Naomi Klein: “El futuro es radical: en lo ambiental y en lo político”
“La respuesta de Rajoy a Cataluña es incendiaria, un ataque a la democracia”, afirma la periodista y activista en la presentación de su libro 'Decir no no basta' en Barcelona
Como proyecto ideológico, como construcción intelectual, ha quedado superado desde 2008: se vendía como una utopía mundial, la famosa aldea global, ¿recuerda? Todos estos ideólogos se han ido hoy ya a los paraísos fiscales. Y en este vacío, el peligro es la creación de fuerzas peligrosas, casi fascistas, en la derecha, mientras, en la parte progresista, las fuerzas no crecen lo suficientemente rápido.Sí, existe ese peligro de polarización, por eso llamé a mi último libro Esto lo cambia todo. El futuro es radical, de una forma o de otra: radical en lo físico, en el medio ambiente, y deberá serlo en lo político porque para salir de esta situación la continuidad no es una opción. Se han dado demasiadas crisis de forma simultánea.
Barcelona
Como en una apocalíptica versión de Cenicienta, el
reloj del colapso medioambiental se acerca a medianoche. Y como
“reconocer que el cambio climático va en serio es tanto como reconocer
el fin del proyecto neoliberal” es algo que las élites no se pueden
permitir, el resto de la sociedad ha de actuar ya. Eso por no añadir la
llegada de Trump a la presidencia de EE UU. Decir no no basta es como ha formulado la situación, en formato libro (Paidós; Empúries, en catalán), la periodista y activista Naomi Klein (Montreal, 1970), que ha abandonado sus prestigiosos volúmenes muy analíticos y de profusas notas (No logo; La doctrina del shock…) por un manifiesto urgente que llama a la movilización y a la batalla: desde la jurídica a las de las calles y las fábricas.
Pregunta. Desde 2008 vivimos una brutal deconstrucción de la esfera pública, la pérdida de seguridad laboral y ambiental, paro (especialmente juvenil) altísimo, pero parece haberse truncado la trayectoria contestataria que había en 2011. ¿La gente se ha convencido de que el sistema está tan corrompido que no hay nada que hacer y que el desastre climático es inevitable?
Respuesta. Sin duda, una de las grandes batallas hoy es luchar contra ese sentimiento de que el colapso es irreversible; no ayuda nada ese boom de la ficción distópica, con colapso económico y oligarquías de ricos que tienen seguridad, espías, leyes y países casi propios.Trump es la distopía hecha realidad, por ello en EE UU puede haber cierto sentimiento de complacencia de esas élites y de resignación en el resto; pero mucha gente lucha contra ello.
P. Una idea transversal del libro es que se está dando un secesionismo psicológico de la gente: una parte de la sociedad más pudiente se desentiende de la otra, hasta el extremo de crearse zonas verdes, con gente que puede pagarse hasta seguridad o bomberos privados, y zonas rojas, con gente con cada vez menos protección pública. ¿La sociedad es hoy menos democrática y solidaria?
R. Sí, me temo que es menos democrática, pero es fruto de la desigualdad que la gente ve en su entorno. Los ricos creen que se podrán proteger ellos solos del impacto medioambiental que genera el neocapitalismo salvaje. Hay una guerra contra la democracia porque el sistema cada vez más está construido para servir a las élites y eso choca con la democracia real porque es mucha más la gente que tiene menos protección… Todo esto desanima a la gente para que no vote: fueron 90 millones de estadounidenses los que no lo hicieron en las últimas elecciones.
P. ¿Y esa abstención?
R. Buena parte fueron simpatizantes demócratas, que no vieron en su partido una alternativa real, tenían poco que proponer a los que sufren; fueron los demócratas los que perdieron esas elecciones con sus falsas soluciones.
P. Del libro se deduce también la debilidad del liderazgo de izquierdas: Hillary Clinton no aceptó el salario mínimo de 15 dólares por hora; dice que Obama perdió en 2008 una gran oportunidad con la crisis bancaria… ¿Está pidiendo más radicalidad a los dirigentes de izquierdas?
R. Hillary no es de izquierdas: ella es paradigma del colapso del centro político; Bill fue el adalid de la desregulación financiera y apoyó el NAFTA: los Clinton son el símbolo de la cada vez mayor separación de los demócratas de sus bases… Alexis Tsipras, en Grecia, demostró que sus propuestas eran insuficientes, no era lo que la gente esperaba… Necesitamos soluciones a la altura de la crisis actual, no se puede seguir con la lógica de los años 90; ya hay líderes que empiezan a darse cuenta.
P. Por ejemplo…
R. Jeremy Corbyn: desde el propio Partido Laborista se filtró su manifiesto porque, por radical, creyeron que le destruiría, que sería la nota de suicidio más larga de la Historia, y resulto que casi le hizo ganar… Es un ejemplo más de la desconexión entre partidos y el sentimiento popular: a la gente le encantó porque vieron ahí un sí, además de un no.
P. ¿Mejor proponer esos contenidos para que se incorporen al programa de los partidos o mejor crear de nuevos, tipo Podemos, o la CUP o En Comú en Cataluña?
R. La génesis de Podemos era atractiva
porque parecía una estructura política más porosa para que la dirección
fuera asumiendo iniciativas provenientes de las bases… El problema es
que no hay hoy partidos políticos que estén en sintonía con lo que
ocurre y ya no podemos esperar más para cartografiar la situación y
tomar medidas; o los partidos se democratizan o la democracia pasará y
se dará fuera del proceso político. Insisto: Corbin está democratizando
uno de los partidos más antiguos del mundo… Por otro lado, en sistemas
sin representación proporcional, con dos o tres partidos predominantes,
es difícil que surjan nuevos partidos porque tampoco se trata de dividir
más el voto progresista y perpetuar a la derecha: se trata de crear
insurgencias internas que hagan que los partidos sigan más a las bases y
sean más democráticos.
P. Al menos dos veces en el libro llama a huelgas, manifestaciones y batallas judiciales. ¿No teme una radicalización de la sociedad con esas estrategias?
R. Es cierto que puede haber esa radicalización, y en EE UU aún es más debatible porque es una sociedad muy armada, normalmente más en la derecha, pero destaco la importancia de las manifestaciones porque cuanto más grande y amplia sea la resistencia menos vulnerable será a la fuerza extrema del Estado. Y cuanto más diversas y plurales sean esas manifestaciones, mejor: si sólo los más marginados se manifiestan se ejercerá una fuerza concentrada sobre ellos; si es una muestra muy transversal de la sociedad --con la clase media, los blancos-- habrá menos represión… No se trata de radicalizar a la sociedad, pero tampoco tengo miedo a eso: la gente tiene que sentir el poder de que haya más y más gente a su lado. Pero nunca puede considerarse ni confundirse una manifestación con una estrategia política.
P. Hoy mantiene una charla pública con la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, que está intentado remunicipalizar servicios como el del agua y la luz, los funerarios… pero no lo consigue.
R. Colau es una líder excelente en estos tiempos difíciles, una brújula moral, forma parte de este movimiento de democracia local profunda y que se está convirtiendo en una amenaza real para según que neoliberalismo; esa labor local es lenta, pero vital porque así la gente puede ver cambios tangibles; y ella está haciendo lo que exactamente debemos hacer: recuperar peso democrático en la energía, la vivienda, la educación…
P. “Cualquier crisis tumultuaria puede servir para imponer una situación de shock a la población”, escribe. ¿El proceso secesionista de Cataluña puede leerse en un contexto así?
