El imperio está tratando de aplicar en Venezuela el escenario “Libia-2011”
Carlos E. Lippo
Opinión
07/01/2019 - ALAI
“Los ataques contra nosotros son constantes, despiadados y de toda índole. Y no son sólo económicos.
Por ejemplo, ahora, con las fiestas de fin de año, han llegado desde afuera, cruzando la frontera, decenas de comandos terroristas especializados en los sabotajes eléctricos”
Nicolás Maduro Moros, enero de 2019
Por ejemplo, ahora, con las fiestas de fin de año, han llegado desde afuera, cruzando la frontera, decenas de comandos terroristas especializados en los sabotajes eléctricos”
Nicolás Maduro Moros, enero de 2019
Es
un hecho conocido que la invasión a Libia ocurrida entre marzo y
octubre del año 2011 fue una intervención militar encabezada por
mercenarios extranjeros y fuerzas de la Organización del Tratado del
Atlántico Norte (OTAN) comandadas por los Estados Unidos, en contra del
Gobierno legítimo del Coronel Muamar Gadafi, quien después de haber
derrocado el corrupto gobierno monárquico del rey Idris cuarenta y un
años antes, había unificado la nación, declarando en 1977 la Yamahiriya
Árabe Libia Popular y Socialista, que logró generar significativos
avances en materia política, económica y social, que hicieron de Libia
el país con la menor desigualdad y con el mayor ingreso per cápita de
todo el continente africano.
Oportuno
es señalar que una parte importante de los mercenarios a los que hemos
hecho referencia en el párrafo anterior eran de origen colombiano, tal
como fue puesto en evidencia por las voces en idioma español con marcado
e inconfundible acento colombiano, registradas en algunos videos del
atroz linchamiento de Gadafi ocurrido a mediados de octubre de 2011, que
fueron profusamente difundidos en aquellos días.
A
pesar de que el imperio y sus aliados repitieron hasta la saciedad en
todos los escenarios posibles, incluyendo el Consejo de Seguridad de la
ONU, que el objetivo de tan vasta y desigual operación militar era el
establecimiento de la “democracia” y la preservación de los
derechos humanos de unos supuestos rebeldes libios que ellos mismos
armaron e introdujeron al territorio libio a través de la frontera con
Egipto, resulta evidente que el objetivo real era tomar posesión de las
reservas de petróleo, y privatizar la industria petrolera del país,
transfiriendo el control y la propiedad de la riqueza petrolera de Libia
a manos extranjeras.
Se
ha sabido posteriormente que el intento de Gadafi de promover una nueva
moneda, el dinar libio respaldado por oro (1), como divisa convertible
en toda la Unión Africana, así como el plan de dejar de vender el
petróleo en dólares y empezar a comercializarlo por medio del dinar de
oro, fue lo que motivó su atroz asesinato, a causa de los devastadores
efectos que la aplicación de tales medidas hubiese causado sobre la
economía estadounidense.
Una serie de
hechos ocurridos entre febrero y octubre de 2011 habrán de servir para
caracterizar apropiadamente la naturaleza y alcance de esta
extremadamente artera operación injerencista ejecutada por el imperio y
sus aliados; a continuación presentamos una breve reseña de tales
hechos:
- Durante el mes de febrero, una serie de funcionarios de alto rango del gobierno de Libia decidieron desconocer la autoridad de Gadafi y sumarse a la “insurrección”, creando un presunto gobierno paralelo que llamaron Consejo Nacional de Transición (CNT), dirigido desde el exterior por Mustafá Abul Jalil, quien hasta el 21 de febrero se desempeñaba como Ministro de Justicia de Gadafi. Esta instancia espuria es la que solicita impúdicamente la intervención militar de su país, siendo reconocida por la Asamblea General de la ONU como autoridad legítima de Libia, sin haber formado gobierno alguno a mediados de septiembre, y por la Liga Árabe, organización creada a instancias de Gadafi en el 2001, pocos días más tarde.
- A comienzos de marzo, la Corte Penal Internacional (CPI) pidió investigar a Gadafi por supuestos crímenes de lesa humanidad por las acciones militares emprendidas en las manifestaciones antigubernamentales y a estas acusaciones se le sumó una de la Interpol, que consideraba que el líder libio había ordenado bombardeos aéreos contra civiles indefensos. El 19 del mismo mes, cuando el gobierno de Gadafi se encontraba a punto de derrotar a los “rebeldes”, retomando las zonas transitoriamente ocupadas al este del país, a la vez que estaba intentando una solución política del conflicto con la intermediación de la Unión Africana, las fuerzas militares de los Estados Unidos y Francia iniciaron una brutal e injustificada serie de bombardeos sobre las fuerzas gubernamentales, con la falsa excusa del establecimiento de la zona de exclusión aérea que “ingenuamente” había sido autorizada por el Consejo de Seguridad de la ONU.
- El 13 de junio, la secretaria de estado norteamericana Hillary Clinton “exigió” a los países miembros de la Unión Africana que abandonaran al gobierno libio, cerraran sus embajadas en Trípoli y reconocieran al Consejo Nacional de Transición como gobierno legítimo, siendo oportuno señalar que en aquella oportunidad esa instancia sostuvo que no era posible alcanzar una solución a la crisis en Libia, sin que Gadafi formase parte de ella.
Sostengo
responsablemente que el imperio está tratando de aplicar en Venezuela
un escenario bélico de similares características al que instrumentó en
el 2011 en Libia, con la sola substitución de la OTAN por una fuerza
multilateral regional que llevan años tratando de conformar, porque es
totalmente imposible que sean meramente casuales las coincidencias y
similitudes de hechos como los anteriormente reseñados, con algunas de
las acciones injerencistas que ha venido desarrollando el imperio en los
últimos días, con el propósito de defenestrar a la Revolución
Bolivariana; en este sentido podemos señalar, entre otras, las
siguientes acciones:
- El desarrollo del plan denunciado por el Presidente Maduro el pasado 12 de diciembre (2), encomendado al secretario de seguridad nacional, John Bolton, con el propósito de “llenar de violencia a Venezuela y para buscar una intervención militar extranjera, un golpe de estado, asesinar al Presidente e imponer lo que llaman ellos un consejo de gobierno transitorio”, evidenciado por los siguientes hechos: el entrenamiento de mercenarios colombianos y venezolanos en territorio colombiano y estadounidense, en complicidad con el gobierno de Iván Duque, que en una cantidad aproximada de 734 efectivos, se estarían aprestando para ejecutar acciones de falsa bandera (falsos positivos), portando uniformes e insignias del ejército venezolano, del lado colombiano de la frontera; el entrenamiento de fuerzas de comando, en la Base Aérea Englin, al sur de la Florida (EE UU), con el propósito de intentar una "agresión quirúrgica" contra bases aéreas y navales venezolanas; siendo objetivos prioritarios: la Base Aérea Libertador de Palo Negro (estado Aragua); la Base Naval Agustín Armario, de Puerto Cabello (estado Carabobo) y la Base Aérea de Barcelona (estado Anzoátegui); y el entrenamiento de agrupaciones paramilitares destinadas a atacar a Venezuela, en la Base Aérea de Tolemaida, ubicada en el municipio de Melgar, en el departamento de Tolima, una de las siete bases estadounidenses instaladas en Colombia desde hace varios años.
- El ingreso al país través de la frontera occidental, aprovechando las pasadas fiestas decembrinas, de decenas de comandos terroristas especializados en sabotajes a los sistemas eléctricos, de tratamiento y distribución de aguas y de transporte público, así como en acopiar ingentes cantidades de papel moneda para llevarlo a Colombia con fines de desestabilización económica, tal como lo denunciase el propio Presidente Maduro en una entrevista difundida el pasado 01 de enero (3); siendo oportuno señalar que infortunadamente algunos de estos comandos ya han actuado exitosamente sobre el sistema eléctrico en el estado Zulia, como lo ha venido señalando el ministro de energía eléctrica, Luis Motta Domínguez (4), mientras que otros se han visto frustrados en sus intentos, como un grupo que intentó sabotear la planta de llenado de gasolinas de Yagua, hace pocos días.
- La anunciada retirada de Siria de las tropas estadounidenses, que habrá de dejar cesante a una cantidad importante de mercenarios que habían venido actuando en combinación con ellas; teniendo en cuenta que muchos de estos mercenarios son de origen latinoamericano, especialmente colombianos, resulta más que probable que sean incorporados a la “aventura” bélica en Venezuela.
- Un sinnúmero de intentos fallidos para instaurar un gobierno paralelo de naturaleza espuria, apoyándose en decisiones inconstitucionales de la Asamblea Nacional en desacato o del Tribunal Supremo de Justicia, también espurio, al haber sido designado por esa asamblea estando en estado de desacato, que impúdicamente viene sesionando en la sede del congreso de Colombia. Dicho gobierno no ha podido ser constituido a pesar de que llevan años intentándolo, debido a la profunda fragmentación por la que vienen atravesando las fuerzas de la contrarrevolución, así como por su imposibilidad de ser reconocido hasta ahora por la maltrecha OEA de Luis Almagro; siendo evidente que, al igual que en la Libia del 2011, su primera ejecutoria sería el solicitar la intervención militar del país.
