoción profunda, muy alejada de las reivindicaciones totalmente articuladas. La gente que se moviliza está hasta la coronilla del desprecio de los pudientes, ya no soporta la humillación que les obliga a vivir así; en particular la del presidente, que en el ejercicio de todo su desdén y desprecio, encarna la política de la desigualdad y un mundo en el que hay superiores e inferiores.
Esta es la razón por la que el movimiento se ha focalizado sobre Macron, al que se percibe como el presidente de los ricos, de los muy ricos, y por ello la exigencia de su dimisión unifica al movimiento.
Quienes se movilizan afirman que la democracia no se limita al derecho al voto y reclaman una democracia real y bajo control. Es el movimiento de un pueblo que se construye, cabreado contra la injusticia, con odio hacia los dominantes y simpatía hacia las oprimidas y oprimidos.
En general, el eje de la movilización se sitúa en el centro de los combates emancipadores: la exigencia de igualdad y democracia.
Es por esta razón que la derecha parlamentaria se muestra cada vez más distante del movimiento; porque esta evolución se contradice con lo que ella defiende, incluso si de manera torticera intentó en un primer momento apoyarse en la movilización para atacar a Macron.
Evidentemente el futuro político dependerá mucho de su capacidad de abrirse a las diferentes causas a favor de la igualdad para todos y todas y para unir a las y los de abajo.
Los chalecos amarillos, como toda emergencia espontánea del pueblo, son la expresión una modificación importante en el seno de las clases populares. Este movimiento desborda a las organizaciones tradicionales y se inventa día tras día en una creación política permanente;
ha golpeado duramente al gobierno, pero también a los responsables sindicales y políticos. El contraste entre su extensión en las clases populares, la enorme simpatía que recoge, sobre todo en las empresas, el apoyo masivo de la población y la caricatura que han hecho de él en muchos círculos de la izquierda presentándolo como la extensión de la patronal del transporte o de la extrema derecha es significativo .
Sobre todo, cuando los sindicatos patronales del transporte por carretera han condenado los bloqueos y la mayoría de las y los organizadores de los chalecos amarillos han marcado claras distancias con los comprometedores apoyos de Dupont Aignan (derecha extrema) y Marine Le Pen (extrema derecha), que expresó su apoyo al mismo tiempo que desaprobaba el bloqueo de las carreteras…
Los chalecos amarillos y el movimiento obrero tradicional
Si bien responsables de France Insoumise, como JL Mélenchon o F. Ruffin, al igual que Olivier Besancenot en múltiples intervenciones televisadas dieron su apoyo al movimiento, todas las grandes organizaciones sindicales (no solo CFDT y FO, sino también CGT y Solidaires) rechazaron apoyar las manifestaciones.
A nivel local, determinadas estructuras sindicales y sindicalistas individualmente no han dudado en dar su apoyo al movimiento y llamar a participar en las acciones de los chalecos amarillos: es sobre todo el caso de la federación metalúrgica de la CGT, de Sud Industria y de FO transporte. Además, en determinados departamentos ha habido llamamientos sindicales unitarios, avanzando una plataforma de reivindicaciones en torno al incremento de salarios, contra la fiscalidad indirecta que golpea a las clases populares y a favor de una fiscalidad progresiva.
Ahora bien, la ausencia de una reacción unitaria de las organizaciones sindicales frente a la violenta represión y los arrestos tras las jornadas del 1 y 8 de diciembre (por ejemplo, llamando a una jornada de huelga de 24 horas y a movilizaciones en toda Francia) constituye una oportunidad perdida. Y resulta particularmente grave que estas organizaciones no se hayan dotado de los medios para apoyar de una forma u otra a los sectores de las clases populares en lucha. Una muestra más de la quiebra de un movimiento sindical que tiene bastantes dificultades para mostrar su eficacia en los sectores en la que es relativamente fuerte y que se muestra incapaz de jugar un papel en la relación de fuerzas cuando el poder atraviesa dificultades. El corporativismo ante la ofensiva contra los sectores laborales y la integración en el papel de acompañamiento de las contrarreformas neoliberales han desplazado el papel de las grandes organizaciones sindicales.
Es por ello que estas movilizaciones han provocado un debate abierto en la CGT tras el comunicado confederal conjunto con el resto de confederaciones (a excepción de Solidaires) en el que se aceptaba una reunión con el gobierno en el punto más álgido de la movilización. Una reunión que no podía aparecer sino como una desaprobación de los chalecos amarillos. Un número determinado de federaciones y uniones departamentales exigieron la convocatoria de los órganos de dirección de la CGT para rechazar esta posición.
Así pues, asistimos a un acontecimiento importante: mientras una parte de las clases populares, que el sindicalismo debería representar y defender, se pone en movimiento, las organizaciones sindicales no sólo no se implican sino que además ayudan al gobierno a encontrar una puerta de salida a la crisis. Así pues, no es el sindicalismo quien influye en el movimiento de los chalecos amarillos, sino a la inversa: es el movimiento el que alimenta el debate y puede que la crisis en el seno de la CGT.
El movimiento de chalecos amarillos ha arrastrado tras él a la juventud de secundaria (que comenzó a movilizarse contra las reformas en la educación que acentúan la selectividad social) y ha provocado una evolución positiva en las movilizaciones contra el cambio climático, permitiendo avanzar en la conjunción de la justicia climática y social.
Pero hasta este momento, si bien la población asalariada defiende masivamente al movimiento, ello no se traduce en movilizaciones en el sentido de aprovechemos el momento, incluso a pesar de que en determinadas empresas las secciones sindicales o militantes radicales lo hayan intentado.
La existencia de los chalecos amarillos es también el producto de una sucesión de derrotas del movimiento social. Las y los militantes y responsables de la izquierda política, sindical y asociativa no hemos sido capaces de refundarnos en lo político, organizativo e ideológico frente a la ofensiva neoliberal, la globalización financiera y el rechazo a todo compromiso social por parte de las clases dirigentes tras la guerra fría. A partir de finales del siglo XIX, el movimiento obrero organizado cristalizó el descontento social y le dio un sentido, un imaginario emancipador. La fuerza del neoliberalismo, la implosión de los Estados llamados socialistas y el fracaso de otras respuestas progresistas, debilitaron progresivamente su influencia en la sociedad no dejándole más espacio que el de acompañar el retroceso.
Durante el periodo keynesiano de los 30 gloriosos, el conflicto entre los capitalistas y la clase obrera estaba arraigado en el seno de la sociedad: los poderes dominantes aceptaban la presencia del otro y, bajo una presión constante, estaban dispuestos a negociar un espacio –si bien lo mas pequeño posible- para este movimiento obrero, para sus organizaciones; así como la seguridad social, la gestiones de las pensiones, la formación profesional, etc.
Para los neoliberales, como decía Thatcher, no existe la sociedad, no existen mas que los individuos y el mercado; todo ello bajo el manto del Estado que regula la competencia y, de forma cada vez más represiva, impide el desbordamiento de las y los de abajo. Al mismo tiempo, la capacidad de presión del movimiento obrero ha disminuido a causa de las políticas impulsadas por los capitalistas a través de las reestructuraciones económicas. Los grupos industriales son cada vez más grandes e internacionalizados, pero con unidades de producción cada vez más pequeñas y dispersas a través de la subcontratación y la precariedad 10/.