R. Soy de Quebec y defiendo la autodeterminación; me parece que la actuación del presidente Rajoy es el paradigma de la doctrina del shock: la del gobierno español me parece una respuesta incendiaria, un ataque a la democracia; no es aceptable su respuesta ni la de la Unión Europea; la aplicación del artículo 155 debería retirarse; no se puede contrarrestar un movimiento no violento con la violencia que se dio el 1-O o arrestando a un gobierno, me parecería inimaginable que se hiciera eso en el Quebec… La de Rajoy es una estrategia de shock deliberada, como la de Trump: lo prohíben todo para agravar el ambiente de crisis y así evitar que se fijen en sus recortes sanitarios o en las reformas fiscales; lo de facilitar los cambios de sede de empresas catalanes forma parte de la guerra económica, es una trampa antigua…
P. Pide combatir contra el militarismo y
las corporaciones empresariales, pero también contra los “nacionalismos
rampantes”. En cambio, elogia las naciones indias que han defendido
siempre la naturaleza o defiende la autodeterminación de los pueblos…
R. Estoy contra el nacionalismo chovinista, cuyas fuerzas, además, se suelen sobreponer a las ya creadas por las oligarquías… El auge independentista en todo el mundo no deja de ser una respuesta a la pérdida de control de la gente sobre temas fundamentales de la vida; según cómo se aplique, puede hasta ser una contestación del poder local a la profunda crisis de la democracia actual.
P. ¿Una declaración de guerra contra Corea del Norte por parte de Trump podría ser la excusa perfecta para implementar un estado de shock de emergencia en EE UU?
R. Ahí Trump sabe que puede hacer un gravísimo daño porque concentra el poder de una decisión así él solo: no requiere ni del Congreso ni de su propio gobierno… No creo que lo acabe decidiendo, pero el solo hecho de esa posibilidad ya es inaceptable. Me preocupa que cada vez que sale al extranjero se comporte como un viajante de armas y no como diplomático; fíjese: lo ha hecho en Arabia Saudí, en la OTAN misma, en Japón…
P. Escribe que el “hechizo del neoliberalismo se ha roto”. ¿Está segura de eso?
R. Como proyecto ideológico, como construcción intelectual, ha quedado superado desde 2008: se vendía como una utopía mundial, la famosa aldea global, ¿recuerda? Todos estos ideólogos se han ido hoy ya a los paraísos fiscales. Y en este vacío, el peligro es la creación de fuerzas peligrosas, casi fascistas, en la derecha, mientras, en la parte progresista, las fuerzas no crecen lo suficientemente rápido.
P. De nuevo, la polarización potencial de la sociedad…
R. Sí, existe ese peligro de polarización, por eso llamé a mi último libro Esto lo cambia todo. El futuro es radical, de una forma o de otra: radical en lo físico, en el medio ambiente, y deberá serlo en lo político porque para salir de esta situación la continuidad no es una opción. Se han dado demasiadas crisis de forma simultánea.
Pregunta. Desde 2008 vivimos una brutal deconstrucción de la esfera pública, la pérdida de seguridad laboral y ambiental, paro (especialmente juvenil) altísimo, pero parece haberse truncado la trayectoria contestataria que había en 2011. ¿La gente se ha convencido de que el sistema está tan corrompido que no hay nada que hacer y que el desastre climático es inevitable?
Respuesta. Sin duda, una de las grandes batallas hoy es luchar contra ese sentimiento de que el colapso es irreversible; no ayuda nada ese boom de la ficción distópica, con colapso económico y oligarquías de ricos que tienen seguridad, espías, leyes y países casi propios.Trump es la distopía hecha realidad, por ello en EE UU puede haber cierto sentimiento de complacencia de esas élites y de resignación en el resto; pero mucha gente lucha contra ello.
P. Una idea transversal del libro es que se está dando un secesionismo psicológico de la gente: una parte de la sociedad más pudiente se desentiende de la otra, hasta el extremo de crearse zonas verdes, con gente que puede pagarse hasta seguridad o bomberos privados, y zonas rojas, con gente con cada vez menos protección pública. ¿La sociedad es hoy menos democrática y solidaria?
R. Sí, me temo que es menos democrática, pero es fruto de la desigualdad que la gente ve en su entorno. Los ricos creen que se podrán proteger ellos solos del impacto medioambiental que genera el neocapitalismo salvaje. Hay una guerra contra la democracia porque el sistema cada vez más está construido para servir a las élites y eso choca con la democracia real porque es mucha más la gente que tiene menos protección… Todo esto desanima a la gente para que no vote: fueron 90 millones de estadounidenses los que no lo hicieron en las últimas elecciones.
Una de las grandes batallas hoy es luchar contra ese sentimiento de que el colapso es irreversible; no ayuda nada ese 'boom' de la ficción distópica. Trump es la distopía hecha realidad
R. Buena parte fueron simpatizantes demócratas, que no vieron en su partido una alternativa real, tenían poco que proponer a los que sufren; fueron los demócratas los que perdieron esas elecciones con sus falsas soluciones.
P. Del libro se deduce también la debilidad del liderazgo de izquierdas: Hillary Clinton no aceptó el salario mínimo de 15 dólares por hora; dice que Obama perdió en 2008 una gran oportunidad con la crisis bancaria… ¿Está pidiendo más radicalidad a los dirigentes de izquierdas?
R. Hillary no es de izquierdas: ella es paradigma del colapso del centro político; Bill fue el adalid de la desregulación financiera y apoyó el NAFTA: los Clinton son el símbolo de la cada vez mayor separación de los demócratas de sus bases… Alexis Tsipras, en Grecia, demostró que sus propuestas eran insuficientes, no era lo que la gente esperaba… Necesitamos soluciones a la altura de la crisis actual, no se puede seguir con la lógica de los años 90; ya hay líderes que empiezan a darse cuenta.
P. Por ejemplo…
R. Jeremy Corbyn: desde el propio Partido Laborista se filtró su manifiesto porque, por radical, creyeron que le destruiría, que sería la nota de suicidio más larga de la Historia, y resulto que casi le hizo ganar… Es un ejemplo más de la desconexión entre partidos y el sentimiento popular: a la gente le encantó porque vieron ahí un sí, además de un no.
P. ¿Mejor proponer esos contenidos para que se incorporen al programa de los partidos o mejor crear de nuevos, tipo Podemos, o la CUP o En Comú en Cataluña?
El neoliberalismo, como construcción intelectual, ha quedado superado desde 2008: se vendía como una utopía mundial, la famosa aldea global, ¿recuerda? Todos estos ideólogos se han ido hoy ya a los paraísos fiscales
P. Al menos dos veces en el libro llama a huelgas, manifestaciones y batallas judiciales. ¿No teme una radicalización de la sociedad con esas estrategias?
R. Es cierto que puede haber esa radicalización, y en EE UU aún es más debatible porque es una sociedad muy armada, normalmente más en la derecha, pero destaco la importancia de las manifestaciones porque cuanto más grande y amplia sea la resistencia menos vulnerable será a la fuerza extrema del Estado. Y cuanto más diversas y plurales sean esas manifestaciones, mejor: si sólo los más marginados se manifiestan se ejercerá una fuerza concentrada sobre ellos; si es una muestra muy transversal de la sociedad --con la clase media, los blancos-- habrá menos represión… No se trata de radicalizar a la sociedad, pero tampoco tengo miedo a eso: la gente tiene que sentir el poder de que haya más y más gente a su lado. Pero nunca puede considerarse ni confundirse una manifestación con una estrategia política.