- La solicitud de investigación de supuestos crímenes de lesa humanidad y abusos a los derechos humanos ocurridos en Venezuela desde el 12 de abril de 2014 bajo el gobierno de Nicolás Maduro, introducida ante la Corte Penal Internacional (CPI) a finales del mes de septiembre del pasado año por los gobiernos cipayos de Argentina, Canadá, Chile, Colombia, Paraguay y Perú (5); siendo oportuno y necesario apuntar que hace pocos días, después de reunirse con el secretario de estado Pompeo, el presidente Duque, en lacayuno gesto que le retrata de cuerpo entero como el servidor incondicional del imperio que es, exhortó a otros países de la región a que se sumasen a dicha vergonzosa solicitud (6).
- Un sinnúmero de reuniones del secretario de estado norteamericano, Mike Pompeo, con cancilleres y jefes de gobierno de los países cipayos de la región, todas ellas celebradas con el propósito de intentar la conformación de una fuerza multilateral regional para intervenir militarmente en Venezuela, así como para transmitirles de manera directa las órdenes de su gobierno sobre la postura a asumir en ocasión del inicio del segundo período constitucional del Presidente Maduro, el próximo 10 de enero; siendo las más recientes: la celebrada en Brasilia con el canciller del Perú, el pasado 1° de enero; la celebrada en Cartagena de Colombia con Iván Duque, el día 2 de enero; y la celebrada vía videoconferencia con los cancilleres del “Grupo de Lima”, durante la reunión de ese esperpento diplomático celebrada el día 4, en la cual, con la sola excepción de México, los gobiernos de 12 países de la región y el del Canadá, han anticipado su desconocimiento al próximo gobierno legítimo de Maduro a la vez que le instan a entregar el ejecutivo en manos de la Asamblea Nacional en desacato (7).
- Unas más que infelices declaraciones en las que a título personal pero comportándose vergonzantemente como el “ministro de colonias” del imperio, el inefable Luis Almagro llega mucho más lejos que el autodenominado “Grupo de Lima”, al decir sin el apoyo de la organización que en mala hora preside, que la OEA reconocería a un eventual gobierno provisorio de Venezuela, al decir textualmente: “Apoyamos que la Asamblea Nacional asuma el poder de manera provisoria el 10 de enero como ha sido debidamente estipulado por el Tribunal Supremo de Justicia legítimo, ambos poderes legítimos y constitucionales” (8).
- Un solapado llamamiento al golpe militar proferido por el nuevo presidente de la Asamblea Nacional en desacato en la sesión inaugural del día de hoy, en la que se pronunció por la instalación de un gobierno de transición el próximo día 10, sólo que descargando en la FANB la principal responsabilidad de crearlo (9). La coincidencia del discurso de este pichón de neofascista con la posición del imperio es tal, que me atrevería a decir que el mismo le fue redactado en la embajada norteamericana.
Es ante tal cúmulo de evidencias que he formulado la hipótesis de la aplicación del escenario “Libia-2011”
en Venezuela. La única variante previsible sobre este escenario
consiste en que no habiendo logrado conformar la pretendida fuerza
multilateral regional, según se desprende de los acuerdos alcanzados en
la última reunión del “Grupo de Lima”, y habiendo sido
destituido recientemente el belicoso presidente de Guyana, David
Granger, los gringos tendrán que jugársela sólo con el apoyo de las
fuerzas armadas de Brasil, Canadá y Colombia, a menos que otros
gobiernos de la OTAN decidan sumarse en apoyo de sus socios americanos.
Finalmente,
quiero decir que tengo el firme convencimiento de que Venezuela no es
la Libia del Coronel Gadafi, quien bastante antes de la invasión había
materializado su decisión de destruir todo su arsenal de armas
estratégicas confiando ingenuamente en las falsas promesas del imperio.
Y
es que si estúpidamente deciden venir por nosotros tendrán que
enfrentarse a un pueblo armado, que: entre soldados regulares,
milicianos y voluntarios sumaría más de 3 millones de combatientes que
representan la mitad de la población total de Libia en aquellos días;
cuenta con modernísimos sistemas de armas, tales como los mísiles S-300,
conocidos como el terror de la aviación sionista israelí; y que sin
duda alguna habrá de recibir la solidaridad ofrecida por todos los
países del ALBA-TCP, así como de las potencias amigas de escala
planetaria: Rusia, China, Irán y Turquía.
Notas
(8) https://www.diariolasamericas. com/america-latina/almagro- llama-desconocer-el-regimen- maduro-n4169450
Caracas, 5 de enero de 2019
¿Intervención, desestabilización de aliados? Qué le espera a Venezuela en 2019
©
AP Photo / Ramon Espinosa
14:27 29.12.2018 - SPUTNIK NEWS
La juramentación de Maduro en medio del caos de las relaciones internacionales
por Franco Vielma
Enero 9 de 2019, 3:05 pm - MISIÓN VERDAD
El
presidente venezolano Nicolás Maduro Moros se juramentará el 10 de
enero luego de su reelección que tuvo lugar en mayo pasado ante el
Tribunal Supremo de Justicia. Este significativo acto político, pese a
verse atravesado por señalamientos controversiales, para Venezuela se
reviste en un contrapeso de la institucionalidad venezolana frente a las
agendas de caos que se han promovido contra el país en sus frentes
interno y externo.
El caso venezolano viene a ser, por el contexto del mundo convulso, una antítesis frente a la vertiginosa destrucción de los sistemas de gobernanza global, que empujan a las naciones a una espiral de alto riesgo.
Para empezar, el choque de elites intestino a la política estadounidense, justo ahora cuando el gobierno de ese país presenta un cierre por choques entre el ejecutivo y el poder legislativo, la posibilidad de impeachment contra Trump y la errática y desbocada política exterior estadounidense que los ha enfrentado a Europa, que también les ha colocado en guerra comercial contra China y en relaciones cada vez más hostiles en otros frentes.
La tensión entre los países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y Rusia en la Península de Crimea y otros territorios de Europa oriental es otro factor a sopesar. Al mismo tiempo las tensiones en Asia, justo ahora que China ha llamado a su ejército a "prepararse para la guerra" por la integridad del territorio chino y Taiwán y la disputa por la garganta comercial asiática que es el Mar Meridional Chino.
Francia arde. Europa, que luce debilitada y con sus consensos fragmentados, lidia con los efectos inmanejables de la estela migratoria, consecuencia una vez que Europa subordinó su política exterior a las aventuras estadounidenses en varios países del Medio Oriente.
Siria vence la guerra mercenaria salafista con apoyo de Rusia e Irán, no obstante la retirada estadounidense persiste como elemento indeterminado, en una trama de conflicto subregional que también se encuentra atravesada por la guerra de Arabia Saudita contra Yemen y que ha ocasionado una de las crisis humanitarias más graves de nuestro tiempo.
Regresando a América Latina, la fragmentación política se cierne alrededor del tema Venezuela. Los espasmos integracionistas que marcaron otrora momentos políticos en la región, se diluyeron con la regresión del ciclo progresista regional y la contraofensiva de las fuerzas de derecha y ahora de ultraderecha, tal como lo ilustra el caso brasileño. Estados Unidos ha sabido emprender un reordenamiento de su tradicional área de influencia colocando bajo su sombra a los países alineados en el Grupo de Lima, una instancia no institucional y sin poder vinculante, que aún así se erige como foro supuestamente legítimo para afinar la política en el continente.
Estar en contra o a favor del injerencismo en Venezuela es la agenda que entonan las relaciones internacionales en este lado del mundo, propiciando situaciones de estridencia que son inéditos, donde las amenazas militares y los ataques políticos estadounidenses colocan a Colombia y a Brasil como portaaviones y dispositivos operativos y funcionales para tales fines.
No está demás decirlo: Estados Unidos aparece en todos estos frentes de conflicto global.
De hecho, el planteamiento operativo de "cerco a Venezuela" luego del 10 de enero no tiene consensos totales. El gobierno de Mauricio Macri publicó hace poco un conjunto de unilaterales e ilegales sanciones contra autoridades venezolanas, pero dejaron en claro que sostendrían su embajada en Caracas, según ellos "para mantener contacto con dirigentes opositores venezolanos", pero en definitiva dejando por sentado que un cese de relaciones se da por descartado. México y Uruguay han dejado claro frente al Grupo de Lima que reconocerán el mandato de Maduro.