Hubo un período en el que la fuerza de las manifestaciones del movimiento obrero mostraba a los dominantes una capacidad de movilización de una dimensión mayor, provocándoles miedo porque marcaba el riesgo de un nivel de confrontación superior. Hoy en día, al contrario, muchas de las manifestaciones sindicales son (a pesar de ser numerosas) la señal de la impotencia para ir más allá. Se hacen manifestaciones porque no se puede hacer menos, sin otro medio de presión eficaz. El gobierno, la burguesía lo saben. Las manifestaciones monstruo han sido incapaces de hacer algo más que… permitir contabilizar a las y los descontentos.
La novedad, la tenacidad y los primeros éxitos de los chalecos amarillos arrojan una luz cruel sobre las derrotas de estos últimos años en Francia. Ilustran la descomposición de las corrientes de izquierda, orgullosas de su pasado y de su singularidad desde hace 50 años. La emergencia de los chalecos amarillos, tras la de Nuit Debout, muestra la exterioridad del movimiento social organizado frente a sectores amplios de las capas populares en las que estas organizaciones ya no tienen ninguna implantación.
Como la mayoría de estos sectores no trabajan en los sectores y empresas en los que están presentes las organizaciones sindicales, no entran en sus esquemas mentales corporativistas y los dirigentes han visto este movimiento con desconfianza e incluso hostilidad.
Y esos sectores son ahora los más numerosos. Solo el 34% de los asalariados y asalariadas trabaja en empresas de más de 500 y una buena parte trabaja de hecho en establecimientos de un tamaño inferior 11/. Por otra parte, las condiciones de trabajo y de militantismo en estas grandes empresas no constituyen lugares privilegiados para la maduración de cuadros organizadores de la clase, como decíamos hace 50 años.
Si a estas cifras se añade la de la gente en paro, las y los autónomos, etc., se ve bien que el sector de explotadas y oprimidos que está en contacto con las organizaciones sindicales es cada vez más limitado.
Añadamos a ello que las organizaciones políticas ya no estructuran a los trabajadores y trabajadoras en los centros de trabajo y que su relación con las clases populares se reduce al campo electoral; es decir, que son están muy distantes.
Por ese motivo las movilizaciones de las clases populares que explotan espontáneamente lo hacen al margen de los marcos de antaño. En su día, el movimiento Nuit Debout fue considerado como una "cosa inútil de intelectuales parlanchines". Nuit Debout movilizó a otras capas sociales, capas de jóvenes urbanos, más formados, más dispuestos a debatir y a argumentar, que esperaban crear una relación de fuerzas con la ocupación de las plazas, pero también totalmente ajenas al movimiento obrero sindical, político y asociativo. En aquel movimiento, como en el de chalecos amarillos, opera un "dejadnos tranquilos", un rechazo de todas las organizaciones que a sus ojos aparecen como inútiles, cuando no perjudiciales. Y en cualquier caso, no aptas para la situación porque no responden a las necesidades de las y los de abajo.
Esta exterioridad afecta también al mundo asociativo que no se percibe como representante natural de quienes quieren actuar. Esto se pudo ver con los llamamientos ciudadanos de las movilizaciones feministas y ecologistas, aun cuando en ese ámbito era posible contemplar la confluencia entre los llamamientos a través de las redes sociales y el de las organizaciones existentes.
Los sectores de las clases populares que se movilizan tratan de construir algo colectivo, unificarse más allá de la empresa y eso no puede producirse más que en el espacio público multiforme como fueron las plazas para Nuit Debout o sobre las rotondas, los peajes y las plazas de las prefecturas para los chalecos amarillos.
¿Y hacia delante?
Lo que resulta inédito es la dimensión totalmente nacional de un movimiento espontáneo que se ha desarrollado por todas partes de forma simultánea, a veces con efectivos locales bastante pequeños. Entre 300.000 y 500.000 personas es una cifra modesta en comparación con las grandes manifestaciones sindicales. Pero esa suma representa miles de acciones locales coordinadas.
Las redes sociales han permitido vincular de forma bastante horizontal, igualitaria a gente que no se conocía. Pero, al mismo tiempo, las redes sociales no hubieran podido por sí mismas dar semejante amplitud al movimiento de los chalecos amarillos.
Su carácter de masas es fruto de la convergencia de dos factores. De entrada, el bloqueo en las rotondas: la casi totalidad de las 14 millones de personas que deben utilizar su coche para ir a trabajar se ha tropezado con los chalecos amarillos en su trayecto, les ha saludado, les ha manifestado su apoyo. Quienes se movilizaban eran visibles casi permanentemente.
El movimiento de las rotondas se ha construido a través del tejido social local, de las relaciones sociales, antiguas o cotidianas; más allá de los lugares de trabajo, en los cafés, las asociaciones, los clubs de deporte, en los inmuebles, los barrios… de gente que las pasa canutas.
En segundo lugar, la complementariedad entre las redes sociales y las cadenas de información en continuo que dieron rápidamente una dimensión nacional al movimiento, si bien los periodistas siempre hacen referencia a las redes sociales para escamotear el papel que desempeñan ellos mismos en la construcción de la acción pública 12/. La clase dominante tiene interés en privilegiar un movimiento que se presenta como hostil a los sindicatos y partidos.
Por otra parte, la facilidad con la que los líderes de este movimiento se expresan hoy en día ante las cámaras es el resultado de un fenómeno doble: un nivel de escolarización más elevado y la penetración de las técnicas de comunicación audiovisuales en todas las capas de la sociedad 13/.
Con la difusión en bucle de las declaraciones de manifestantes afirmando su rechazo a ser recuperados por los sindicatos y partidos, los profesionales de los media desarrollan su propia batalla para instalarse como portavoces legítimos de los movimientos populares. De ese modo, respaldan la política liberal de E. Macron orientada a desacreditar las estructuras colectivas de las que se han dotado las clases populares.
El trabajo de representación del movimiento que le hace existir como tal (los chalecos amarillos), está descentralizado, pasa a través de múltiples grupos locales. Los movimientos sociales tienen necesidad de construir una identidad con nuevos símbolos: los chalecos amarillos son el símbolo del sufrimiento social. ¿Expresa la voluntad de ser visto, de ser visible? En cualquier caso, su eficacia es la prueba de la inteligencia colectiva y de la imaginación popular.
En el movimiento de los chalecos amarillos, el epicentro no está en el centro de trabajo sino en las experiencias vitales. Siendo omnipresentes en las principales vías de comunicación, con medios relativamente limitados, han generado una crisis política que no se conocía en Francia en los últimos decenios.