P. Hoy mantiene una charla pública con la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, que está intentado remunicipalizar servicios como el del agua y la luz, los funerarios… pero no lo consigue.
R. Colau es una líder excelente en estos tiempos difíciles, una brújula moral, forma parte de este movimiento de democracia local profunda y que se está convirtiendo en una amenaza real para según que neoliberalismo; esa labor local es lenta, pero vital porque así la gente puede ver cambios tangibles; y ella está haciendo lo que exactamente debemos hacer: recuperar peso democrático en la energía, la vivienda, la educación…
P. “Cualquier crisis tumultuaria puede servir para imponer una situación de shock a la población”, escribe. ¿El proceso secesionista de Cataluña puede leerse en un contexto así?
R. Soy de Quebec y defiendo la autodeterminación; me parece que la actuación del presidente Rajoy es el paradigma de la doctrina del shock: la del gobierno español me parece una respuesta incendiaria, un ataque a la democracia; no es aceptable su respuesta ni la de la Unión Europea; la aplicación del artículo 155 debería retirarse; no se puede contrarrestar un movimiento no violento con la violencia que se dio el 1-O o arrestando a un gobierno, me parecería inimaginable que se hiciera eso en el Quebec… La de Rajoy es una estrategia de shock deliberada, como la de Trump: lo prohíben todo para agravar el ambiente de crisis y así evitar que se fijen en sus recortes sanitarios o en las reformas fiscales; lo de facilitar los cambios de sede de empresas catalanes forma parte de la guerra económica, es una trampa antigua…
Necesitamos soluciones a la altura de la crisis actual, no se puede seguir con la lógica de los años 90; ya hay líderes que empiezan a darse cuenta, como el laborista Jeremy Corbyn: a la gente le encantó porque vieron ahí un sí, además de un no
R. Estoy contra el nacionalismo chovinista, cuyas fuerzas, además, se suelen sobreponer a las ya creadas por las oligarquías… El auge independentista en todo el mundo no deja de ser una respuesta a la pérdida de control de la gente sobre temas fundamentales de la vida; según cómo se aplique, puede hasta ser una contestación del poder local a la profunda crisis de la democracia actual.
P. ¿Una declaración de guerra contra Corea del Norte por parte de Trump podría ser la excusa perfecta para implementar un estado de shock de emergencia en EE UU?
R. Ahí Trump sabe que puede hacer un gravísimo daño porque concentra el poder de una decisión así él solo: no requiere ni del Congreso ni de su propio gobierno… No creo que lo acabe decidiendo, pero el solo hecho de esa posibilidad ya es inaceptable. Me preocupa que cada vez que sale al extranjero se comporte como un viajante de armas y no como diplomático; fíjese: lo ha hecho en Arabia Saudí, en la OTAN misma, en Japón…
P. Escribe que el “hechizo del neoliberalismo se ha roto”. ¿Está segura de eso?
R. Como proyecto ideológico, como construcción intelectual, ha quedado superado desde 2008: se vendía como una utopía mundial, la famosa aldea global, ¿recuerda? Todos estos ideólogos se han ido hoy ya a los paraísos fiscales. Y en este vacío, el peligro es la creación de fuerzas peligrosas, casi fascistas, en la derecha, mientras, en la parte progresista, las fuerzas no crecen lo suficientemente rápido.
P. De nuevo, la polarización potencial de la sociedad…
R. Sí, existe ese peligro de polarización, por eso llamé a mi último libro Esto lo cambia todo. El futuro es radical, de una forma o de otra: radical en lo físico, en el medio ambiente, y deberá serlo en lo político porque para salir de esta situación la continuidad no es una opción. Se han dado demasiadas crisis de forma simultánea.
COMPRA ONLINE 'DECIR NO. NO BASTA'
Autor: Naomi Klein.
Editorial: Paidós (2017).
Formato: versión Kindle y tapa blanda (320 páginas).
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Nuevo libro de Naomi Klein: “Decir no no basta”
El nuevo libro “Decir no no basta” revela, entre otras cosas, que la desorientación que sentimos nos la han provocado deliberadamente. Que por todo el mundo, para generar una crisis tras otra, se están utilizando tácticas de shock diseñadas para forzar políticas que van a arruinar a la gente, el medio ambiente, la economía y nuestra seguridad. Que el extremismo no es un hecho aberrante, sino un cóctel tóxico de nuestros tiempos.
Naomi Klein explica cómo es posible romper el hechizo y conseguir el mundo que necesitamos. No dejemos que se salgan con la suya!
A continuación extracto y enlace a texto integro del Primer capítulo:
DECIR NO, NO BASTA
Naomi Klein
Capítulo 1
CÓMO GANÓ TRUMP AL CONVERTIRSE EN LA MARCA DEFINITIVA
La noche en que Donald Trump fue declarado vencedor de las elecciones de 2016 y cuadragésimo quinto presidente de Estados Unidos yo me sentía especialmente desorientada, porque ni siquiera era de noche. Me encontraba en Sídney, Australia, en medio de una gira de conferencias, y con la diferencia horaria, donde yo estaba era última hora de la mañana del miércoles 9 de noviembre. Para casi todos mis conocidos, era la noche del martes, y mis amigos me enviaban mensajes de texto desde las fiestas de borrachera electoral en que se habían reunido para seguir el escrutinio. Pero para los australianos era el principio de un día laborable como otro cualquiera, lo que en mi caso no hizo sino intensificar la sensación general de vértigo cuando empezaron a conocerse los resultados.
En esos momentos, estaba reunida con unos quince líderes de diversas organizaciones medioambientales, sindicales y projusticia social australianas. Habíamos entablado un debate que giraba en torno a una idea clave. Hasta el momento, las luchas contra el calentamiento global, el racismo, la desigualdad, la violación de los derechos de los pueblos indígenas, de los inmigrantes y de las mujeres, al igual que otras muchas batallas progresistas, se han desarrollado a menudo de forma fragmentada, en sus propios compartimentos estancos.
Pero nos veníamos preguntando, como se están preguntando ya muchos movimientos: ¿cómo se entrecruzan unas y otras?, ¿qué causas de raíz las conectan entre sí?, ¿cómo pueden abordarse esos asuntos de forma coordinada, al mismo tiempo?, ¿qué valores presidirían un movimiento así?, y ¿cómo podría traducirse ese movimiento en poder político? Junto con un grupo de colegas, yo venía trabajando en cómo construir un movimiento transversal de ese tipo, una «plataforma popular» en Norteamérica en el marco de un proyecto llamado Manifiesto «Dar el Salto» —sobre el que volveré en el último capítulo—, y eran muchos los grupos australianos interesados en explorar un enfoque similar.
Durante la primera hora o así, fue una reunión bastante animada, en la que reinaba el entusiasmo por todo lo que se podía conseguir. La gente estaba perfectamente tranquila respecto a las elecciones en Estados Unidos.