El ascenso del presidente Maduro a un segundo mandato, por vía legítima del voto, es precisamente un hecho político diametralmente contrario a la agenda de desplazamiento, golpe e intervención de la vida política venezolana, pues sobre estos dispositivos de horror yace el sistemático principio de la política estadounidense de avasallar a los Estados-nación. Venezuela, que es también un foco de influencia a escala regional, es el contrapeso concreto visible a la política de desmantelamiento de países que ha orquestado Washington.
Venezuela se ha apegado a su institucionalidad y ha resistido desde ella, pese a los chantajes y presiones. Para muchos factores en la política internacional, las posibilidades de una regresión en el conflicto venezolano estarían planteadas desde un nuevo acuerdo dialogado en Venezuela. Pero como en otras ocasiones, este estaría intervenido por factores perturbadores interesados en imponer su política del garrote, como ha ocurrido en ocasiones anteriores mediante el boicot al diálogo por parte de la oposición venezolana, que obedece directrices del Departamento de Estado.
¿Qué opciones quedan para Estados Unidos si de avasallar al Estado-nación venezolano se trata? ¿Cuáles serán las dimensiones reales en la errática y conflictuada política exterior estadounidense en este lado del mundo?
En este punto, el 10 de enero como inflexión de la política venezolana y de la región signará el inicio de una etapa. La resolución entre la estabilidad política frente a la agenda de caos planetario, tiene un importante episodio en Venezuela.
La mayoría de las visiones regionales, viniendo de ambos lados de la lateralidad política, coinciden que Latinoamérica debe preservarse como zona sin conflictos. Pero esos consensos no bastan. Son impredecibles los recovecos en el laberinto de la política estadounidense, que es hoy convulsa, complejizada y se encunetra en declive.
El caso venezolano viene a ser, por el contexto del mundo convulso, una antítesis frente a la vertiginosa destrucción de los sistemas de gobernanza global, que empujan a las naciones a una espiral de alto riesgo.
Para empezar, el choque de elites intestino a la política estadounidense, justo ahora cuando el gobierno de ese país presenta un cierre por choques entre el ejecutivo y el poder legislativo, la posibilidad de impeachment contra Trump y la errática y desbocada política exterior estadounidense que los ha enfrentado a Europa, que también les ha colocado en guerra comercial contra China y en relaciones cada vez más hostiles en otros frentes.
La tensión entre los países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y Rusia en la Península de Crimea y otros territorios de Europa oriental es otro factor a sopesar. Al mismo tiempo las tensiones en Asia, justo ahora que China ha llamado a su ejército a "prepararse para la guerra" por la integridad del territorio chino y Taiwán y la disputa por la garganta comercial asiática que es el Mar Meridional Chino.
Francia arde. Europa, que luce debilitada y con sus consensos fragmentados, lidia con los efectos inmanejables de la estela migratoria, consecuencia una vez que Europa subordinó su política exterior a las aventuras estadounidenses en varios países del Medio Oriente.
Siria vence la guerra mercenaria salafista con apoyo de Rusia e Irán, no obstante la retirada estadounidense persiste como elemento indeterminado, en una trama de conflicto subregional que también se encuentra atravesada por la guerra de Arabia Saudita contra Yemen y que ha ocasionado una de las crisis humanitarias más graves de nuestro tiempo.
Regresando a América Latina, la fragmentación política se cierne alrededor del tema Venezuela. Los espasmos integracionistas que marcaron otrora momentos políticos en la región, se diluyeron con la regresión del ciclo progresista regional y la contraofensiva de las fuerzas de derecha y ahora de ultraderecha, tal como lo ilustra el caso brasileño. Estados Unidos ha sabido emprender un reordenamiento de su tradicional área de influencia colocando bajo su sombra a los países alineados en el Grupo de Lima, una instancia no institucional y sin poder vinculante, que aún así se erige como foro supuestamente legítimo para afinar la política en el continente.
Estar en contra o a favor del injerencismo en Venezuela es la agenda que entonan las relaciones internacionales en este lado del mundo, propiciando situaciones de estridencia que son inéditos, donde las amenazas militares y los ataques políticos estadounidenses colocan a Colombia y a Brasil como portaaviones y dispositivos operativos y funcionales para tales fines.
No está demás decirlo: Estados Unidos aparece en todos estos frentes de conflicto global.
Las cartas por jugarse en Venezuela
Recientemente el embajador ruso en Venezuela, Vladimir Zaemsky, señaló las intenciones de Estados Unidos de intervenir militarmente en Venezuela. No obstante, por posiciones públicas de diversos gobiernos en la región, es sabido que pese a las hostilidades políticas de presidentes latinoamericanos en el Grupo de Lima contra Venezuela, entre la mayoría de sus integrantes hay un claro rechazo a la opción militar contra la nación petrolera.De hecho, el planteamiento operativo de "cerco a Venezuela" luego del 10 de enero no tiene consensos totales. El gobierno de Mauricio Macri publicó hace poco un conjunto de unilaterales e ilegales sanciones contra autoridades venezolanas, pero dejaron en claro que sostendrían su embajada en Caracas, según ellos "para mantener contacto con dirigentes opositores venezolanos", pero en definitiva dejando por sentado que un cese de relaciones se da por descartado. México y Uruguay han dejado claro frente al Grupo de Lima que reconocerán el mandato de Maduro.
El ascenso del presidente Maduro a un segundo mandato, por vía legítima del voto, es precisamente un hecho político diametralmente contrario a la agenda de desplazamiento, golpe e intervención de la vida política venezolana, pues sobre estos dispositivos de horror yace el sistemático principio de la política estadounidense de avasallar a los Estados-nación. Venezuela, que es también un foco de influencia a escala regional, es el contrapeso concreto visible a la política de desmantelamiento de países que ha orquestado Washington.
Venezuela se ha apegado a su institucionalidad y ha resistido desde ella, pese a los chantajes y presiones. Para muchos factores en la política internacional, las posibilidades de una regresión en el conflicto venezolano estarían planteadas desde un nuevo acuerdo dialogado en Venezuela. Pero como en otras ocasiones, este estaría intervenido por factores perturbadores interesados en imponer su política del garrote, como ha ocurrido en ocasiones anteriores mediante el boicot al diálogo por parte de la oposición venezolana, que obedece directrices del Departamento de Estado.
¿Qué opciones quedan para Estados Unidos si de avasallar al Estado-nación venezolano se trata? ¿Cuáles serán las dimensiones reales en la errática y conflictuada política exterior estadounidense en este lado del mundo?
En este punto, el 10 de enero como inflexión de la política venezolana y de la región signará el inicio de una etapa. La resolución entre la estabilidad política frente a la agenda de caos planetario, tiene un importante episodio en Venezuela.
La mayoría de las visiones regionales, viniendo de ambos lados de la lateralidad política, coinciden que Latinoamérica debe preservarse como zona sin conflictos. Pero esos consensos no bastan. Son impredecibles los recovecos en el laberinto de la política estadounidense, que es hoy convulsa, complejizada y se encunetra en declive.
2019. Venezuela altera la recomposición de Washington: informe especial
Enero 7 de 2019, 10:36 am MISIÓN VERDAD
2019
abre el telón y rápidamente el país es deslizado a una nueva operación
de cambio de régimen que sintetiza y acumula los aspectos más
destructivos de las anteriores.
La violencia y las hostilidades, como en toda guerra, nuevamente comenzaron por el discurso y como siempre en orden de autoridad y dependencia: desde el secretario de Estado Mike Pompeo, pasando por el Grupo de Lima, para finalmente terminar en la asunción del diputado de Voluntad Popular Juan Guaidó como presidente de una Asamblea Nacional en desacato.
A partir de ahí se desprenden las líneas gruesas del paisaje de confrontación en el cual se desarrollará el ciclo político local en el primer semestre del año, entre tendencias de fractura y recomposición de la propia sociedad venezolana y con las determinaciones de una crisis geopolítica y civilizatoria que, con la aceleración del conflicto entre Estados Unidos y China, nos pone a coger palco.
En el campo estrictamente nacional, Rondón no ha entrado a pelear todavía. Cuando suceda en los próximos días y semanas, tendremos una fotografía más nítida de la correlación de fuerzas actual, al menos, para este primer semestre del año, a lo que inexorablemente habrá que sumar el pulseo geopolítico después del 10 de enero.
Para muestra un botón: nuevamente la Asamblea Nacional y plataformas internacionales subordinadas a Washington desconocen al gobierno venezolano. Aunque esto sucede ahora en un contexto político de mayor tensión geopolítica, y sin lugar a dudas con agendas disruptivas operando detrás pero más alebrestadas de lo común, es imprevisible saber la magnitud y la virulencia de la nueva operación de cambio de régimen que está en marcha por la urgencia propia de los planificadores estadounidenses.