La crisis política nace de la combinación de:
· La proliferación de pequeñas concentraciones (hasta en sitios en los que habitualmente no existe vida política), de bloqueos, de la perturbación del flujo de circulación. El efecto político de estos bloqueos, la relación con la población, el mantener la presencia como símbolo de su determinación, es más importante que su efecto económico: los puntos de bloqueo fundamentales, como los depósitos de carburantes o el de los grandes centros comerciales, no aguantaron mucho tiempo. La voluntad de realizar bloqueos, de impulsar la acción directa se suma al rechazo de las formas tradicionales de manifestación, estableciendo una continuidad con las acciones de bloqueo desarrolladas estos últimos años por sectores sociales combativos.
· El recurso a manifestaciones no autorizadas, no organizadas, semi-espontáneas, con pequeños grupos móviles llegados de todas partes que, en respuesta a las fuerzas del orden y con un entusiasmo inédito a pesar de la represión, de la numerosa gente herida, de las manos amputadas, de las caras desfiguradas, de los muertos en los bloqueos (ya van nueve), se convirtieron en fuertes disturbios en los barrios representativos de esa riqueza indecente; sobre todo, en el oeste de París y en los centros urbanos departamentales y regionales. Fundamentalmente, el 1 de diciembre, el fuego se apoderó del centro del París burgués, del enclave del poder nacional que hasta ahora nunca había servido como teatro de operaciones.
Dada la fragmentación de su representación, resulta sorprendente la unidad del movimiento. Unidad en la acción, solidaridad frente al gobierno y la represión, y consenso aparente sobre una serie de reivindicaciones y el ritmo del movimiento.
¿Qué posibilidades de avanzar tiene este movimiento heterogéneo?
Si bien el movimiento ha generado una crisis política importante, estamos lejos de una inversión de las dinámicas fundamentales del período inscrito en la relación de fuerzas mundiales. Para ello es imprescindible una perspectiva política de emancipación.
Hay una diferencia entre la radicación del sector más movilizado y la evolución política del resto de la población. Es lo que muestran las encuestas electorales: no se ha invertido la tendencia a crecer de la extrema derecha y de las derechas radicales.
En su actual nivel de desarrollo, el movimiento ha tomado la buena decisión de no establecer representantes nacionales encargados de negociar con el gobierno, impidiendo que el gobierno ejerciera presión sobre los representantes y obligándole de ese modo a responder a la presión que realiza el movimiento en su conjunto.
Tomemos como referencia el texto de los chalecos amarillos de Commercy:
"No es para comprender mejor nuestra cólera y nuestras reivindicaciones que el gobierno nos exige nombrar representantes; es para encerrarnos y enterrarnos. Al igual que con las direcciones sindicales buscan intermediarios, gente con la que poder negociar a la que podrá presionar para calmar la erupción. Gente que después podrá recuperar y empujar a dividir el movimiento para enterrarlo".
Ahora bien, esta respuesta no puede ser la definitiva: es necesario debatir cómo designar verdaderos representantes, lo que no es nada simple.
Los intercambios a través de las redes sociales son de una eficacia indiscutible para la acción, para ir de una rotonda u otra, para juntarse. Han servido para concentrarse y actuar. Sin embargo, muestran sus límites cuando se trata de estructurarse, de autoorganizarse. Nada puede reemplazar los debates presenciales, de viva voz, el intercambio colectivo. Puede haber gente muy activa en las rotondas que no se manifiesta a través de las redes sociales y a la inversa, de gente que desea actuar y no discutir.
En estos lugares comunes que constituyen las austeras rotondas y los parking de los supermercados se ha generado una enorme solidaridad, con discusiones permanentes y una conciencia cada vez mayor de las dificultades, de la naturaleza de los adversarios, de su voluntad y del necesario enfrentamiento.
A veces se celebran asambleas, debates más organizados. Todo lo que va en esa dirección, de debate democrático, de adoptar posiciones en común es positivo. Y para ello es necesario aceptar que existen opciones políticas, corrientes de pensamiento que tienen la ventaja de estructurar sus propuestas, de presentar opciones; que no solo se trata de personas aisladas en un debate libre y no falsificado.
Para que el movimiento evolucione políticamente es indispensable superar la antipolítica, como si el pueblo fuera homogéneo, sin contradicciones en su seno, y que bastaría con unificarlo. Está a la vista; existen debates entre opciones diversas: a favor de la negociación, a favor del que se vayan todos, opciones electoralistas que llaman a la constitución de un movimiento político inédito similar al Movimiento 5 estrellas italiano… La posibilidad neo-fascista atraviesa las tres opciones. Al mismo tiempo que el enfrentamiento tiene una dinámica anti Macron que pone en cuestión las opciones capitalistas neoliberales, la dinámica política actual es tal que los movimientos de este tipo pueden hacer emerger opciones contradictorias, nacional-identitarias: no podemos hacer como si el movimiento pudiera resolver estos debates de forma espontánea.
Es cierto que es posible unificar al pueblo tras un liderazgo, un buen político, no corrupto o, incluso en el peor de los casos, una persona corrupta. Y todo ello tiene poco que ver con el combate político emancipador.
Por eso, la aceptación del debate político democrático, de la confrontación de posiciones divergentes, formalizada a través de distintas opciones, la aceptación de las múltiples opresiones, de intereses diferentes, a veces incluso divergentes, es fundamental para una maduración política.
El debate actual sobre el Referéndum de Iniciativa Ciudadana que es tan popular en el movimiento de los chalecos amarillos pone al descubierto todas estas cuestiones.
Pensar que un referéndum puede resolver lo que la fuerza de este movimiento no ha solucionado es totalmente ilusorio. Pero la aspiración a una democracia mejor, al control democrático, es positiva. ¿Puede esto pasar a través de este tipo de referéndums? Es discutible: ¿quién plantea la pregunta?; qué es lo que cada cual plantea tras la pregunta, cómo se puede plantear una cuestión compleja de forma sencilla, cómo respetar a la minoría en esas votaciones…?, todo esto es materia de debate.
Supone una vieja ilusión pensar que por el hecho de que las clases populares son mayoritarias, el voto les permitirá resolver sus problemas y hacer frente al poder del capital. La burguesía y su aparato de dominación ideológica transformaron desde hace mucho el voto en un instrumento que manejan muy bien, incluso si en determinados momentos ello les genera relativas dificultades. ¿Cómo creer en ello tras el referéndum sobre el Tratado de Constitución Europea, o la utilización de ese tipo de referéndums en Suiza, que es por esa vía como se pueden poner en cuestión las opciones neoliberales y autoritarias que estructuran el mundo actual?
¿Cómo modificar favorablemente la relación de fuerzas para una confrontación general con el poder?
Los cientos de miles de chalecos amarillos apoyados por la inmensa mayoría de la población han logrado desestabilizar a Macron y su gobierno, pero está claro que para hacerle ceder es necesario poner en movimiento a otras capas de las y los explotados y oprimidos, que si bien apoyan a este movimiento, no participan activamente en él.
Todas las iniciativas desarrolladas para la confluencia de los chalecos amarillos con los sindicalistas en lucha, con el movimiento ecologista, con los estudiantes de secundaria va en el buen sentido: la unificación de las y los de abajo.