Como muchos progresistas y liberales de izquierdas, y hasta muchos conservadores tradicionalistas, estábamos convencidos de que Trump iba a perder. Entonces, empezó a sonarle el móvil a todo el mundo. Se fue haciendo un silencio cada vez mayor, y por toda la sala de juntas pareció cundir el pánico. De repente, la razón por la que nos habíamos reunido —la idea de que podíamos ayudar a prender la mecha de un salto adelante integral en la lucha contra el cambio climático, por la justicia racial, por unos trabajos dignos, etc.— sonaba completamente absurda. Fue como si todos hubiéramos comprendido de golpe, sin necesidad siquiera de comentarlo, que estábamos a punto de sufrir un gran retroceso, arrastrados por un vendaval arrollador, y que lo único que podíamos hacer era tratar de resistir en nuestras posiciones. La idea de un impulso de progreso en cualquiera de las apremiantes crisis que estaban sobre la mesa pareció evaporarse ante nuestros ojos.
Entonces, la reunión se dispersó sin que nadie la declarara concluida, y casi sin que nos despidiéramos unos de otros. La CNN nos despachaba como una especie de dispositivo irresistible de mandar a la gente a casa, y todos partimos en silencio en busca de pantallas más grandes que las de nuestros móviles.
Una mayoría de votantes estadounidenses no eligió la papeleta de Donald Trump; Hillary Clinton recibió casi 2,9 millones de votos más, un hecho que sigue atormentando al presidente en ejercicio. Que resultara vencedor es el resultado de un sistema de elección indirecta concebido en su día para proteger el poder de los propietarios de esclavos. Y en el resto del planeta, sumaron mayorías abrumadoras quienes respondieron a los encuestadores que, si por arte de magia hubieran podido votar en estas elecciones cruciales, lo habrían hecho por Clinton (una notable excepción fue Rusia, donde Trump gozaba de un respaldo importante).
Dentro de este multitudinario bando anti-Trump, cada cual tiene una historia distinta sobre cómo se sintió aquella noche (o aquel día). Para muchos, la emoción prevalente fue de shock porque eso pudiera ocurrir en Estados Unidos. Para muchísimos otros, fue de desolación, al ver confirmarse tan vívidamente lo que ya se conocía desde siempre, el profundo arraigo que tienen en el país el racismo y la misoginia. Para otros, la sensación fue de pérdida, al ver que a la primera mujer candidata a presidenta de Estados Unidos se le escapaba la oportunidad de convertirse en un ejemplo para sus hijos.
Como hubo también quienes se sintieron invadidos de rabia porque, de entrada, se hubiera elegido para enfrentarse a Trump a una candidata tan cuestionada. Y para millones de personas, dentro y fuera de Estados Unidos, la emoción preponderante fue el miedo: la intuición corporal de que la presidencia de Trump serviría de catalizador para desencadenar actos extremos de racismo, violencia y opresión.
Muchos, en fin, experimentaron un cóctel de todas estas emociones y de algunas más. Y también muchos entendieron que aquel resultado electoral no hablaba de un solo hombre en un único país. Trump no es sino un brote de una enfermedad que parece haberse propagado a escala planetaria. Asistimos a un auge de figuras políticas autoritarias, xenófobas y de extrema derecha, desde Marine Le Pen en Francia a Narendra Modi en la India, Rodrigo Duterte en Filipinas, el UKIP (Partido de la Independencia) en Gran Bretaña, Recep Tayyip Erdoğan en Turquía y tantos de su mismo pelaje (algunos abiertamente neofascistas), que amenazan con hacerse con todo el poder a lo largo y ancho del mundo.
La razón por la que comparto mi propia experiencia en Sídney el día (la noche) de las elecciones es que no consigo desprenderme de la sensación de que hay una lección importante que sacar de la forma en que la victoria de Trump fue capaz de cortar en seco nuestra conversación, de abortar los planes para impulsar una agenda progresista, sin mediar siquiera un debate. Era perfectamente comprensible que todos nos sintiéramos como nos sentimos al término de la jornada electoral. Pero si damos por buena la premisa de que de ahora en adelante todas las batallas se librarán a la defensiva, con el único fin de no perder pie ante embates retrógrados del estilo de Trump, estaremos abocados a acabar en una situación muy, pero que muy peligrosa. Porque el terreno que pisábamos antes de que Trump saliera elegido es el mismo terreno que dio como fruto a Trump. Un terreno que muchos de nosotros ya considerábamos constitutivo de una emergencia social y ecológica, incluso sin contar con esta última ristra de reveses.
Por supuesto que los ataques lanzados por Trump y sus demagogos afines de todo el mundo exigen que se les oponga una resistencia feroz. Pero no podemos pasarnos los próximos cuatro años con una estrategia puramente defensiva. Las crisis que atravesamos son todas de la máxima urgencia, no admiten que perdamos tanto tiempo. En un tema sobre el que estoy bastante informada, el del cambio climático, la humanidad dispone de una ventana de tiempo limitada en la que aún es posible actuar, pasada la cual se hará imposible proteger nada que pueda considerarse un clima estable. Y, según veremos en el capítulo 4, esa ventana se está cerrando a toda velocidad.
De modo que tenemos que apañárnoslas para simultanear la defensa y el ataque: resistir la ofensiva del presente y, además, encontrar un espacio para construir el futuro que precisamos. Decir que no y que sí al mismo tiempo.
Pero antes de que podamos ponernos a pensar con qué queremos reemplazar a Trump y a todo lo que su Administración representa, es necesario que examinemos con mirada resuelta y lúcida el punto en que estamos y cómo hemos llegado a esta situación, y también de qué maneras es más probable que, a corto plazo, las cosas se pongan mucho peor aún. Y respecto a esto último, vaya esta advertencia por delante: la perspectiva es para echarse a temblar. Pero no podemos permitir que nos desanime. Cartografiar este territorio es duro, pero es la única forma de evitar repetir pasados errores y alcanzar soluciones duraderas.
Lo que el gabinete de billonarios y milmillonarios de Trump significa es un hecho muy sencillo: la gente que ya posee una proporción absolutamente obscena de la riqueza del planeta, y cuya tajada se hace mayor año tras año (las últimas cifras de Oxfam indican que ocho personas tienen tanto como la mitad de la población mundial), está decidida a adueñarse de más todavía.
Según informaba NBC News en diciembre de 2016, los candidatos elegidos por Trump para ocupar puestos en su gabinete reunían entre todos la apabullante suma de 14.500 millones de dólares (sin incluir al «asesor especial» Carl Icahn, que vale él solo más de 15.000 millones). Además, las figuras claves que pueblan el Gobierno de Trump no solo son una muestra representativa de los megarricos. En proporción alarmante, ha reunido a un conjunto de individuos que amasaron su fortuna personal perjudicando a sabiendas a personas de las más vulnerables del planeta y al propio planeta, a menudo en mitad de una crisis. Casi parece que sea un requisito para optar al puesto.
Tenemos al banquero basura Steven Mnuchin, su secretario del Tesoro, que fuera presidente y principal inversor de OneWest Bank, la «máquina de ejecuciones hipotecarias» que desahució a miles de personas tras el colapso financiero de 2008. Luego está su secretario de Estado, Rex Tillerson, antiguo director ejecutivo de Exxon Mobil, la mayor compañía petrolera privada del mundo. La empresa que dirigió, financió y difundió durante décadas los estudios pseudocientíficos negacionistas del cambio climático, y ejercía ferozmente entre bambalinas todo tipo de presiones para sabotear cualquier iniciativa internacional significativa para combatirlo, a la vez que estudiaba la forma de que Exxon sacara provecho del calentamiento global. Y hay también, entre los designados por Trump para ocupar los principales cargos de los departamentos de Defensa y Seguridad Interior, una proporción impresionante de contratistas militares y de seguridad, y representantes a sueldo de grupos de presión.