En todas las escalas del organigrama de la agresión contra Venezuela hay improvisación, y nadie sabe a ciencia cierta si las fases de lo planificado culminarán exitosamente. Ellos también operan en una calle ciega y sin manejo concreto de todas las variables en juego, y es allí donde el escenario cunde de peligrosidad porque hace posible tantear la brutalidad de un acontecimiento inesperado que voltee las circunstancias.
No olvidar: ya lo intentaron con el frustrado magnicidio en un día cualquiera de agosto sin que hubiera una trama visible de golpe.
Son incuantificables las causas que originan esta ausencia de brújula. Una de ellas que se puede analizar por su relevancia, está vinculada a la novedad histórica de nuestro tiempo: vivir una gigantesca transición y ruptura del orden mundial global vigente y de su proyecto de gobernanza, pero en medio del desgarro material y psíquico de la globalización neoliberal que impide la consolidación en el tiempo de cualquier sistema de reglas de convivencia. Nunca antes, en tan poco tiempo y con tanta violencia, tantos intereses, rabias, frustraciones, desórdenes existenciales y delirios, se habían acumulado y entrado en contradicción bajo una premisa apocalíptica. Su nombre es "guerra civil global" y atraviesa tanto a la élite como al 99% de la población.
Por sus condiciones y singularidades históricas, Venezuela recibe el impacto de este oleaje de tensiones sin un modelo de país propio que pueda metabolizarlas y orientarlas hacia un freno de la disgregación. Esto dibuja el marco histórico y espiritual de la guerra en curso.
Pero es justamente desde ahí que se desprende el objetivo estratégico del nuevo intento de cambio de régimen: la intensificación del asedio para que el país no tenga tiempo, calma, orden, ni los recursos materiales y físicos para construirse un nuevo pacto social y económico donde protegerse y reinventarse ante la turbulencia global. Derrocar al chavismo antes de su próxima reinvención: la lógica de funcionamiento de la guerra desde 2013.
En este sentido, el reto del proyecto venezolano también va por partida doble. Frente a las sanciones que presionan hasta el extremo todas nuestras contradicciones económicas, y en paralelo, frente a la guerra política internacional que maneja los tiempos de forma suicida, posterga que la experiencia acumulada sea invertida en nuestra urgente reconstrucción nacional.
Así, el derrocamiento del gobierno presentado bajo trampas legales que siempre encubren las opciones antipolíticas de fondo, expresa a su vez el empuje del poder global por disolvernos como experiencia política continental. Y Maduro es su botín simbólico.
Esto lo certificó el paseo del secretario de Estado Mike Pompeo por Brasil y Colombia para coordinar los próximos pasos del hostigamiento diplomático contra el país, la traducción posterior de esa línea de acción y otras más en el comunicado del Grupo de Lima, y su puerto de llegada en el ventrílocuo del momento, Juan Guaidó, que sin ofrecer resistencias y simulando una especie de impronta de la sociedad civil, trasladó al hemiciclo la agenda de una coalición de gobiernos extranjeros.
Aunque bastante reducida y conocida es su estatura moral, a tal punto de reducir un poder soberano del Estado venezolano a estatus de oficina del Departamento de Estado norteamericano, lo que ocurrió no podría haber sido de otra forma. La minusvalía opositora en el campo electoral como consecuencia de su complejo de Edipo hacia Estados Unidos, la ausencia de un liderazgo de proyección nacional y la reducción de su base de apoyo, ha hecho de la subordinación a instancias extranjeras su única garantía de existencia en el tablero político.
El legado de Julio Borges de transferir a Estados Unidos y la Unión Europea las líneas gruesas de la presión económica-financiera y diplomática contra Venezuela, que reclamó como suyas el Grupo de Lima, ahora se revierte contra un Guaidó que debe administrar un elefante blanco con distintos jefes supranacionales que pregonan orientaciones y vías distintas para conducir la confrontación con el chavismo.
Esa debilidad quedó manifestada en el pésimo equilibrismo que hizo al llamar desde la tribuna de oradores a la conformación de un "Gobierno de Transición" que "no dependerá exclusivamente del Parlamento", entre otros malabares como anunciar la "usurpación de Nicolás Maduro en la Presidencia", pero evadiendo si el escenario se resolverá con él mismo simulando la toma de posesión de la primera magistratura del Estado.
Guaidó deberá acometer una tarea imposible en una fracción muy corta de tiempo: a lo interno, mantener entusiasmada a la barra brava del "Team Almagro" que pregona la intervención directa y a las otras tendencias opositoras, muy debilitadas hoy, que apuestan por la negociación apropiándose a su manera del comunicado del Grupo de Lima. A lo externo, en consecuencia, deberá sostener el apoyo del gobierno de Iván Duque y el pedido de choque de poderes exprés solicitado por Washington.
La finitud de Guaidó estará marcada por esa presión de agendas de distinto nivel, fuerza y apresto financiero, que operan bajo el consenso de que la promesa política del estado Vargas debe ser sacrificada, o al menos desgastada al máximo posible, mientras se acumulan los factores de presión económica, financiera e institucional que harán viable e "impostergable" una intervención militar preventiva. Es decir, la definitiva fase de securitización del conflicto venezolano, la cual dependerá, sí o sí, de que esa deriva se imponga bajo la promoción del contencioso local como una amenaza a la seguridad de una entidad política concreta (Colombia o Estados Unidos) o "internacional", empleado como recurso propagandístico los efectos de la migración.
Las operaciones de bandera falsa, "crisis humanitarias" de laboratorio, simulación de enfrentamientos armados o la conformación de grupos mercenarios, serán clave para llegar a ese punto. La porosidad de la frontera colombo-venezolana se perfila como la base de desestabilización seleccionada por sus rasgos, características y lesionado tejido.
Por su violencia, implica una carta de navegación para legitimar cualquier acción insurreccional que apunte a quebrar la Constitución venezolana. Por sus compromisos previamente adquiridos, se asume como plataforma internacional de los intereses de ExxonMobil en el petróleo del Esequibo guyanés, al cuestionar la expulsión legal de un buque de exploración por parte de la Marina venezolana hace pocos días. Por su composición heterogénea, ofrece una plataforma de opciones políticas contradictorias (derrocar a Maduro y pedir elecciones al mismo tiempo, por ejemplo) que agregará mayores rivalidades a la dirigencia opositora, quizás afectando algunas posturas dentro del Grupo dependiendo de cómo se desarrolle la situación.
Pero por su finalidad, el Grupo de Lima se abroga un conjunto de atribuciones y facultades del Estado que persigue el tutelaje de las instituciones venezolanas. Desde su exigencia a que sea transferido el poder ejecutivo a la Asamblea Nacional, la designación de las elecciones del 20 de mayo pasado como ilegítimas, hasta la exhortación al bloqueo del comercio internacional con Venezuela y el reconocimiento del "Tribunal Supremo en el exilio", queda expresado el interés por monitorear y suplantar las instituciones nacionales y la voluntad político-electoral expresada por la mayoría de la población.
Una agresión que no se finaliza únicamente en el ámbito diplomático por ser un comunicado, sino que busca interferir en las prácticas institucionales concretas del Estado venezolano, que son básicamente, como las de cualquier otro Estado, el manejo de su comercio exterior, la autodeterminación de su tejido legal y de conducir sus procesos electorales, la protección de su integridad territorial y la salvaguarda de la autoridad de sus poderes públicos.
En lo simbólico, el Grupo de Lima se abroga una especie de autoridad supranacional al consagrar como legal y jurídicamente vinculante lo que deviene de su criterio, y no aquello que impone la Constitución venezolana reafirmada por su población en cada proceso electoral. En el discurso público y con el apoyo material de la Asamblea Nacional, el Grupo intenta reconfigurar la soberanía venezolana como una extensión de la suya.
Este socavamiento y acoso de la anatomía del Estado venezolano, apoyándose en la Asamblea Nacional, no se corresponde tanto con la metódica del choque de poderes del año 2015, sino que dio un paso adelante configurando una base de reconocimiento internacional a la emergencia de un paraestado. La cercanía con el formato libio es reconocible de inmediato, tanto por el lenguaje simbólico de la "usurpación" que posibilitó la intervención de la OTAN, como por el uso de la narrativa de la transición, que camufla el discurso de la guerra civil de fondo, para presionar a un país a dividirse entre dos Estados, que compiten por autoridad, legitimidad internacional y administración de los recursos de la nación.
Ningún formato al exportarse guarda todo su diseño original, siempre es sometido a las condiciones nuevas donde se pone a prueba y a las modificaciones que proporcionan sus variables. En ese sentido, las sanciones dirigidas a bloquear el acceso al comercio internacional del país por parte del gobierno venezolano, a lo que se suma el acoso y la prohibición de viajes contra altos funcionarios de la República, han pretendido configurar un vacío relativo de funciones estatales que, ahora, ante las nuevas circunstancias, pudiera plantear su suplantación por la vía de un "Gobierno de Transición" de laboratorio.