Los millones de personas que apoyan a los chalecos amarillos no participan de forma activa en el movimiento. Es ahí donde tenemos que actuar. Pero se constata que no es tan simple poner en común todos los malestares y, sobre todo, que no podrá hacerse bajo un solo símbolo, ni siquiera sobre el de chalecos amarillos, a pesar de su demostrada eficacia.
Resulta fundamental conservar la autonomía de este movimiento, comprender que hoy en día nadie es superior y que sólo todos y todas juntas podremos cambiar las cosas. Sólo mediante el reconocimiento mutuo y aceptando nuestras diferencias será posible unirnos en la acción.
Esta unidad en la acción de la clase de las y los explotados y oprimidos sólo podrá realizarse a través del mestizaje de las formas de organización y de los métodos de acción.
Es en torno a este tipo de perspectivas como se puede encontrar las bases para una recomposición global de los sectores del movimiento obrero que apoyan a este movimiento. Porque es en la capacidad para comprender estas movilizaciones, estas experiencias, para intervenir en los debates indispensables, donde podremos demostrar que la utilidad de nuestra experiencia, a pesar de sus límites, es fundamental para aportar respuestas políticas globales, para dar contenido político a la cólera contra el poder capitalista, profundizando en la democracia y la auto-emancipación a partir de los movimientos sociales reales en el seno de nuestra sociedad.
En esta nueva ola de movilizaciones, el movimiento de los chalecos amarillos muestra de nuevo la ausencia terrible de un movimiento político, de una organización, de una red militante que estructure en la acción cotidiana a las clases populares en torno a un proyecto emancipador. Partir de los movimientos reales, de los colectivos en movimiento para repensar las formas de organización democrática… constituye hoy en día más que nunca la tarea de las y los anticapitalistas, de las y los revolucionarios, de quienes quieren cambiar este viejo mundo.
20/12/2018
Este texto es una transcripción de la charla sobre el tema de Patrick Le Moal –militante del NPA-, traducida y editada por viento sur.
1/ Actualmente el SMI es de 1 184,93 € nertos (12 pagas) afecta a 1,655 millones de personas
2/ La policía tocará una media entre 120 y 150€ euros por mes a lo largo de un año.
3/ Abrogación mediante decreto-ley de partes enteras de la Ley Laboral; congelación de los salarios, vuelta de tuerca para controlar aún más a la gente en paro, reforma de las pensiones con la introducción de un sistema por puntos, supresión de empleos en el sector público, incremento de la CSG para la gente pensionista –incluso la más modesta-, reforma de la formación profesional, desmantelamiento del servicio público ferroviario, nueva reforma de pensiones…
4/ "El crepñusculo del mactonismo".
5/ Declaraciones de Gilles Le Gendre, presidente del grupo parlamentario de LREM [partido de Macron] en la Asamblea Nacional el 17/12/2018 a la cadena Public Senat.
6/ Al mismo tiempo que aumentan las grandes fortunas; según Thomas Picketty: "Desde 1990 se observa un incremento espectacular y continuo del número y del montante de los patrimonios declarados en el ISF. Esta evolución se dio en todas las franjas del ISF, en especial entre las más elevadas, donde el número y el montante del patrimonio financiero han progresado más rápidamente que el patrimonio inmobiliario, que por su parte progresó mucho más que el PIB y la masa salarial. Es cierto que las caídas bursátiles de 2001 y 2008 atemperaron un poco esta situación, pero desde que se pasó el pico de la crisis, las tendencias de fondo han vuelto a emerger".
7/ Algo superior a la media de edad de la población francesa que es de 41,4 años.
8/ Allí donde el empleo es cada vez más escaso, porque el 80% de nuevos empleos se generan en las 15 grandes metrópolis.
9/ "Les Gilets Jaunes, l’économie morale et le pouvoir" 5/12/2018
10/ Por ejemplo, en las cadenas de fabricación del automóvil no es extraño que la mitad de la gente sea precaria y en la mayoría de los sectores, bajo el efecto de la automatización y de la subcontratación, los sectores de fabricación que bloquean la producción son minoritarios.
11/ Otras cifras significativas de la evolución del tejido económico: el 1% de las empresas concentra el 85% de las inversiones y el 97% de las exportaciones.
12/ Gérard Noiriel : "Un estudio comparativo de la forma como han tratado los media la lucha del ferrocarril la primavera pasada y la de los chalecos amarillos, es muy ilustrativa. Ninguna de las jornadas de acción en el ferrocarril fue seguida de forma continuada por los media y las y los telespectadores fueron atiborrados de testimonios de usuarios y usuarias cabreadas contra los huelguistas, mientras que en esta ocasión apenas se han transmitido los cabreos de los automovilistas contra los bloqueos".
13/ Esta competencia es negada por las elites, lo cual refuerza el sentimiento de “desprecio” en el seno de los medios populares.

Los chalecos amarillos se presentan por sorpresa en el centro de París

No ha habido detenidos y las protestas están concentradas en el barrio de Montmartre.  
Manifestantes vestidos con chalecos amarillos protestan en Langon, cerca de Burdeos (Francia). - EFE
Manifestantes vestidos con chalecos amarillos protestan en Langon, cerca de Burdeos (Francia). - EFE
Varias centenas de chalecos amarillos, el movimiento contestatario que ha puesto contra las cuerdas al Gobierno francés, se presentaron este sábado por sorpresa en el centro de París, donde fueron bloqueados por fuerzas policiales cerca de la plaza de la Madeleine, a poca distancia del palacio presidencial del Elíseo en París.
Pese a que los manifestantes habían anunciado para hoy una gran marcha en Versalles (oeste de París), se comenzaron a concentrar esta mañana junto al Sagrado Corazón, en el barrio de Montmartre (norte), en una maniobra de despiste.
A continuación, marcharon a pie por las calles hasta desembocar en los aledaños del Elíseo. Esta nueva estrategia de los "chalecos amarillos" despistó a la policía que tuvo que desplegarse rápidamente para acordonar la manifestación.
El grueso de la marcha se ha encontrado controlada en una calle adyacente a la plaza de la Madeleine, y no se han registrado detenciones entre los chalecos amarillos.
En el resto del país, esta sexta jornada de movilización registró bloqueos a vehículos pesados cerca de la frontera española de la Junquera, donde las cámaras de televisiones mostraron a algunos participantes —supuestamente llegados del lado español de la frontera— enarbolando banderas independentistas catalanas.
En otros puntos de Francia, como en Saint-Étienne (sureste), se realizaron acciones de protestas en las rotondas.


Quinta jornada de protestas en Francia - sábado 15 de diciembre (+Fotos)

16 diciembre 2018 | CUBADEBATE
Quinta jornada de protestas en Francia. Foto: Etienne Laurent / EFE.
Este fue el quinto sábado consecutivo en que el movimiento chalecos amarillos se manifestó en Francia para protestar contra el Gobierno neoliberal de Emannuel Macron. Los ciudadanos salieron a las calles para exigirle al Gobierno francés que realice una revisión constitucional completa.