Estábamos en racha
Es fácil olvidarlo, pero antes de la victoria contra pronóstico de Trump, había gente de a pie que se movilizaba para combatir las injusticias achacables a muchas de esas mismas industrias y fuerzas políticas, y estaban empezando a ganar. El sorprendente vigor de la campaña presidencial de Bernie Sanders, aunque finalmente no se impusiera, puso a temblar a Wall Street, que temió por la suerte de sus bonos, y consiguió introducir cambios significativos en la plataforma oficial del Partido Demócrata. Black Lives Matter y Say Her Name habían forzado un debate nacional sobre el racismo sistémico contra la población negra y la militarización de la vigilancia policial, y habían ayudado a lograr que se aprobara la eliminación gradual de las cárceles privadas y una reducción del número de norteamericanos en prisión. En 2016, no hubo evento deportivo o cultural de importancia —de la gala de los Oscar a la Super Bowl— en que no se hiciera algún tipo de reconocimiento de cómo había cambiado el debate sobre violencia estatal y racial. Los movimientos de mujeres estaban convirtiendo la violencia de género en un asunto de primera plana, poniendo el foco sobre la «cultura de la violación», dando un giro al tratamiento de los casos de famosos acusados de delitos sexuales —como Bill Cosby— y contribuyendo a forzar la dimisión de Roger Ailes como presidente de Fox News por las acusaciones de acoso sexual a más de dos docenas de mujeres (acusaciones que él negó hasta el final).
También estaba en racha el movimiento contra el cambio climático, que encadenaba victoria tras victoria sobre la construcción de oleoductos, el fracking en la extracción de gas natural y la perforación de pozos petrolíferos en el Ártico, liderado en muchas ocasiones por resurgidas comunidades indígenas. Y había más triunfos a la vista: el acuerdo sobre el cambio climático negociado en París en 2015 incluía compromisos para mantener las temperaturas a niveles que exigirían renunciar a explotar yacimientos de combustibles fósiles por valor de billones de dólares, enormemente rentables. Para una compañía como Exxon Mobil, que se alcanzaran esos objetivos suponía una amenaza existencial.
Y como sugería la reunión a la que asistí en Sídney, había un consenso cada vez mayor, tanto en Estados Unidos como fuera de sus fronteras, en torno a la idea de que teníamos por delante la tarea urgente de establecer conexiones entre todos esos movimientos de cara a fijar una agenda común, y formar al mismo tiempo una coalición progresista ganadora, basada en una ética de amplia inclusión social y respeto por el planeta.
Lejos de ser la historia de un personaje desaforado y peligroso, la Administración Trump hay que entenderla en parte en este contexto, como un contragolpe a la fuerza creciente de un conjunto de movimientos sociales y políticos que exigen un mundo más justo y más seguro. Antes que exponerse al riesgo de que estos continuaran avanzando (y ellos siguieran perdiendo beneficios), esa banda de prestamistas depredadores, contaminadores desestabilizadores del planeta y ventajistas de la guerra y la «seguridad» unieron sus fuerzas para asaltar el Gobierno y proteger su ilegítima riqueza. Al cabo de décadas de asistir a la fragmentación y privatización de la esfera pública, Trump y los colaboradores que ha nombrado se han hecho ya con el control del propio Gobierno. Su toma del poder ha culminado.
La carta a los Reyes Magos de las corporaciones
Ante la evidencia de su absoluta falta de experiencia en tareas de gobierno, Trump se vendió al electorado con un doble argumento un tanto novedoso. Primero: «Soy tan rico que no necesito que me sobornen». Y segundo: «Pueden ustedes confiar en que arreglaré este sistema corrupto, porque lo conozco por dentro; como hombre de negocios, he formado parte de él. He comprado a políticos, he evadido impuestos, he externalizado mi producción. Así que, ¿quién mejor que yo y mis amigos, que son igual de ricos, para drenar la ciénaga?».
Ha ocurrido algo más, y no tiene nada de sorprendente. Trump y su gabinete de ex altos ejecutivos están rehaciendo el Gobierno a un ritmo alarmante para ponerlo al servicio de los intereses de sus propios negocios, empezando por la presión fiscal a la que estaban sujetos. A las pocas horas de tomar posesión, Trump anunció una drástica rebaja de impuestos, por la que las corporaciones pagarían solo un 15 % (en vez del 35 % que pagan actualmente), y prometió una reducción radical de la normativa, del 75 %. Sus planes fiscales incluyen toda una serie de exenciones tributarias y lagunas legales para los ciudadanos más ricos, como los que pueblan su gabinete (y, ni que decir tiene, como él mismo). Puso a su yerno, Jared Kushner, a la cabeza de una «fuerza de asalto» repleta de ejecutivos corporativos con la misión de buscar más normativas que eliminar, más programas que privatizar y más formas de hacer que el Gobierno de Estados Unidos «funcione como una gran empresa americana» (según un estudio del grupo de defensa de los derechos cívicos Public Citizen, Trump se reunió con más de ciento noventa ejecutivos de grandes empresas durante sus tres primeros meses en el cargo, antes de anunciar que el registro de visitas dejaría de hacerse público). Urgido a responder a la pregunta de qué logros de importancia había cosechado la nueva Administración en sus primeros meses, Mick Mulvaney, director de la oficina presupuestaria, citó el torrente de órdenes ejecutivas de Trump y enfatizó lo siguiente: «La mayoría de ellas han sido leyes y reglamentos para deshacerse de otras leyes. Reglamentos para deshacerse de otros reglamentos».
Y así es. Trump y su equipo se disponen a suprimir de un plumazo programas que protegen a los niños de las toxinas ambientales, han dicho a las compañías de gas que ya no hace falta que informen de todos esos gases de efecto invernadero que expulsan, y están promoviendo docenas y docenas de medidas en esa misma línea. Se trata, en resumidas cuentas, de una operación de desmantelamiento a gran escala. Y es por eso por lo que Trump y los altos cargos que ha designado se ríen de las tímidas objeciones que han suscitado sus conflictos de intereses: todo el asunto es un gran conflicto de intereses.
Esa es la cuestión.Y, más que para ningún otro, lo es para Donald Trump, un hombre que se ha fusionado con su marca corporativa de forma tan absoluta que es evidente a todas luces que es incapaz de distinguir dónde acaba uno y empieza la otra. De momento, uno de los aspectos más notables de la presidencia de Trump es la conversión de Mar-a-Lago, su complejo residencial privado de Palm Beach, en una «Casa Blanca de invierno» carnavalesca, exclusiva y consagrada al lucro (llegó incluso a anunciarse así en las páginas web del Departamento de Estado). Un miembro del selecto club que la frecuenta contó a The New York Times que ir a Mar-a-Lago es «como ir a Disneylandia y saber que Mickey Mouse va a estar ahí todo el día»; solo que en este ejercicio de full-contact de marcas no se trata de Disneylandia, sino de Americalandia, y el presidente de Estados Unidos es Mickey Mouse.
El no va más del poder de la marca
Cuando leí esa cita, comprendí que si iba a tratar de entender esta presidencia, tendría que hacer algo que me resistía a hacer desde hace mucho tiempo: volver a escarbar en el mundo de la imagen de marca y del marketing corporativo, que fue el tema de mi primer libro, No logo.