La diferencia crucial entre el formato y su adaptación a Venezuela es que en Libia el "Consejo Nacional de Transición" ostentaba un ejército paramilitar de extracción terrorista y había logrado el control de buena parte del país ante de su reconocimiento internacional. En el caso venezolano, la fase internacional maduró sin esta variable de poder fáctico por la capacidad de detección y desestructuración de grupos mercenarios por parte del Estado venezolano.
La incógnita de si son posibles no está en su factibilidad per se, pues las sanciones económicas representan un aliciente al descontento social que puede ser empleado articulando (y financiando) protestas sectoriales disgregadas que vayan gestionando un sentido común de conflictividad generalizada.
El asunto clave está en si el antichavismo cuenta con un base de masas lo suficientemente sólida, animada y movilizada con la cual mantener un ambiente de crispación y violencia el tiempo suficiente que exige la maduración de las condiciones internacionales, o al menos el necesario para acompañar la presión económica-financiera e internacional hacia el objetivo de fracturar al gobierno venezolano. Es imposible proyectar una respuesta definitiva, sin embargo, la experiencia de dos revoluciones de color en menos de cinco años nos dan como elementos de alerta una etapa de preparación de condiciones, que van desde la instalación de un relato sofisticado hasta la gestación de un liderazgo que asumirá la vanguardia, que por ahora no muestra signos de maduración.
A esto se suma, producto de las sanciones, una reconfiguración de los antagonismos políticos y sociales de la sociedad venezolana que hoy coloca a las dificultades económicas cotidianas como eje articulador de la escala de prioridades de la población y de las exigencias de los actores políticos. Para dolor del "Team Almagro", la contradicción política de Venezuela no es "Libertad vs. Dictadura", sino "Salario vs. Sanciones".
En tales circunstancias, el chavismo ha sido hábil en construir un bloque social por la recuperación económica transversalizando esa agenda más allá del propio chavismo y colocando como el principal obstáculo a las sanciones económicas. La oposición, identificada con las sanciones y vista como aliada del empresariado que mantiene sometida la situación económica, se enfrenta al problema de superar su crisis de liderazgo y de movilizar a una población que tiene como prioridad su subsistencia diaria.
Precisamente, por ese cúmulo de razones, es probable, más que una revolución de colores tradicional, un hecho de conmoción que resuma las fases, acumule la suficiente presión en distintas escalas y desencadene circunstancias de choque internacional, institucional y político que favorezcan la supremacía de la oposición en el marcaje de tiempos para la definición (siempre violenta en el papel y en la práctica) del conflicto.
La defección del magistrado del TSJ, Christian Tyrone Zerpa, parece ser un ejemplo a seguir de los golpes de efecto que buscan para compensar, en esta primera etapa, la movilización que le hace falta en la calle. Tal parece que, también, ese será el móvil de las próximas acciones en el campo institucional: intensificar el acoso, la atemorización y la promoción de defecciones para irle dando cuerpo físico al relato de la transición y del "quiebre definitivo del chavismo".
La intensificación del bloqueo financiero contra el país y sus terribles consecuencias no corresponde a un pronóstico, sino a una realidad permanente. Favorece a la oposición porque promueve el descontento y su capacidad de articularlo políticamente, pero al mismo tiempo, y es el efecto principal que signó 2018, es que consolida los planes de contingencia del gobierno como lo son el CLAP y el Carnet de la Patria. Fortalece su conexión con las necesidades primarias de gran parte de la población, lo que también a su modo genera una sensación de predictibilidad y certeza que contrastan con el sacrificio que le piden a la población porque Juan Guiadó quiere ser presidente, Antonio Ledezma quiere volver del exilio, Diego Arria necesita recuperar su finca y Mike Pompeo quiere recibir un aplauso de Trump por derrocar a Maduro.
Sin embargo, hay una parte del paisaje que no dependerá de nosotros, y es el de la geopolítica. Entre la guerra comercial, la probable crisis de deuda global para este año, el conflicto por Taiwán y el Mar Meridional de China, el enfrentamiento entre Estados Unidos y China ha aumentado a cotas que parecen inmanejables. Para Trump, el destino de Estados Unidos como nación imperalista se dirimirá en el choque con China, y para ello ambos lados encabezan una enorme bifurcación de la economía mundial que está dividiendo al mundo en grandes bloques de influencia económica, financiera y geopolítica exclusivas y mutuamente excluyentes.
2019 será un año clave para este reparto del poder mundial, donde Latinoamérica dentro de los objetivos de Estados Unidos debe terminar de alinearse para alimentar con sus recursos naturales el florecimiento de la industria norteamericana. La ruta es la militarización de los recursos y la lucha anticorrupción como opciones estratégicas para destronar Estados, gobiernos y figuras políticas que avizoren a China como aliado geopolítico.
En ese contexto, la importancia de Venezuela, como base de sustentación y como punto de tensión entre la resurrección de la Doctrina Monroe y el orden multipolar, al mismo tiempo que se describe sola, es la razón fundamental de que Estados Unidos, el Grupo de Lima y sus mercenarios locales disfrazados de políticos intenten, una vez más, romper todas las reglas de juego y la convivencia política en el país, con el objetivo de cerrar el indescifrable frente venezolano que tiene más de 200 años resistiendo, a su propia forma y con su propio desastre, a morir siendo un esclavo en su propia Patria.
La violencia y las hostilidades, como en toda guerra, nuevamente comenzaron por el discurso y como siempre en orden de autoridad y dependencia: desde el secretario de Estado Mike Pompeo, pasando por el Grupo de Lima, para finalmente terminar en la asunción del diputado de Voluntad Popular Juan Guaidó como presidente de una Asamblea Nacional en desacato.
A partir de ahí se desprenden las líneas gruesas del paisaje de confrontación en el cual se desarrollará el ciclo político local en el primer semestre del año, entre tendencias de fractura y recomposición de la propia sociedad venezolana y con las determinaciones de una crisis geopolítica y civilizatoria que, con la aceleración del conflicto entre Estados Unidos y China, nos pone a coger palco.
En el campo estrictamente nacional, Rondón no ha entrado a pelear todavía. Cuando suceda en los próximos días y semanas, tendremos una fotografía más nítida de la correlación de fuerzas actual, al menos, para este primer semestre del año, a lo que inexorablemente habrá que sumar el pulseo geopolítico después del 10 de enero.
El cuadro global de la cuestión venezolana
El transcurrir de Venezuela en los últimos años ha desafiado los patrones acostumbrados de causa y efecto, haciendo imprevisible casi siempre el futuro más cercano. En los últimos años se ha entretejido un período de inestabilidad donde las cadenas de acontecimientos inesperados y peligrosos pueden cambiar la situación de un momento a otro, mientras que lo planificado se hace cada vez menos significativo para proyectar el largo plazo.Para muestra un botón: nuevamente la Asamblea Nacional y plataformas internacionales subordinadas a Washington desconocen al gobierno venezolano. Aunque esto sucede ahora en un contexto político de mayor tensión geopolítica, y sin lugar a dudas con agendas disruptivas operando detrás pero más alebrestadas de lo común, es imprevisible saber la magnitud y la virulencia de la nueva operación de cambio de régimen que está en marcha por la urgencia propia de los planificadores estadounidenses.
En todas las escalas del organigrama de la agresión contra Venezuela hay improvisación, y nadie sabe a ciencia cierta si las fases de lo planificado culminarán exitosamente. Ellos también operan en una calle ciega y sin manejo concreto de todas las variables en juego, y es allí donde el escenario cunde de peligrosidad porque hace posible tantear la brutalidad de un acontecimiento inesperado que voltee las circunstancias.
No olvidar: ya lo intentaron con el frustrado magnicidio en un día cualquiera de agosto sin que hubiera una trama visible de golpe.
Son incuantificables las causas que originan esta ausencia de brújula. Una de ellas que se puede analizar por su relevancia, está vinculada a la novedad histórica de nuestro tiempo: vivir una gigantesca transición y ruptura del orden mundial global vigente y de su proyecto de gobernanza, pero en medio del desgarro material y psíquico de la globalización neoliberal que impide la consolidación en el tiempo de cualquier sistema de reglas de convivencia. Nunca antes, en tan poco tiempo y con tanta violencia, tantos intereses, rabias, frustraciones, desórdenes existenciales y delirios, se habían acumulado y entrado en contradicción bajo una premisa apocalíptica. Su nombre es "guerra civil global" y atraviesa tanto a la élite como al 99% de la población.
Por sus condiciones y singularidades históricas, Venezuela recibe el impacto de este oleaje de tensiones sin un modelo de país propio que pueda metabolizarlas y orientarlas hacia un freno de la disgregación. Esto dibuja el marco histórico y espiritual de la guerra en curso.