Los chalecos amarillos piden la dimisión del presidente de Francia, Emmanuel Macron, al señalar que sus políticas neoliberales han causado la disminución de la calidad de vida y del poder adquisitivo en el país.
Una líder de los chalecos amarillos, Jacline Mouraud, expresó: “No conozco ninguna casa que te tenga en pie sin cimientos, hace falta que el Gobierno tenga en cuenta las reivindicaciones y que responda”. Esta administración “todavía puede ceder (en varios aspectos). Hay más de 40 requerimientos que darían mejoras en materia de la carga de impuestos que soportan los franceses”.
Autoridades reportaron que la movilización se llevó a cabo con más calma que en jornadas anteriores. Aun así se desplegaron ocho mil agentes policiales, quienes han reprimido las protestas con violencia. Volvieron a usar gases lacrimógenos y golpes contra los integrantes de la movilización. Hasta el momento se reportan unos 100 detenidos, además de un fallecido a causa de un accidente por el bloqueo de la vías.
La portavoz de la prefectura, Johanna Primevert, informó que esta protesta cuenta con al menos 35 000 manifestantes en todo el país. “Es una movilización más débil”, dijo en comparación con las jornadas anteriores. Esto, explican sus organizadores, por el reciente atentado en Estrasburgo.
Aún permanecen cerrados en totalidad el Arco del Triunfo, el Panteón, la Santa Capilla, las torres de Notre-Dame, el Museo de la Conserjería, la Capilla Expiatoria, además del Palacio Real y sus jardines, entre otros edificios cercanos a los Campos Elíseos, epicentro de las protestas.
Las movilizaciones iniciaron el pasado sábado 17 de noviembre por el alza del gas. Pero, pese a lograr que el presidente Macron pospusiera la medida, la ciudadanía decidió expandir sus exigencias.
Quinta jornada de protestas en Francia. Foto: Etienne Laurent / EFE.
Quinta jornada de protestas en Francia. Foto: Jean-Paul Pelissier / Reuters.
Quinta jornada de protestas en Francia. Foto: Christian Hartmann / Reuters.
Quinta jornada de protestas en Francia. Foto: Etienne Laurent / EFE.
Quinta jornada de protestas en Francia. Foto: Christian Hartmann / Reuters.
Quinta jornada de protestas en Francia. Foto: Christian Hartmann / Reuters.
Quinta jornada de protestas en Francia. Foto: Gonzalo Fuentes / Reuters.
 (Con información de Telesur)

Dos hipótesis sobre la revuelta en Francia

Por Emilio Cafassi.

Por Emilio Cafassi 22 diciembre, 2018 - CARAS Y CARETAS
El movimiento gilets jaunes viene conmoviendo a Francia y al mundo no sólo por la extensión temporal y la profundidad de su dinámica, sino además por las consecuencias políticas hasta cierto punto -aún- imprevisibles. En el acotado espacio de una página intentaré sintetizar en dos esferas (económica y sociológica) un documento de trabajo mucho más desagregado y extenso de conjeturas en estos mismos planos y otros como el político. La secuencia que inicio aquí a nivel económico no debería entenderse necesariamente como de un orden de determinación mecánico o absoluto sobre el resto. Antes bien sospecho una imbricación realimentada de todos ellos.
La hipótesis más estrictamente económica se remite al lugar que ocupan los combustibles en el conjunto de las economías domésticas, afectando el poder adquisitivo en general. El anuncio de su aumento ha actuado como disparador de las movilizaciones y piquetes, aunque la razón es más amplia. El paulatino deterioro del transporte público, la privatización capilar del mismo a través del automóvil particular (que retomaré en la hipótesis sociológica) hace que los gastos en combustible resulten determinantes en el conjunto del presupuesto familiar. Sufrió aumentos continuos en el transcurso de los últimos meses, siguiendo el precio del petróleo en el mercado mundial y el anuncio de su próximo aumento a partir del 1 de enero, incrementando más aún el gasoil que la nafta a través de la elevación del impuesto que se suma al deterioro constante de las condiciones de vida de la gran mayoría popular. Las clases populares fueron forzadas al uso de automóviles diésel, al punto que el 60% o más de los coches individuales poseen este tipo de motor. Del litro de gasoil a 1,45 €, el 60% corresponde a impuestos. El gobierno de Macron también prevé incrementos para los años 2020 y 2021. En total, el consumo del gasoil representa el 80% del consumo de todo carburante, que en lo que va del año sufrió un incremento del 23%. Justamente el costo del transporte en coche, y sobre todo el diésel, ha explotado estos últimos años y se sitúa en un contexto en el que el índice de inflación oficial se ha utilizado como pretexto para no incrementar los salarios comprimiendo, lo que abate el poder adquisitivo. La última fase de reformas fiscales del gobierno, con la supresión del impuesto sobre las fortunas, la reducción del impuesto sobre las rentas del capital, producirá el resultado económico inverso al de la gran mayoría social. El 1% de la población verá incrementar sus fortunas en un 6% en 2019. Al mismo tiempo, el 20% de los más pobres, con las reformas de los subsidios para vivienda y la reducción de las pensiones, verán reducirse sus ingresos sin ver incrementadas las prestaciones sociales al mismo tiempo que los precios siguen incrementándose. No debe interpretarse como una debacle al estilo actual argentino, brasileño o venezolano, de carácter abrupto y demoledor. Ni siquiera es comparable a otras crisis europeas como la española o griega. Es, antes bien, un deterioro paulatino, por goteo, que se remonta a las últimas 3 décadas. El estallido actual responde a la totalidad descendente.
En un plano más directamente sociológico las protestas resultan la expresión de un movimiento profundo de las clases populares, aunque no exclusivamente. Se caracteriza por la heterogeneidad en términos de estratificación social. Reconoce un carácter multiclasista, integrado esencialmente por proletarios (obreros y empleados, asalariados o no) a los que se añaden miembros de las capas inferiores de cierta tecnocracia o de oficios complejos cuentapropistas tanto como de empleos domésticos y de cuidado, inclusive de la pequeña burguesía (esencialmente artesanos, trabajadores autónomos, pero también chacreros e intelectuales). Puede llegar inclusive hasta pequeños empresarios. En Francia, todos los días, son 17 millones las personas que van a trabajar fuera de sus municipios de residencia. Se trata de las dos terceras partes de la población económicamente activa de la que una amplia mayoría utiliza su medio de transporte personal. Tanto en la región parisina (donde solo el 50% de las personas asalariadas utiliza el transporte público para ir al trabajo) como en el resto de regiones. La masa asalariada mayoritaria se ve obligada a vivir cada vez más lejos de los centros urbanos, lo que acentúa, precarizando, el alejamiento del lugar del trabajo. El costo del transporte en coche, y sobre todo el diésel, incide decisivamente en un contexto en el que el índice de inflación oficial ha crecido aritméticamente, siendo utilizado por todos los gobiernos como pretexto para no incrementar los salarios. No es casual ante esto que el símbolo de identidad sea un chaleco obligatorio en el automóvil.