El libro ponía el foco en un momento clave de la historia de las corporaciones: cuando colosos como Nike y Apple dejaron de pensar en sí mismas en primer término como empresas que fabrican productos físicos y empezaron a verse sobre todo y fundamentalmente como fabricantes de marca. Era en la imagen de marca —que creaba un sentimiento de identidad tribal— donde creyeron que estribaba su fortuna. Olvídate de las fábricas. Olvídate de la necesidad de mantener a unas plantillas descomunales. Una vez que hubieron comprendido que sus mayores beneficios se derivaban de la fabricación de una imagen, estas «marcas huecas» llegaron a la conclusión de que en realidad daba igual quién manufacturara sus productos o que les pagaran muy poco. Eso se lo dejaron a los contratistas: una evolución con repercusiones devastadoras para los trabajadores de dentro y de fuera del país, y que también alimentaba una nueva ola de resistencia anticorporativa.
La investigación que hice para No logo me exigió pasar cuatro años de inmersión total en la cultura de las marcas; cuatro años de mirarme y remirarme los anuncios de la Super Bowl, de repasar el Advertising Age (popular semanario dedicado al mundo de la publicidad) en busca de las últimas innovaciones en sinergias corporativas, de leer descorazonadores libros de negocios sobre cómo conectar con tus valores de marca personales, haciendo excursiones a tiendas Niketown, visitando talleres en Asia donde se explota a los trabajadores, yendo a gigantescos centros comerciales, a «ciudades privatizadas», saliendo de comando nocturno con adbusters y culture jammers.
A ratos, fue divertido. No soy inmune, ni mucho menos, a la seducción del buen marketing. Pero al final, fue como si hubiera sobrepasado una especie de umbral de tolerancia, y desarrollé algo así como una alergia patológica a las marcas. Aunque Starbucks saliera de pronto con una nueva forma de «desmarquizar» sus establecimientos, o Victoria’s Secret se apropiara sobre la pasarela de tocados indígenas, no tenía ganas de escribir sobre ello; había pasado página y dejado atrás ese mundo de rapacidad. El problema es que, para entender el fenómeno Trump, realmente hay que entender el mundo que hizo de él lo que es, y ese es, en gran medida, el mundo de las marcas. Trump es un reflejo de las peores tendencias de las que traté en No logo,desde desentenderse de las responsabilidades para con los trabajadores de fabricar tus productos mediante una red de contratistas a menudo abusivos, pasando por la insaciable necesidad colonizadora de marcar cualquier espacio disponible con tu nombre.
Y es por eso por lo que decidí volver a hurgar en ese mundo de relumbrón, para ver qué podía decirnos sobre cómo se alzó con el cargo con más poder del mundo, y tal vez incluso sobre lo que esto decía de la situación política en general.
Notas
1. Black Lives Matter (BLM, «Las Vidas Negras Importan») nace en el seno de la comunidad afroamericana estadounidense para denunciar la desigualdad racial (especialmente, casos de brutalidad policial y discriminación dentro del sistema de justicia). Say Her Name («Di su Nombre») es también un movimiento estadounidense de denuncia de la brutalidad policial contra las minorías, especialmente la dirigida contra las mujeres de raza negra. (N. del T.)
2. Adbusters (algo así como «Rompeanuncios») es una organización anticapitalista y anticonsumista nacida en Canadá, que se dedica a subvertir la publicidad, utilizándola como medio de comunicación de ideas para denunciar y compensar la manipulación que ejerce sobre la sociedad. Se inscribe en un movimiento más amplio, el culture jamming («atasco o sabotaje cultural»). (N. del T.)
enlace a texto completo: http://lhblog.nuevaradio.org/b 2-img/klein_no_cap1.pdf
enlaces relacionados:
Entrevista en Barcelona a Noamí Klein 8.11.2017
http://www.eldiario.es/internaen Wikipedia:
https://es.wikipedia.org/wiki/ Naomi_Klein
Naomi Klein: “El futuro es radical: en lo ambiental y en lo político”
https://elpais.com/ccaa/2017/1(Video 26.04.2015) Charla con Naomi Klein sobre su libro ‘Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima’
http://www.rtve.es/alacarta/viPUBLICADO POR RED LATINA SIN FRONTERAS
¿Nunca más?
| CUBADEBATE
“Sabía que nunca podría alzar mi voz contra la violencia de los
oprimidos en los guetos sin primero hablar claramente sobre el proveedor
más grande de violencia en el mundo hoy día: mi propio gobierno”,
declaró Martin Luther King Jr en su famoso discurso
contra la guerra de Vietnam en 1967, donde vinculó la injusticia y
opresión dentro de este país a sus políticas bélicas e imperiales a
nivel mundial.
Estados Unidos es un país extraordinariamente violento, el más violento de todo el primer mundo dentro de sus fronteras y, tal vez, si se cuentan las víctimas de su violencia afuera, el más violento del planeta. La violencia es parte integral de su historia, empezando con la campaña genocida contra los primeros habitantes de este país, la esclavitud y las guerras de todo tamaño (algunas con millones de muertos) contra decenas de naciones hasta la fecha. Este país es el único que ha empleado un arma de destrucción masiva. Más aún, su economía ha dependido en gran parte de la producción de armas, de guerras, de control civil; es el mayor subsidio público al sector privado.
Y la violencia institucional y oficial siempre ha sido bipartidista y justificada en nombre de la paz y para defender al país y a veces hasta para salvar al mundo. La violencia oficial dentro y fuera del país no es la excepción, es la regla.
La matanza en la preparatoria pública Marjory Stoneman Douglas en Parkland, Florida, el pasado Día de San Valentín ocurrió en un país inundado por más de 300 millones de armas de fuego que, cada año, cobran más de 32 mil vidas (y decenas de miles de heridos) y que desde 1968 a la fecha han matado a más estadunidenses que los que perecieron en todas sus guerras desde la fundación de este país. Pero esa violencia interna no se puede separar de la externa, de las guerras e intervenciones casi incesantes de este país a lo largo de su historia. El mensaje oficial es que la violencia es una respuesta legítima, justificable y necesaria. Y las armas, pues, sagradas.
Lo que más desea Trump hoy día es un desfile militar con muchos aviones sobrevolando y presidido por él, un comandante en jefe que evadió –como tantos hijos de ricos– el servicio militar durante la guerra en Vietnam. Y su solución para resolver la violencia de las armas de fuego es: más armas de fuego, inlcuida la de armar a los maestros.
Nunca Más es el nombre del nuevo movimiento lanzado por esos estudiantes de Florida que sobrevivieron la más reciente matanza, una respuesta feroz contra los políticos y la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés) que son cómplices de la cultura violenta oficial de este país. Por ahora, estudiantes de prepa los están haciendo temblar como nunca.
Emma Gonzalez, de 18 años, sobreviviente, cuyo discurso en la primera manifestación después de los hechos mortíferos se volvió viral, hoy día tiene más seguidores de su cuenta de Twitter, @emma4change, que la @NRA, una de las organizaciones más poderosas de este país. Ella, junto con sus compañeros como Alfonso Calderon, Cameron Kasky, Jaclyn Corin y David Hogg, entre otros, lanzaron Nunca Más y en las primeras horas después de la tragedia convocaron a una marcha nacional para el 24 de marzo declarando que esta será la ultima masacre en una escuela. De repente encabezan lo que podría ser, si se logra sostener, un movimiento de una nueva generación que, en esencia, rehusa ser cómplice de la violencia.