Pero es justamente desde ahí que se desprende el objetivo estratégico del nuevo intento de cambio de régimen: la intensificación del asedio para que el país no tenga tiempo, calma, orden, ni los recursos materiales y físicos para construirse un nuevo pacto social y económico donde protegerse y reinventarse ante la turbulencia global. Derrocar al chavismo antes de su próxima reinvención: la lógica de funcionamiento de la guerra desde 2013.
En este sentido, el reto del proyecto venezolano también va por partida doble. Frente a las sanciones que presionan hasta el extremo todas nuestras contradicciones económicas, y en paralelo, frente a la guerra política internacional que maneja los tiempos de forma suicida, posterga que la experiencia acumulada sea invertida en nuestra urgente reconstrucción nacional.
Así, el derrocamiento del gobierno presentado bajo trampas legales que siempre encubren las opciones antipolíticas de fondo, expresa a su vez el empuje del poder global por disolvernos como experiencia política continental. Y Maduro es su botín simbólico.
Descalabro y dependencia: la Asamblea Nacional se traslada a Washington
La secuencia de eventos que llevaron al diputado Juan Guaidó a desconocer al gobierno venezolano desde la presidencia de la Asamblea Nacional, nos aproxima, con mayor nitidez, a las razones y consecuencias del descalabro de la dirigencia antichavista. Aunque no se niega su mérito propio en ese proceso, el estado de inutilización en que quedó la dirigencia antichavista luego de revoluciones de color fallidas, muy bien administradas tiempo después por Washington para favorecer a su camada de mercenarios profesionales formados por la USAID y la NED contra los sectores moderados, ha permitido que la transferencia de mando hacia el tablero internacional fuese automática e indolora.Esto lo certificó el paseo del secretario de Estado Mike Pompeo por Brasil y Colombia para coordinar los próximos pasos del hostigamiento diplomático contra el país, la traducción posterior de esa línea de acción y otras más en el comunicado del Grupo de Lima, y su puerto de llegada en el ventrílocuo del momento, Juan Guaidó, que sin ofrecer resistencias y simulando una especie de impronta de la sociedad civil, trasladó al hemiciclo la agenda de una coalición de gobiernos extranjeros.
Aunque bastante reducida y conocida es su estatura moral, a tal punto de reducir un poder soberano del Estado venezolano a estatus de oficina del Departamento de Estado norteamericano, lo que ocurrió no podría haber sido de otra forma. La minusvalía opositora en el campo electoral como consecuencia de su complejo de Edipo hacia Estados Unidos, la ausencia de un liderazgo de proyección nacional y la reducción de su base de apoyo, ha hecho de la subordinación a instancias extranjeras su única garantía de existencia en el tablero político.
El legado de Julio Borges de transferir a Estados Unidos y la Unión Europea las líneas gruesas de la presión económica-financiera y diplomática contra Venezuela, que reclamó como suyas el Grupo de Lima, ahora se revierte contra un Guaidó que debe administrar un elefante blanco con distintos jefes supranacionales que pregonan orientaciones y vías distintas para conducir la confrontación con el chavismo.
Esa debilidad quedó manifestada en el pésimo equilibrismo que hizo al llamar desde la tribuna de oradores a la conformación de un "Gobierno de Transición" que "no dependerá exclusivamente del Parlamento", entre otros malabares como anunciar la "usurpación de Nicolás Maduro en la Presidencia", pero evadiendo si el escenario se resolverá con él mismo simulando la toma de posesión de la primera magistratura del Estado.
Guaidó deberá acometer una tarea imposible en una fracción muy corta de tiempo: a lo interno, mantener entusiasmada a la barra brava del "Team Almagro" que pregona la intervención directa y a las otras tendencias opositoras, muy debilitadas hoy, que apuestan por la negociación apropiándose a su manera del comunicado del Grupo de Lima. A lo externo, en consecuencia, deberá sostener el apoyo del gobierno de Iván Duque y el pedido de choque de poderes exprés solicitado por Washington.
La finitud de Guaidó estará marcada por esa presión de agendas de distinto nivel, fuerza y apresto financiero, que operan bajo el consenso de que la promesa política del estado Vargas debe ser sacrificada, o al menos desgastada al máximo posible, mientras se acumulan los factores de presión económica, financiera e institucional que harán viable e "impostergable" una intervención militar preventiva. Es decir, la definitiva fase de securitización del conflicto venezolano, la cual dependerá, sí o sí, de que esa deriva se imponga bajo la promoción del contencioso local como una amenaza a la seguridad de una entidad política concreta (Colombia o Estados Unidos) o "internacional", empleado como recurso propagandístico los efectos de la migración.
Las operaciones de bandera falsa, "crisis humanitarias" de laboratorio, simulación de enfrentamientos armados o la conformación de grupos mercenarios, serán clave para llegar a ese punto. La porosidad de la frontera colombo-venezolana se perfila como la base de desestabilización seleccionada por sus rasgos, características y lesionado tejido.
Grupo de Lima: cartografía de un semigobierno supranacional (formato libio criollizado)
Hay distintas formas de observar el último comunicado del Grupo de Lima. Por su extravagancia, representa una operación política dirigida a atemorizar al chavismo haciendo suyo y presentando como novedosas tácticas de guerra diplomática y financiera que tienen tiempo corriendo de manos de Estados Unidos y la Unión Europea. Lo extenso, apresurado y agresivo del tono utilizado tiene que ver con cubrir la ausencia de México.Por su violencia, implica una carta de navegación para legitimar cualquier acción insurreccional que apunte a quebrar la Constitución venezolana. Por sus compromisos previamente adquiridos, se asume como plataforma internacional de los intereses de ExxonMobil en el petróleo del Esequibo guyanés, al cuestionar la expulsión legal de un buque de exploración por parte de la Marina venezolana hace pocos días. Por su composición heterogénea, ofrece una plataforma de opciones políticas contradictorias (derrocar a Maduro y pedir elecciones al mismo tiempo, por ejemplo) que agregará mayores rivalidades a la dirigencia opositora, quizás afectando algunas posturas dentro del Grupo dependiendo de cómo se desarrolle la situación.
Pero por su finalidad, el Grupo de Lima se abroga un conjunto de atribuciones y facultades del Estado que persigue el tutelaje de las instituciones venezolanas. Desde su exigencia a que sea transferido el poder ejecutivo a la Asamblea Nacional, la designación de las elecciones del 20 de mayo pasado como ilegítimas, hasta la exhortación al bloqueo del comercio internacional con Venezuela y el reconocimiento del "Tribunal Supremo en el exilio", queda expresado el interés por monitorear y suplantar las instituciones nacionales y la voluntad político-electoral expresada por la mayoría de la población.
Una agresión que no se finaliza únicamente en el ámbito diplomático por ser un comunicado, sino que busca interferir en las prácticas institucionales concretas del Estado venezolano, que son básicamente, como las de cualquier otro Estado, el manejo de su comercio exterior, la autodeterminación de su tejido legal y de conducir sus procesos electorales, la protección de su integridad territorial y la salvaguarda de la autoridad de sus poderes públicos.
En lo simbólico, el Grupo de Lima se abroga una especie de autoridad supranacional al consagrar como legal y jurídicamente vinculante lo que deviene de su criterio, y no aquello que impone la Constitución venezolana reafirmada por su población en cada proceso electoral. En el discurso público y con el apoyo material de la Asamblea Nacional, el Grupo intenta reconfigurar la soberanía venezolana como una extensión de la suya.
Este socavamiento y acoso de la anatomía del Estado venezolano, apoyándose en la Asamblea Nacional, no se corresponde tanto con la metódica del choque de poderes del año 2015, sino que dio un paso adelante configurando una base de reconocimiento internacional a la emergencia de un paraestado. La cercanía con el formato libio es reconocible de inmediato, tanto por el lenguaje simbólico de la "usurpación" que posibilitó la intervención de la OTAN, como por el uso de la narrativa de la transición, que camufla el discurso de la guerra civil de fondo, para presionar a un país a dividirse entre dos Estados, que compiten por autoridad, legitimidad internacional y administración de los recursos de la nación.
Ningún formato al exportarse guarda todo su diseño original, siempre es sometido a las condiciones nuevas donde se pone a prueba y a las modificaciones que proporcionan sus variables. En ese sentido, las sanciones dirigidas a bloquear el acceso al comercio internacional del país por parte del gobierno venezolano, a lo que se suma el acoso y la prohibición de viajes contra altos funcionarios de la República, han pretendido configurar un vacío relativo de funciones estatales que, ahora, ante las nuevas circunstancias, pudiera plantear su suplantación por la vía de un "Gobierno de Transición" de laboratorio.
La diferencia crucial entre el formato y su adaptación a Venezuela es que en Libia el "Consejo Nacional de Transición" ostentaba un ejército paramilitar de extracción terrorista y había logrado el control de buena parte del país ante de su reconocimiento internacional. En el caso venezolano, la fase internacional maduró sin esta variable de poder fáctico por la capacidad de detección y desestructuración de grupos mercenarios por parte del Estado venezolano.