Es reconocible una ponderación a nivel de género y también etaria. La diversidad etaria refleja simultáneamente el lugar que ocupan las mujeres en las relaciones sociales de producción. Muchas de ellas son amas de casa, madres trabajadoras o jubiladas y en consecuencia abarcan un espectro desde los 30 a los 60 años o más. La principal demanda es el insuficiente poder adquisitivo y el deterioro de las condiciones de vida. Obviamente la combinatoria conlleva a la vez límites en virtud de que parte importante de población movilizada no ha tenido hasta hoy, mayoritariamente, ninguna experiencia ni formación política y participa de su primera movilización reivindicativa.
Aunque sólo pueda enunciarlo, un contexto previo de crisis política del gobierno, plagada de renuncias de ministros y escándalos personales, sumado a la salvaje represión, sólo puede contener momentáneamente el crecimiento de la magnitud de participantes. Pero en ningún caso contener la furia que sigue incubándose en las entrañas de la vida social.

A desalambrar la lucha popular

por Aram Aharonian
LA HAINE - 22/12/2018

Se van apagando los faros, y nos vamos quedando sin referentes como Fidel, el Che, Allende, Chávez, Galeano

Cada fin de año uno se siente compelido a escribir sobre lo que pasó en el año que pasó y lo que supone que va a pasar en el que llega sin invitación. Este fin de año, desde el campo nacional-popular latinoamericano, tenemos poco para festejar y, entonces, nuestras miradas se centran en el 2019, en el que depositamos nuestras expectativas de cambio.
Es noche, la ciudad está en calma, mientras los indigentes vuelven a sus refugios en las recovas y las ollas populares solidarias garantizan al menos una comida caliente para miles de desempleados. Desde los estantes de mi miniblioteca me espían la vieja Underwood de mis inicios periodísticos, la carcaza de una antigua teletipo, varias líneas de linotipo, que son testigos del esfuerzo anual de escribir sobre lo que pasó y lo que vendrá. Hora de análisis y de especulaciones, de recordar algún triunfo y otras derrotas.
Nos quedamos sin referentes cuando más los necesitamos
Vivimos momentos en los que a nuestra región retornan el neofascismo, la xenofobia, la misoginia, la homofobia, el racismo, de la mano de gobiernos de ultraderecha, mientras a las amodorradas fuerzas populares (¿progresistas, de izquierda?) les cuesta reelaborar el pensamiento crítico y apelan a una nostalgia inmovilizadora y acrítica, mostrando la fragmentación de la lucha, la falta de unidad y también de proyectos.
La sensación de inseguridad respecto al progreso y la estabilidad económica de sus sociedades, además de la corrupción, figuran entre las causas de la pérdida de confianza en la democracia de varios países de la región. El 2018 fue un annus horribilis, con un incremento de opiniones que valoran más la autoridad, el orden y la seguridad, por encima de las libertades y los derechos asociados con la democracia en el mundo.
Es una tendencia hacia los autoritarismos que se da no sólo en Latinoamérica, sino en América como continente, así como en Europa y Asia, y justamente en países donde la democracia se encontraba en pleno avance hace un par de décadas. ¿El fin de la tercera ola de democracias? Sólo el 65% del promedio latinoamericano considera que esa es la mejor forma de gobierno, mientras 14% cree que no vive en una democracia, según Latinobarómetro.
Como vemos, no se trata sólo de derrotas electorales, políticas, sino de una derrota cultural. Ya no se habla –al menos desde el poder- de igualdad, justicia social y de sociedades de derechos, ni del buen vivir, democratización de la comunicación, de democracia participativa. Lo que tienen en común las ultraderechas actuales –americanas, europeas- es haberse librado de los complejos e inhibiciones democráticas posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Ya no hacen falta golpes de Estado, tanques, soldados, bayonetas, muertos y desaparecidos para imponer el modelo, basta el control de los medios masivos de comunicación y las llamadas redes digitales para imponer los imaginarios colectivos, basados en la repetición de mentiras, en golpes blandos gracias a la corrupción de los sistemas judicial, parlamentario, policial que, en el caso de nuestra región, los gobiernos progresistas no lograron cambiar, quizá porque jamás tuvieron realmente el poder.
Hoy, la desobediencia –en las calles- parece ser el arma de los libres, Son los movimientos y los grupos de izquierda los que se proponen, nuevamente, construir la nueva resistencia, la nueva alternativa, conformando espacios más amplios, redes de diálogo y articulación. Y desde allí consensuar una agenda de lucha con propuestas concretas, lejos de la diatriba de talibanes virtuales que solo ayudan al enemigo
Llevamos más de 500 años de resistencia y de desarrollismo subdesarrollado al servicio de las elites, empeñadas en terminar con la política externa independiente de nuestros países y con los procesos de integración, privatizar los recursos naturales, las empresas estatales y los bancos públicos, además de vender las tierras a extranjeros y multinacionales, comprometiendo la producción nacional de alimentos, la soberanía alimenticia y el control sobre las aguas.
Esta pluralidad progresista es la que tiene la misión de hacer un balance sincero, sin sectarismo, de lo actuado en los últimos tres lustros, reivindicando aciertos pero también señalando los límites de un proyecto que no supo y/o pudo realizar los cambios estructurales, las profundas transformaciones, involucrándose, incluso, en escándalos de corrupción, que sirvieron de munición de grueso calibre para el proceso de criminalización de los gobiernos populares.
Cuando el progresismo supere la fragmentación y desorientación política, tendrá la gran responsabilidad de planificar colectivamente otro desenlace. Mientras, habría que ensayar rumbos alternativos para evitar que, una vez más, sean otros quienes recojan los frutos de la lucha. Hoy, la insumisión de las mujeres parece estar anunciando el futuro, conmoviendo el presente. Pero es un fragmento del todo.
En el progresismo, cada quien cree que la lucha se limita a su temática: género, defensa del ambiente, derechos laborales, democratización del conocimiento y la educación (y en general busca apoyos de fundaciones u ONG extranjeras, que tienen sus propios intereses). No hay una agenda general que deje en claro que la lucha es contra el sistema capitalista, causa de nuestros males pasados, presentes y futuros.
En realidad la izquierda ha sido incapaz de responder de manera efectiva a los diferentes ciclos de crisis financiera, y estas actitudes generan descontento y desconfianza en los sectores populares, y estimulan de alguna medida la agresividad de la derecha, que se comporta y gobierna de acuerdo a su ideología, asume el desprecio por las clases trabajadoras y a las ventajas concedidas al capital.
En varios países de nuestra región es palpable el malestar y una atmósfera que suele preceder a furiosos estallidos sociales, como el Caracazo de 1989 o aquel “que se vayan todos” del 2001 argentino.
Pero, lamentablemente, también se van apagando los faros, y nos vamos quedando sin referentes como Fidel, el Che, Allende, Chávez, Galeano. Mientras otros se reciclan ahogándose en el pragmatismo del fin de las ideologías y la simbiosis de derecha e izquierda.