El movimiento, cuyos objetivos son muy concretos –prohibir la venta de armas de guerra, verificar la salud mental de quien compre armas– está cuestionando con ello la esencia política de esta democracia. Queda claro, señalan, cuando en las encuestas más recientes, la gran mayoría del país favorece controles sobre la venta y uso de armas de fuego (en las dos más recientes: CNN: 70 por ciento en favor; USA Today, 63 por ciento), pero los políticos siguen frenando mayores controles al servir a la NRA.
Empresas nacionales, entendiendo el poder potencial de este movimiento, están huyendo de su relación con la NRA; la lista crece cada día: Delta, United, Hertz, Avis, Enterprise, Symantec, Chubb y First National Bank.
La NRA acusa a estas empresas de cobardía, y una de sus voceras nacionales se atrevió a declarar que los medios son culpables de manipular todo esto, ya que les encantan las matanzas porque elevan los ratings. David Simon, creador de The Wire y Treme, entre otras de las mejores series de televisión, y quien fue periodista del Baltimore Sun, le respondió: “como reportero cubrí más de mil muertes por armas de mano y me pasé un año completo siguiendo a detectives de homicidios de escenario en escenario. Cubrí un tiroteo masivo. ¿Me encantó? Fuck you, vocera estúpida, sin sentido, sociópata… para este infierno estadunidense”.
Michael Moore, cuyo documental Bowling for Columbine investigó el tema de la violencia armada en Estados Unidos a partir de otra matanza en una preparatoria, envió un tuit: La NRA es una organización terrorista, recordando: hemos tenido 1.2 millones de muertes de estadunidenses por armas desde que John Lennon fue baleado en Nueva York.
Pero lo que asusta más a las cúpulas es que estos jóvenes logren crear alianzas con otros movimientos, algo que ya está empezando a suceder. Camila Duarte, estudiante de preparatoria y líder de United We Dream (la mayor organización nacional de jóvenes inmigrantes) en Florida, declaró: como jóvenes de color e inmigrantes, hemos pasado por tanto odio, abuso emocional y violencia en el último año, desde la prohibición musulmana hasta el fin del DACA, pasando por recortes al presupuesto escolar, y anunció que los jóvenes inmigrantes de United We Dream “seguiremos el liderazgo de los estudiantes valientes de la preparatoria Marjory Stoneman Douglas (…) en la Marcha por Nuestras Vidas. Tomaremos las calles juntos porque creemos en un futuro en el cual todos puedan sentirse seguros en sus escuelas y en sus casas”. Se espera que otros jóvenes, de otros movimientos, también se sumarán.
Tal vez los estudiantes podrán enseñar a todos aquí cómo decir nunca más a los maestros de la violencia.
(Tomado de La Jornada)
Estados Unidos es un país extraordinariamente violento, el más violento de todo el primer mundo dentro de sus fronteras y, tal vez, si se cuentan las víctimas de su violencia afuera, el más violento del planeta. La violencia es parte integral de su historia, empezando con la campaña genocida contra los primeros habitantes de este país, la esclavitud y las guerras de todo tamaño (algunas con millones de muertos) contra decenas de naciones hasta la fecha. Este país es el único que ha empleado un arma de destrucción masiva. Más aún, su economía ha dependido en gran parte de la producción de armas, de guerras, de control civil; es el mayor subsidio público al sector privado.
Y la violencia institucional y oficial siempre ha sido bipartidista y justificada en nombre de la paz y para defender al país y a veces hasta para salvar al mundo. La violencia oficial dentro y fuera del país no es la excepción, es la regla.
La matanza en la preparatoria pública Marjory Stoneman Douglas en Parkland, Florida, el pasado Día de San Valentín ocurrió en un país inundado por más de 300 millones de armas de fuego que, cada año, cobran más de 32 mil vidas (y decenas de miles de heridos) y que desde 1968 a la fecha han matado a más estadunidenses que los que perecieron en todas sus guerras desde la fundación de este país. Pero esa violencia interna no se puede separar de la externa, de las guerras e intervenciones casi incesantes de este país a lo largo de su historia. El mensaje oficial es que la violencia es una respuesta legítima, justificable y necesaria. Y las armas, pues, sagradas.
Lo que más desea Trump hoy día es un desfile militar con muchos aviones sobrevolando y presidido por él, un comandante en jefe que evadió –como tantos hijos de ricos– el servicio militar durante la guerra en Vietnam. Y su solución para resolver la violencia de las armas de fuego es: más armas de fuego, inlcuida la de armar a los maestros.
Nunca Más es el nombre del nuevo movimiento lanzado por esos estudiantes de Florida que sobrevivieron la más reciente matanza, una respuesta feroz contra los políticos y la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés) que son cómplices de la cultura violenta oficial de este país. Por ahora, estudiantes de prepa los están haciendo temblar como nunca.
Emma Gonzalez, de 18 años, sobreviviente, cuyo discurso en la primera manifestación después de los hechos mortíferos se volvió viral, hoy día tiene más seguidores de su cuenta de Twitter, @emma4change, que la @NRA, una de las organizaciones más poderosas de este país. Ella, junto con sus compañeros como Alfonso Calderon, Cameron Kasky, Jaclyn Corin y David Hogg, entre otros, lanzaron Nunca Más y en las primeras horas después de la tragedia convocaron a una marcha nacional para el 24 de marzo declarando que esta será la ultima masacre en una escuela. De repente encabezan lo que podría ser, si se logra sostener, un movimiento de una nueva generación que, en esencia, rehusa ser cómplice de la violencia.
El movimiento, cuyos objetivos son muy concretos –prohibir la venta de armas de guerra, verificar la salud mental de quien compre armas– está cuestionando con ello la esencia política de esta democracia. Queda claro, señalan, cuando en las encuestas más recientes, la gran mayoría del país favorece controles sobre la venta y uso de armas de fuego (en las dos más recientes: CNN: 70 por ciento en favor; USA Today, 63 por ciento), pero los políticos siguen frenando mayores controles al servir a la NRA.
Empresas nacionales, entendiendo el poder potencial de este movimiento, están huyendo de su relación con la NRA; la lista crece cada día: Delta, United, Hertz, Avis, Enterprise, Symantec, Chubb y First National Bank.
La NRA acusa a estas empresas de cobardía, y una de sus voceras nacionales se atrevió a declarar que los medios son culpables de manipular todo esto, ya que les encantan las matanzas porque elevan los ratings. David Simon, creador de The Wire y Treme, entre otras de las mejores series de televisión, y quien fue periodista del Baltimore Sun, le respondió: “como reportero cubrí más de mil muertes por armas de mano y me pasé un año completo siguiendo a detectives de homicidios de escenario en escenario. Cubrí un tiroteo masivo. ¿Me encantó? Fuck you, vocera estúpida, sin sentido, sociópata… para este infierno estadunidense”.
Michael Moore, cuyo documental Bowling for Columbine investigó el tema de la violencia armada en Estados Unidos a partir de otra matanza en una preparatoria, envió un tuit: La NRA es una organización terrorista, recordando: hemos tenido 1.2 millones de muertes de estadunidenses por armas desde que John Lennon fue baleado en Nueva York.