¿Otra revolución de color? Proyecciones, geopolítica y reorganización de los antagonismos
Pero más allá de lo planificado y calculado inicialmente, con toda la mezcla de formatos e intervenciones semidirectas y camufladas que están planteadas, este nuevo intento de cambio de régimen necesita de la activación de las opciones antipolíticas de siempre (violencia mercenaria, profesional, banderas falsas, confrontaciones callejeras promovidas por vanguardias entrenadas, etc.) que le den matiz de realidad al relato del fin del chavismo y al "nuevo gobierno".La incógnita de si son posibles no está en su factibilidad per se, pues las sanciones económicas representan un aliciente al descontento social que puede ser empleado articulando (y financiando) protestas sectoriales disgregadas que vayan gestionando un sentido común de conflictividad generalizada.
El asunto clave está en si el antichavismo cuenta con un base de masas lo suficientemente sólida, animada y movilizada con la cual mantener un ambiente de crispación y violencia el tiempo suficiente que exige la maduración de las condiciones internacionales, o al menos el necesario para acompañar la presión económica-financiera e internacional hacia el objetivo de fracturar al gobierno venezolano. Es imposible proyectar una respuesta definitiva, sin embargo, la experiencia de dos revoluciones de color en menos de cinco años nos dan como elementos de alerta una etapa de preparación de condiciones, que van desde la instalación de un relato sofisticado hasta la gestación de un liderazgo que asumirá la vanguardia, que por ahora no muestra signos de maduración.
A esto se suma, producto de las sanciones, una reconfiguración de los antagonismos políticos y sociales de la sociedad venezolana que hoy coloca a las dificultades económicas cotidianas como eje articulador de la escala de prioridades de la población y de las exigencias de los actores políticos. Para dolor del "Team Almagro", la contradicción política de Venezuela no es "Libertad vs. Dictadura", sino "Salario vs. Sanciones".
En tales circunstancias, el chavismo ha sido hábil en construir un bloque social por la recuperación económica transversalizando esa agenda más allá del propio chavismo y colocando como el principal obstáculo a las sanciones económicas. La oposición, identificada con las sanciones y vista como aliada del empresariado que mantiene sometida la situación económica, se enfrenta al problema de superar su crisis de liderazgo y de movilizar a una población que tiene como prioridad su subsistencia diaria.
Precisamente, por ese cúmulo de razones, es probable, más que una revolución de colores tradicional, un hecho de conmoción que resuma las fases, acumule la suficiente presión en distintas escalas y desencadene circunstancias de choque internacional, institucional y político que favorezcan la supremacía de la oposición en el marcaje de tiempos para la definición (siempre violenta en el papel y en la práctica) del conflicto.
La defección del magistrado del TSJ, Christian Tyrone Zerpa, parece ser un ejemplo a seguir de los golpes de efecto que buscan para compensar, en esta primera etapa, la movilización que le hace falta en la calle. Tal parece que, también, ese será el móvil de las próximas acciones en el campo institucional: intensificar el acoso, la atemorización y la promoción de defecciones para irle dando cuerpo físico al relato de la transición y del "quiebre definitivo del chavismo".
La intensificación del bloqueo financiero contra el país y sus terribles consecuencias no corresponde a un pronóstico, sino a una realidad permanente. Favorece a la oposición porque promueve el descontento y su capacidad de articularlo políticamente, pero al mismo tiempo, y es el efecto principal que signó 2018, es que consolida los planes de contingencia del gobierno como lo son el CLAP y el Carnet de la Patria. Fortalece su conexión con las necesidades primarias de gran parte de la población, lo que también a su modo genera una sensación de predictibilidad y certeza que contrastan con el sacrificio que le piden a la población porque Juan Guiadó quiere ser presidente, Antonio Ledezma quiere volver del exilio, Diego Arria necesita recuperar su finca y Mike Pompeo quiere recibir un aplauso de Trump por derrocar a Maduro.
Sin embargo, hay una parte del paisaje que no dependerá de nosotros, y es el de la geopolítica. Entre la guerra comercial, la probable crisis de deuda global para este año, el conflicto por Taiwán y el Mar Meridional de China, el enfrentamiento entre Estados Unidos y China ha aumentado a cotas que parecen inmanejables. Para Trump, el destino de Estados Unidos como nación imperalista se dirimirá en el choque con China, y para ello ambos lados encabezan una enorme bifurcación de la economía mundial que está dividiendo al mundo en grandes bloques de influencia económica, financiera y geopolítica exclusivas y mutuamente excluyentes.
2019 será un año clave para este reparto del poder mundial, donde Latinoamérica dentro de los objetivos de Estados Unidos debe terminar de alinearse para alimentar con sus recursos naturales el florecimiento de la industria norteamericana. La ruta es la militarización de los recursos y la lucha anticorrupción como opciones estratégicas para destronar Estados, gobiernos y figuras políticas que avizoren a China como aliado geopolítico.
En ese contexto, la importancia de Venezuela, como base de sustentación y como punto de tensión entre la resurrección de la Doctrina Monroe y el orden multipolar, al mismo tiempo que se describe sola, es la razón fundamental de que Estados Unidos, el Grupo de Lima y sus mercenarios locales disfrazados de políticos intenten, una vez más, romper todas las reglas de juego y la convivencia política en el país, con el objetivo de cerrar el indescifrable frente venezolano que tiene más de 200 años resistiendo, a su propia forma y con su propio desastre, a morir siendo un esclavo en su propia Patria.
¿El 10 de enero de 2019 es otro "Día D" para el antichavismo?
por Ana Cristina Bracho
Noviembre 19 de 2018, 4:00 pm - MISIÓN VERDAD
Ha
llegado el mes de noviembre, y no de cualquier año, sino del último que
se corresponde con el período constitucional que inició el Comandante
Chávez y ejerció, casi íntegramente, el presidente Maduro. En esta
afirmación hay una verdadera proeza del pueblo venezolano que logró
mantenerse firme tras tres períodos de revolución de colores que
intentaron transformarse en auténticas y abiertas guerras
civiles. Acechos internacionales sin precedentes. Bloqueos financieros y
guerra económica.
En este marco y habiendo sido electo en mayo del año en curso Nicolás Maduro Moros como Presidente de la República para el período constitucional que inicia en enero de 2019, la oposición vuelve al esquema de sus famosos "Días D" que utilizó en el pasado para afirmar que, hasta allí, ni un minuto más, durará el chavismo en el poder.
Quizás, como esto ya ha pasado varias veces, podríamos sentirnos en la fábula de "Pedro y el Lobo", o dedicarnos a mirar lo absurdo que hay en una oposición que dice que destituyó al Presidente por abandonar el cargo, luego lo juzgó, y que desde 2015 afirma que no lo reconoce porque -según sus discursos- tiene menos apoyo popular que ellos.
Por ello, puede ser razonable creer que no va a pasar nada sino el mismo show desde una Asamblea Nacional cada vez más vacía e irrelevante y un par de declaraciones internacionales que tan pronto llegan como se olvidan.
Sin embargo, hay algunos elementos a considerar. El primero es que hay un evento electoral en agenda sobre el cual pueden aspirar construir un discurso que intente deslegitimar al Presidente, con base a que las elecciones municipales son históricamente los procesos con mayor tasa de abstención y que ellos son expertos en declarar que cualquier hecho electoral tiene sobre el chavismo un efecto plebiscitario, y en las últimas ocasiones todo el cuestionamiento ha estado no en la diferencia de votos entre los participantes, sino en el tamaño de la abstención.
En segundo lugar, debemos ver cómo pueden intentar ellos jugar con las categorías jurídicas con base a lo dispuesto en la Constitución y la situación de hecho en la que hasta ahora se encuentran. Así las cosas, la Asamblea Nacional se encuentra por el momento en una situación jurídica anómala, pues sus actos son nulos por disposición de la Sala Constitucional que ha castigado el desacato de dicha autoridad a las órdenes emanadas de la Sala Electoral.
Sin embargo, el desacato es una situación de hecho que puede revertirse. De hecho, el Poder Judicial ha exhortado al Poder Legislativo a corregir su actitud y desincorporar a los cuestionados diputados de Amazonas. La Asamblea Nacional no lo ha hecho porque es un punto de honor para ellos desconocer a los Magistrados que conforman el Tribunal Supremo de Justicia, al punto de juramentar otra estructura que opera fuera del país.
Pero si esto cambiase, si la Asamblea Nacional estimase más conveniente ponerse a derecho y decidiera salir del desacato, podría intentar declarar una vacante absoluta como lo vienen insinuando y generar una situación distinta, lo que podrían aprovechar para avanzar en sus agendas de desestabilización.