“Vivimos tiempos de negación; tiempos de empresarios y de cínicos, de emprendedores exitosos. Tiempos de democracia dolorosa. Vienen a escarmentarnos, a quitarnos la épica. No sólo la contemporánea sino también la más lejana, la de los héroes escolares que habrían tenido culpa de ser revolucionarios", señalaba recientemente el biólogo molecular argentino Alberto Kornblihtt.
Vivimos tiempos de delación y de banalidad televisiva, de gatopardismo explícito, en que conservadores se reúnen en un partido con nombre de cambio, para no cambiar nada que no sea retroceder. Tiempos que buscan monocordia. Quien no acepte la conciliación de clases es culpable de ahondar una grieta que daña el entusiasmo y el optimismo necesarios para adormecer conciencias”, añade.
¿Habrá una luz al final del túnel? En el año que se nos viene, el 2019, se vislumbra un pequeño haz de luz; [con Nicolás Maduro], con el gobierno del centroizquierdista Andrés Manuel López Obrador en México, con la factible reelección de Evo Morales en Bolivia, con la continuidad de un desdibujado Frente Amplio en Uruguay, con un triunfo antimacrista en Argentina, con las elecciones en El Salvador y Panamá…
Pero para ver esa luz, el progresismo debe desprenderse de su peor atadura, su propio temor a autocriticarse, refugiándose en un conformismo intelectual y político, anclado a escenarios y discursos ya perimidos por la realidad, sin interpelar permanentemente a la derecha. Debe abandonar de una vez por todas, la denunciología y el lloriqueo, y adelantar propuestas sobre una agenda propia de los acuciantes temas actuales.
La derecha intenta cambiar la relación de fuerzas entre las clases y a insertar a nuestros países en la geopolítica estadounidense, abaratando y flexibilizando al máximo la mano de obra, acordando con el FMI, profundizando la exportación de bienes primarios (minería, agro, petróleo) o apenas industrializados. Intenta imponer una transformación educativa y cultural profunda, junto con el desarrollo de un gran aparato represivo adiestrado por “expertos” militares estadounidenses e israelíes, para terminar con la combatividad del pueblo.
Más allá del tema de género y el empoderamiento de las mujeres, un plan de lucha debiera incluir la reforma constitucional y reestructura del Estado, la problemática de seguridad y defensa, la fase actual transnacional, global, virtual, concentrada del capitalismo, la integración regional soberana y las herramientas de la nueva gobernanza global, las nuevas tecnologías y el futuro del trabajo, el neocolonialismo y la dependencia que propone el FMI.
Es necesario volver a la Latinoamérica y el Caribe como territorio de paz, analizar las nuevas formas de trabajo esclavo, la mercantilización del conocimiento y la educación; proyectar un cambio de las estructuras sociales. Y de pensar otra comunicación y otra democracia, participativa, acorde a las necesidad de una mayor organización popular.
Esto significa construir una agenda propia y no quedar atrapados en ser reactivos a la agenda del enemigo. Para eso, hay que comenzar por vernos con nuestros propios ojos y no con los ojos del enemigo (los eternos vendedores de espejitos de colores), de los neocolonizadores, de nuestros verdugos, para poder dar la batalla por los sentidos.
Es mucho más difícil construir que resistir: hay que juntarse, poner hombro con hombro, levantar paredes ladrillo a ladrillo (a veces se caen y hay que volver a levantarlas). Sí, claro, la construcción se hace desde abajo, porque lo único que se construye desde arriba, es un pozo.
La izquierda, el progresismo, debe analizar las causas de las derrotas electorales, pero también de las derrotas culturales: la agenda la sigue imponiendo la derecha, el relato lo sigue escribiendo ellos. La tarea pendiente es el esfuerzo planificado para transformar y revolucionar ininterrumpidamente las pautas del sentido común establecido, y es por ello que muchos ciudadanos que salieron de la pobreza en los gobiernos progresistas, votan por sus verdugos, en contra de los que los beneficiaron.
Álvaro García Linera presentó “el neoliberalismo zombie”, que sólo moviliza odios y resentimientos. El odio al pobre, al sindicato, a la mujer liberada, al trabajador alzado, implica un rechazo emotivo de corto plazo. Repite viejas recetas que fracasaron y mientras hablan de abrir fronteras, desde EE.UU. los liberales cierran sus fronteras.
El extractivismo ideológico-político
Está desapareciendo la cultura de lo nacional en nuestros países, en virtud del incremento de su dependencia de las grandes potencias industrializadas, la extranjerización de sus economías, la pérdida de sus recursos naturales, la erosión de su soberanía, el bombardeo permanente del terrorismo mediático y el incremento de la injerencia y la intervención foránea.
La avalancha ideológica neoliberal ejerce una influencia determinante en la producción teórica y en la práctica política de diversos sectores de la izquierda, que asumen –quizá por comodidad- que la revolución social es irrealizable, por lo que hay que adaptarse a las reglas del capitalismo y tomar distancia del lenguaje y los programas radicales, de cambios estructurales.
Algunos renunciaron hace ya mucho tiempo al socialismo, mientras que otros diluyen su esencia y lo convierten en una especie de capitalismo idílico, argumentando que a lo que más se puede aspirar es a moderar los excesos de las políticas antipopulares y que los oprimidos deben seguir cediendo, porque corren el riesgo de perderlo todo.
A lo largo de la historia la fragmentación ha sido el objetivo de los imperios sobre los países colonizados –basta recordar nuestra historia- y también la del neoliberalismo sobre los pueblos, en su objetivo de desmontar las construcciones sociales de los estados de bienestar y justicia social, que afectan los intereses de los sectores concentrados del poder, al propender a la distribución de las riquezas.
A desalambrar: la lucha es una sola
En los primeros años del siglo comenzamos la campaña para desalambrar los latifundios mediáticos, indispensable para la democratización de la comunicación y la información. Hoy, intentamos desalambrar los pequeños fundos de las luchas populares para convertirla en una gran lucha, sin desviaciones, contra el enemigo: el capitalismo y sus consecuencias.
La oportunidad y necesidad obliga a la izquierda a repensarse; obliga a miradas autocríticas y debates sinceros, porque gran parte cambió el protagonismo popular por el de los aparatos políticos tradicionales. Cambiaron los actores, pero no se busca politizar la lucha social sino dar la pelea a través de partidos e instituciones, donde también presionan socialdemócratas europeos y el Vaticano para evitar un estallido social.
El capitalismo neoliberal acentuó su carácter colonial y depredador para apropiarse de las riquezas naturales de nuestros países, pero, lamentablemente, no existe confluencia entre los aparatos sindicales y las asambleas ambientalistas que se reproducen desde Oaxaca a Tierra del Fuego. Las respuestas dese el campo popular son fragmentadas, y la lucha se sigue haciendo con viejas y perimidas herramientas, obviamente insuficientes.
En estas guerras de quinta generación, no podemos pelear contra la inteligencia artificial y el big data, con arcos y flechas.
La izquierda de nuestro continente debe prepararse para volver a tomar el gobierno en los próximos años, reconociendo errores y virtudes, como la incapacidad de gestionar exitosamente la economía y la carencia de proyectos de desarrollo que compatibilicen el crecimiento económico sin desigualdad social, y con el cuidado de la naturaleza.