Pero lo que asusta más a las cúpulas es que estos jóvenes logren crear alianzas con otros movimientos, algo que ya está empezando a suceder. Camila Duarte, estudiante de preparatoria y líder de United We Dream (la mayor organización nacional de jóvenes inmigrantes) en Florida, declaró: como jóvenes de color e inmigrantes, hemos pasado por tanto odio, abuso emocional y violencia en el último año, desde la prohibición musulmana hasta el fin del DACA, pasando por recortes al presupuesto escolar, y anunció que los jóvenes inmigrantes de United We Dream “seguiremos el liderazgo de los estudiantes valientes de la preparatoria Marjory Stoneman Douglas (…) en la Marcha por Nuestras Vidas. Tomaremos las calles juntos porque creemos en un futuro en el cual todos puedan sentirse seguros en sus escuelas y en sus casas”. Se espera que otros jóvenes, de otros movimientos, también se sumarán.
Tal vez los estudiantes podrán enseñar a todos aquí cómo decir nunca más a los maestros de la violencia.
(Tomado de La Jornada)
Florida: Estudiantes regresan a clases dos semanas después de la masacre
| CUBADEBATE
A dos semanas de la masacre en Parkland,
Florida, los estudiantes de la escuela secundaria estadounidense
Marjory Stoneman Douglas regresan a clases este miércoles, en medio de
importantes medidas de seguridad.
“No tengo miedo”, dijo Sean Cummings, de 16 años. “Solo que es raro regresar después de todo lo que pasó”, confesó el joven a la AFP.
“Siento que estamos mejor protegidos que cualquier otra escuela pero da mucha impresión volver a ver a todo el mundo en este lugar y todos esos policías”, añadió.
Pero está feliz de regresar. “Es agradable que todo el mundo esté aquí. Pienso que será agradable volver a ver a todos mis profesores. Será bueno regresar”, comentó.
Los profesores regresaron unos días antes al liceo para preparase, y el domingo el instituto organizó una jornada de orientación para permitirle a los estudiantes y padres recuperar las cosas que dejaron en medio del pánico y la evacuación el día de la masacre.
La matanza en este liceo ocurrió el pasado 14 de febrero a manos de un exalumno llamado Nikolas Cruz, de 19 años. El joven, que había sido expulsado por “razones disciplinarias” de la escuela que atacó, usó un fusil AR-15 que había comprado legalmente.
El hecho ha generado un nuevo clamor por el control de las armas en el país, que dejan unas 33 mil muertes anuales.
Los estudiantes que sobrevivieron a la matanza han estado ejerciendo presión sobre políticos de Washington y Florida para que tomen medidas contra la violencia armada y restrinjan el acceso a las armas.
Durante años, el Congreso estadounidense ha estado paralizado en este tema, a pesar de que las encuestas muestran que la mayoría de los estadounidenses apoyan un control más estricto.
La Asociación Nacional del Rifle (NRA) es un poderoso lobby que ejerce presión en Washington y en congresos estatales, con generosos financiamientos a políticos, para garantizar que la libre venta y porte de armas no sea amenazada.
El miércoles por la mañana, Dick’s Sporting Goods, una de las cadenas más grandes de distribución de productos de caza, pesca y de actividades de entretenimiento al aire libre, anunció que ponía fin inmediato a la venta de fusiles de asalto y que no venderá más armas a menores de 21 años.
(Con información de AFP)
“No tengo miedo”, dijo Sean Cummings, de 16 años. “Solo que es raro regresar después de todo lo que pasó”, confesó el joven a la AFP.
“Siento que estamos mejor protegidos que cualquier otra escuela pero da mucha impresión volver a ver a todo el mundo en este lugar y todos esos policías”, añadió.
Pero está feliz de regresar. “Es agradable que todo el mundo esté aquí. Pienso que será agradable volver a ver a todos mis profesores. Será bueno regresar”, comentó.
Los profesores regresaron unos días antes al liceo para preparase, y el domingo el instituto organizó una jornada de orientación para permitirle a los estudiantes y padres recuperar las cosas que dejaron en medio del pánico y la evacuación el día de la masacre.
La matanza en este liceo ocurrió el pasado 14 de febrero a manos de un exalumno llamado Nikolas Cruz, de 19 años. El joven, que había sido expulsado por “razones disciplinarias” de la escuela que atacó, usó un fusil AR-15 que había comprado legalmente.
El hecho ha generado un nuevo clamor por el control de las armas en el país, que dejan unas 33 mil muertes anuales.
Los estudiantes que sobrevivieron a la matanza han estado ejerciendo presión sobre políticos de Washington y Florida para que tomen medidas contra la violencia armada y restrinjan el acceso a las armas.
Durante años, el Congreso estadounidense ha estado paralizado en este tema, a pesar de que las encuestas muestran que la mayoría de los estadounidenses apoyan un control más estricto.
La Asociación Nacional del Rifle (NRA) es un poderoso lobby que ejerce presión en Washington y en congresos estatales, con generosos financiamientos a políticos, para garantizar que la libre venta y porte de armas no sea amenazada.
El miércoles por la mañana, Dick’s Sporting Goods, una de las cadenas más grandes de distribución de productos de caza, pesca y de actividades de entretenimiento al aire libre, anunció que ponía fin inmediato a la venta de fusiles de asalto y que no venderá más armas a menores de 21 años.
(Con información de AFP)
"¡Benditos sean tu amor y tu fusil!": Celebran en EE.UU. una chocante ceremonia (FOTOS)
Publicado: 1 mar 2018 20:41 GMT - RT
Cientos de personas acuden armadas a un servicio de la Iglesia de la Unificación.
Este
28 de febrero, cientos de feligreses —algunos con coronas
confeccionadas con cartuchos— se congregaron en una parroquia rural de
Newfoundland (Pensilvania, Estados Unidos) para que bendijeran sus
matrimonios y sus fusiles de asalto, destaca Vice.
Esos fieles, conocidos como 'Moonies', asistieron al servicio religioso oficiado por el hijo del reverendo Sun Myung Moon —el fallecido fundador de la Iglesia de la Unificación—, el pastor Hyung Jin Moon.
Primero, los líderes del culto instaron a los parroquianos a que descargaran sus rifles antes de la ceremonia. A continuación mujeres vestidas de blanco y hombres con trajes oscuros desfilaron con sus armas, muchas de las cuales eran AR-15 y sus modificaciones.
El rito se ofició pocas semanas después de que un adolescente armado con un arma del mismo modelo matara a tiros a 17 estudiantes y empleados de una escuela secundaria de Parkland (Florida, EE.UU.).
Ante esta coincidencia, un portavoz de la Iglesia Unitaria declaró que esa reunión fue programada mucho antes que la masacre del pasado 14 de febrero.
Ese homicidio múltiple reanudó una discusión en la sociedad estadounidense respecto al derecho a la posesión de armas y el establecimiento de restricciones para su venta.
Esos fieles, conocidos como 'Moonies', asistieron al servicio religioso oficiado por el hijo del reverendo Sun Myung Moon —el fallecido fundador de la Iglesia de la Unificación—, el pastor Hyung Jin Moon.
Primero, los líderes del culto instaron a los parroquianos a que descargaran sus rifles antes de la ceremonia. A continuación mujeres vestidas de blanco y hombres con trajes oscuros desfilaron con sus armas, muchas de las cuales eran AR-15 y sus modificaciones.
El rito se ofició pocas semanas después de que un adolescente armado con un arma del mismo modelo matara a tiros a 17 estudiantes y empleados de una escuela secundaria de Parkland (Florida, EE.UU.).
Ante esta coincidencia, un portavoz de la Iglesia Unitaria declaró que esa reunión fue programada mucho antes que la masacre del pasado 14 de febrero.
Ese homicidio múltiple reanudó una discusión en la sociedad estadounidense respecto al derecho a la posesión de armas y el establecimiento de restricciones para su venta.