Puede que nosotros pensemos que si ese era el juego, han podido hacerlo en cualquier momento desde el año 2015, pero no es así. Esto porque la Constitución divide los efectos de la vacante del Presidente en función del momento del período constitucional en el que ocurre.
Hasta ahora, la Asamblea Nacional opositora ha convivido con un Presidente que se encontraba en la fase final de su mandato cuando, de producirse su ausencia, debía asumir el poder el Vicepresidente de la República, mientras que a partir del 10 de enero se encontrarán con un Presidente que inicia su mandato y que, si su ausencia se produce, esta debe ser compensada por la Asamblea Nacional, de conformidad con lo previsto en la Carta Magna.
Un aspecto importante es recordar que cualquier lectura que hagamos en el presente del Estado venezolano, debe considerar que está activo el Poder Constituyente, que sirve como padre de todo el Poder Público y este no desaparece, como el desacato, porque la Asamblea Nacional demuestre tener un propósito de enmienda de su testaruda decisión de los últimos años. Por lo cual, puede que veamos una nueva forma de interrelación de los poderes donde será vital el Poder Constituyente para garantizar la paz de la República y la estabilidad del Estado.
Puede que por esto es que el 10 de enero es su nuevo "Día D", sobre el cual ya dicen tener el concierto de otras naciones y algunas estructuras internacionales que han declarado desconocer a la Asamblea Nacional Constituyente. Si bien esto no tiene ningún sentido porque la legitimidad de las elecciones no se mide fuera sino dentro de un país, ellos redoblarán la batería para señalar que la única autoridad que reconocen es la Asamblea Nacional. Los debates que hemos visto en torno a la oposición, donde algunos voceros abogan por un nuevo esquema de relaciones y de entendimientos, puede estar en relación con que si esta fuera la vía que quieren usar en 2019, será de nuevo vital para quien quiera liderar la oposición hacerse de la Presidencia de la Asamblea Nacional.
Si esto es jurídicamente posible, puede que sea la causa por la que se ha visto tanto revuelo en los últimos días en determinar quién es el verdadero líder y cuál es el centro de gravitación actual de la oposición, que algunos consideran que de hecho ya no se encuentra en el territorio nacional.
Por estas causas, nosotros tenemos que ir tomando consciencia del nivel en el que nos encontramos, porque, como en abril de 2002, las semanas que vienen van a exigir la defensa consciente del proceso revolucionario, divisando la situación interna y los riesgos externos, cuando apenas cerrado el capítulo electoral en Estados Unidos, vimos a Donald Trump tomar medidas sumamente fuertes contra el pueblo iraní.
Nosotros, quienes conformamos los millones de votos históricos del chavismo y los que condujeron a Nicolás Maduro nuevamente a la Presidencia para el futuro período presidencial, tenemos que mirar los escenarios que tenemos por delante, puesto que estas jugadas serían equivalentes a las que sacaron a Fernando Lugo o a Dilma Rousseff del poder en sus respectivos países, con una agravante: ni sus pueblos habían sido tan atacados y debilitados, ni la comunidad internacional preparada para entender el desconocimiento de la voluntad popular electoralmente expresada como hechos democráticos, como lo ha sido en el caso de Venezuela.
En este marco y habiendo sido electo en mayo del año en curso Nicolás Maduro Moros como Presidente de la República para el período constitucional que inicia en enero de 2019, la oposición vuelve al esquema de sus famosos "Días D" que utilizó en el pasado para afirmar que, hasta allí, ni un minuto más, durará el chavismo en el poder.
Quizás, como esto ya ha pasado varias veces, podríamos sentirnos en la fábula de "Pedro y el Lobo", o dedicarnos a mirar lo absurdo que hay en una oposición que dice que destituyó al Presidente por abandonar el cargo, luego lo juzgó, y que desde 2015 afirma que no lo reconoce porque -según sus discursos- tiene menos apoyo popular que ellos.
Por ello, puede ser razonable creer que no va a pasar nada sino el mismo show desde una Asamblea Nacional cada vez más vacía e irrelevante y un par de declaraciones internacionales que tan pronto llegan como se olvidan.
Sin embargo, hay algunos elementos a considerar. El primero es que hay un evento electoral en agenda sobre el cual pueden aspirar construir un discurso que intente deslegitimar al Presidente, con base a que las elecciones municipales son históricamente los procesos con mayor tasa de abstención y que ellos son expertos en declarar que cualquier hecho electoral tiene sobre el chavismo un efecto plebiscitario, y en las últimas ocasiones todo el cuestionamiento ha estado no en la diferencia de votos entre los participantes, sino en el tamaño de la abstención.
En segundo lugar, debemos ver cómo pueden intentar ellos jugar con las categorías jurídicas con base a lo dispuesto en la Constitución y la situación de hecho en la que hasta ahora se encuentran. Así las cosas, la Asamblea Nacional se encuentra por el momento en una situación jurídica anómala, pues sus actos son nulos por disposición de la Sala Constitucional que ha castigado el desacato de dicha autoridad a las órdenes emanadas de la Sala Electoral.
Sin embargo, el desacato es una situación de hecho que puede revertirse. De hecho, el Poder Judicial ha exhortado al Poder Legislativo a corregir su actitud y desincorporar a los cuestionados diputados de Amazonas. La Asamblea Nacional no lo ha hecho porque es un punto de honor para ellos desconocer a los Magistrados que conforman el Tribunal Supremo de Justicia, al punto de juramentar otra estructura que opera fuera del país.
Pero si esto cambiase, si la Asamblea Nacional estimase más conveniente ponerse a derecho y decidiera salir del desacato, podría intentar declarar una vacante absoluta como lo vienen insinuando y generar una situación distinta, lo que podrían aprovechar para avanzar en sus agendas de desestabilización.
Puede que nosotros pensemos que si ese era el juego, han podido hacerlo en cualquier momento desde el año 2015, pero no es así. Esto porque la Constitución divide los efectos de la vacante del Presidente en función del momento del período constitucional en el que ocurre.
Hasta ahora, la Asamblea Nacional opositora ha convivido con un Presidente que se encontraba en la fase final de su mandato cuando, de producirse su ausencia, debía asumir el poder el Vicepresidente de la República, mientras que a partir del 10 de enero se encontrarán con un Presidente que inicia su mandato y que, si su ausencia se produce, esta debe ser compensada por la Asamblea Nacional, de conformidad con lo previsto en la Carta Magna.
Un aspecto importante es recordar que cualquier lectura que hagamos en el presente del Estado venezolano, debe considerar que está activo el Poder Constituyente, que sirve como padre de todo el Poder Público y este no desaparece, como el desacato, porque la Asamblea Nacional demuestre tener un propósito de enmienda de su testaruda decisión de los últimos años. Por lo cual, puede que veamos una nueva forma de interrelación de los poderes donde será vital el Poder Constituyente para garantizar la paz de la República y la estabilidad del Estado.
Puede que por esto es que el 10 de enero es su nuevo "Día D", sobre el cual ya dicen tener el concierto de otras naciones y algunas estructuras internacionales que han declarado desconocer a la Asamblea Nacional Constituyente. Si bien esto no tiene ningún sentido porque la legitimidad de las elecciones no se mide fuera sino dentro de un país, ellos redoblarán la batería para señalar que la única autoridad que reconocen es la Asamblea Nacional. Los debates que hemos visto en torno a la oposición, donde algunos voceros abogan por un nuevo esquema de relaciones y de entendimientos, puede estar en relación con que si esta fuera la vía que quieren usar en 2019, será de nuevo vital para quien quiera liderar la oposición hacerse de la Presidencia de la Asamblea Nacional.
Si esto es jurídicamente posible, puede que sea la causa por la que se ha visto tanto revuelo en los últimos días en determinar quién es el verdadero líder y cuál es el centro de gravitación actual de la oposición, que algunos consideran que de hecho ya no se encuentra en el territorio nacional.
Por estas causas, nosotros tenemos que ir tomando consciencia del nivel en el que nos encontramos, porque, como en abril de 2002, las semanas que vienen van a exigir la defensa consciente del proceso revolucionario, divisando la situación interna y los riesgos externos, cuando apenas cerrado el capítulo electoral en Estados Unidos, vimos a Donald Trump tomar medidas sumamente fuertes contra el pueblo iraní.
Nosotros, quienes conformamos los millones de votos históricos del chavismo y los que condujeron a Nicolás Maduro nuevamente a la Presidencia para el futuro período presidencial, tenemos que mirar los escenarios que tenemos por delante, puesto que estas jugadas serían equivalentes a las que sacaron a Fernando Lugo o a Dilma Rousseff del poder en sus respectivos países, con una agravante: ni sus pueblos habían sido tan atacados y debilitados, ni la comunidad internacional preparada para entender el desconocimiento de la voluntad popular electoralmente expresada como hechos democráticos, como lo ha sido en el caso de Venezuela.