¿Volver? Hay que tener en claro para qué se quiere retornar al poder, dejando de lado la nostalgia y teniendo conciencia de que el mundo no es igual que a principios del milenio. El retorno debiera ser para poner al ciudadano como sujeto de política, empoderar a los pobres dándoles acceso a la educación, la salud, la alimentación.
Debiera ser para promover la inyección de instancias plebiscitarias de la democracia participativa en los mecanismos de la democracia representativa (lo que supone no cooptar para el gobierno a los referentes de los movimientos sociales que hoy ganan la calle), y disputar la idea de “patria”, de la soberanía nacional, para no dejarla en manos de la derecha. Reinstalar el concepto de “patria grande”, de unidad latinoamericana.
Ya lo decía el premonitorio filósofo rural Martín Fierro: “Los hermanos sean unidos , porque esa es la ley primera. Tengan unión verdadera, en cualquier tiempo que sea. Porque si entre ellos pelean, los devoran los de afuera”.
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Es medianoche, sentado en mi miniblioteca, mientras los minutos corren por mi reloj del sur (cuyas manecillas se mueven hacia la izquierda), mientras Daniel Viglietti canta su "Milonga de andar lejos": Yo quiero romper la vida,/ cómo cambiarla quisiera,/ ayúdeme compañero;/ ayúdeme, no demore, /que una gota con ser poco/ con otra se hace aguacero. Y en seguida arremete con su A desalambrar, para recordarnos que la tierra (y la lucha) es “mía, tuya y de aquel, de Pedro, María, Juana y José”
Sobre eso, precisamente, estuve tratando de escribir, sobre la necesidad de entender que la lucha es una sola y no se vende ni alquila por pedazos ni en cómodas cuotas, que la lucha es contra el capitalismo y por la defensa de un futuro para la humanidad. La pelea es entonces simultáneamente anticapitalista, anticolonial y antipatriarcal, en todos los ámbitos de la vida colectiva.
Me sirvo otro café, mientras la Negra Mercedes Sosa, con su vozarrón me interpela: “¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón”.
CLAE


El ALBA al contragolpe

Por: Angel Guerra Cabrera
21 diciembre 2018 | CUBADEBATE

Foto: Irene Pérez/ Cubadebate.
Fortalecer la unidad en la diversidad de los pueblos de nuestra América, de sus fuerzas de izquierda y progresistas y sus movimientos sociales frente a la arremetida imperial, fue consenso central de la XVI Cumbre de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos(ALBA-TCP), La Habana, Cuba, 14 de diciembre.
Los países miembros enfatizaron en la necesidad de proyectar un desarrollo económico más compartido, pues ningún país puede desarrollarse por sí solo, sino dentro de una comunidad de naciones sustentada en la solidaridad y la complementación. Hoy esa comunidad es el ALBA pero el ideal es que mañana sean todos los pueblos y estados al sur del río Bravo, por lo que batallaron Bolívar y Martí, Fidel y Chávez. La reunión dio gran relevancia a la solidaridad con Venezuela, cuyo presidente, Nicolás Maduro, pronunció las palabras finales, luego de que el canciller cubano Bruno Rodríguez Parrilla leyera la Declaración Final.
Al cumplir catorce años de su fundación, el ALBA-TCP ha hecho historia como instrumento de concertación política, de acciones económicas conjuntas y, principalmente, como articulador de programas sociales no únicamente limitados a sus integrantes sino extendidos a otros muchos países de América Latina y el Caribe. Su trayectoria solidaria no tiene paralelo con la de ninguna otra agrupación internacional.
En su intervención el presidente de Cuba Miguel Díaz-Canel recordó, entre otros logros del ALBA, los más de 2 800 000 latinoamericanos y caribeños que recuperaron la visión mediante la Operación Milagro, la erradicación del analfabetismo en Venezuela, Bolivia y Nicaragua, los más de 12 000 médicos de países del ALBA formados en Cuba y Venezuela, las más de 30 millones de consultas médicas brindadas y las 4 163 167 personas alfabetizadas en la región mediante el método cubano Yo sí puedo. El ALBA, añadió, es un paradigma de solidaridad, cooperación y concertación, esos valores son su principal fortaleza.
El mandatario cubano denunció que los enemigos de la independencia latinoamericana intentan impedir que se mantengan en el poder los gobiernos progresistas, para lo que usan la injerencia, la subversión, las agresiones económicas y la amenaza del uso de la fuerza. Subrayó que defender la vigencia de la Proclama de América Latina y el Caribe Como Zona de Paz adoptada en la cumbre de la CELAC en La Habana es esencial para defender la estabilidad de la región. Calificó de imperativo la defensa de la ética y la justicia y el rechazo a la judicialización de la política, con la cual se intenta seguir condenando a las fuerzas progresistas en países como Brasil.
En la reunión se pudo apreciar el talento político de los líderes de los pequeños estados insulares del Caribe Oriental. Ralph Gonsalves, primer ministro de San Vicente y las Granadinas consideró que ha sido precisamente la posición del ALBA-TCP la que ha impedido hasta hoy una intervención militar contra Venezuela por parte de EEUU, una posición que se mantiene ahora, cuando el presidente Trump, ha dicho que “ninguna opción está descartada”.
A su turno, Maduro evocó la primera visita de Chávez a Cuba, hace justamente 24 años. Vino con visión bolivariana y martiana y lleno de sueños, tuvo la gran sorpresa de que en la escalerilla del avión lo esperaba un gigante, Fidel Castro Ruz, y se dieron un abrazo, primer paso para esta grandiosa historia del ALBA, la CELAC, Petrocaribe.
Recordó la arrolladora victoria electoral del comandante cuatro años después, que lo catapultó a la presidencia y la derrota del golpe de Estado de 2002, que abrió el camino a la fundación del ALBA por Chávez y Fidel en 2004 mientras en Miami era lanzado el colonial ALCA para engullir a la región. Argumentó que a partir de entonces se hicieron posibles las grandes misiones sociales educativas y de salud en Venezuela, de las que han participado decenas de miles de colaboradores cubanos.
El líder venezolano puso la criptomoneda petro a disposición de la organización y llamó al relanzamiento de las misiones, incluyendo la regional Misión Milagro, ya en parte incluido en el instrumento de cooperación bilateral entre Cuba y Venezuela firmado ese mismo día. Habló de la importancia de crear un pensamiento económico propio y retomar el Consejo Económico del ALBA, el que se propone lo dirija Bolivia, con el mayor crecimiento económico de América Latina y el Caribe en la última década.
Al referirse a la necesidad de crear una zona económica común de los países del ALBA para ir a un desarrollo compartido y unificado de todos, Maduro exhortó a unirse para ello “como lo hacemos en educación, cultura, recreación, lucha contra el cambio climático y contra el bloqueo a Cuba en la ONU o la solidaridad con Venezuela en la OEA”.
Preparémonos para nuevas batallas, preparémonos para renovar la esperanza, preparémonos para la victoria, concluyó Maduro.