sábado, 8 de diciembre de 2018

¿Por qué socialismo? por Albert Einstein // Fukuyama cambia de opinión: ‘el socialismo debería volver’ por Alan Woods (CMI) // El socialismo chino y el mito del fin de la historia // Francia: Los chalecos amarillos y las "lecciones de la historia" // Los mercados vuelven a caer y el Dow Jones reduce su valor en más de 500 puntos // "Los mercados corren riesgos cambiarios y políticos": la UE insta a estimular el rechazo al dólar // "Las impactantes predicciones" económicas para el 2019 que tendrían consecuencias para todos // FRANCIA: Francia desplegará 89.000 policías en previsión de protestas masivas este sábado // Macron cede, la revuelta crece // Francia: ¿'El Infierno en Marcha'? // Los "chalecos amarillos" son también el producto de una serie de fracasos del movimiento social // URUGUAY: Las 17 plantas procesadoras de arroz que tiene Uruguay fueron ocupadas por trabajadores // ZUR: Los privilegios jubilatorios de los militares

TOPOEXPRESS

¿Por qué socialismo?

por Albert Einstein
Albert Einstein ¿Por qué socialismo?
En mayo de 1949 Albert Einstein publicaba este texto en el primer número de la revista Monthly Review, publicación “roja” que sigue asomándose a las librerías todavía hoy, contra viento y marea. Conviene releerlo ahora, en estos tiempos de gran confusión, en los que parece que hayamos olvidado cosas tan sencillas como las que el gran físico plantea aquí.
¿Debe quién no es un experto en cuestiones económicas y sociales opinar sobre el socialismo? Por una serie de razones creo que sí.
Permítasenos primero considerar la cuestión desde el punto de vista del conocimiento científico. Puede parecer que no hay diferencias metodológicas esenciales entre la astronomía y la economía: los científicos en ambos campos procuran descubrir leyes de aceptabilidad general para un grupo circunscrito de fenómenos para hacer la interconexión de estos fenómenos tan claramente comprensible como sea posible. Pero en realidad estas diferencias metodológicas existen. El descubrimiento de leyes generales en el campo de la economía es difícil porque la observación de fenómenos económicos es afectada a menudo por muchos factores que son difícilmente evaluables por separado. Además, la experiencia que se ha acumulado desde el principio del llamado período civilizado de la historia humana –como es bien sabido– ha sido influida y limitada en gran parte por causas que no son de ninguna manera exclusivamente económicas en su origen. Por ejemplo, la mayoría de los grandes estados de la historia debieron su existencia a la conquista. Los pueblos conquistadores se establecieron, legal y económicamente, como la clase privilegiada del país conquistado. Se aseguraron para sí mismos el monopolio de la propiedad de la tierra y designaron un sacerdocio de entre sus propias filas. Los sacerdotes, con el control de la educación, hicieron de la división de la sociedad en clases una institución permanente y crearon un sistema de valores por el cual la gente estaba a partir de entonces, en gran medida de forma inconsciente, dirigida en su comportamiento social.
Pero la tradición histórica es, como se dice, de ayer; en ninguna parte hemos superado realmente lo que Thorstein Veblen llamó “la fase depredadora” del desarrollo humano. Los hechos económicos observables pertenecen a esa fase e incluso las leyes que podemos derivar de ellos no son aplicables a otras fases. Puesto que el verdadero propósito del socialismo es precisamente superar y avanzar más allá de la fase depredadora del desarrollo humano, la ciencia económica en su estado actual puede arrojar poca luz sobre la sociedad socialista del futuro.
En segundo lugar, el socialismo está guiado hacia un fin ético-social. La ciencia, sin embargo, no puede establecer fines e, incluso menos, inculcarlos en los seres humanos; la ciencia puede proveer los medios con los que lograr ciertos fines. Pero los fines por si mismos son concebidos por personas con altos ideales éticos y –si estos fines no son endebles, sino vitales y vigorosos– son adoptados y llevados adelante por muchos seres humanos quienes, de forma semi-inconsciente, determinan la evolución lenta de la sociedad.

Por estas razones, no debemos sobrestimar la ciencia y los métodos científicos cuando se trata de problemas humanos; y no debemos asumir que los expertos son los únicos que tienen derecho a expresarse en las cuestiones que afectan a la organización de la sociedad. Muchas voces han afirmado desde hace tiempo que la sociedad humana está pasando por una crisis, que su estabilidad ha sido gravemente dañada. Es característico de tal situación que los individuos se sienten indiferentes o incluso hostiles hacia el grupo, pequeño o grande, al que pertenecen. Como ilustración, déjenme recordar aquí una experiencia personal. Discutí recientemente con un hombre inteligente y bien dispuesto la amenaza de otra guerra, que en mi opinión pondría en peligro seriamente la existencia de la humanidad, y subrayé que solamente una organización supranacional ofrecería protección frente a ese peligro. Frente a eso mi visitante, muy calmado y tranquilo, me dijo: “¿porqué se opone usted tan profundamente a la desaparición de la raza humana?”
Estoy seguro que hace tan sólo un siglo nadie habría hecho tan ligeramente una declaración de esta clase. Es la declaración de un hombre que se ha esforzado inútilmente en lograr un equilibrio interior y que tiene más o menos perdida la esperanza de conseguirlo. Es la expresión de la soledad dolorosa y del aislamiento que mucha gente está sufriendo en la actualidad. ¿Cuál es la causa? ¿Hay una salida?
Es fácil plantear estas preguntas, pero difícil contestarlas con seguridad. Debo intentarlo, sin embargo, lo mejor que pueda, aunque soy muy consciente del hecho de que nuestros sentimientos y esfuerzos son a menudo contradictorios y obscuros y que no pueden expresarse en fórmulas fáciles y simples.
El hombre es, a la vez, un ser solitario y un ser social. Como ser solitario, procura proteger su propia existencia y la de los que estén más cercanos a él, para satisfacer sus deseos personales, y para desarrollar sus capacidades naturales. Como ser social, intenta ganar el reconocimiento y el afecto de sus compañeros humanos, para compartir sus placeres, para confortarlos en sus dolores, y para mejorar sus condiciones de vida. Solamente la existencia de éstos diferentes, y frecuentemente contradictorios objetivos por el carácter especial del hombre, y su combinación específica determina el grado con el cual un individuo puede alcanzar un equilibrio interno y puede contribuir al bienestar de la sociedad. Es muy posible que la fuerza relativa de estas dos pulsiones esté, en lo fundamental, fijada hereditariamente. Pero la personalidad que finalmente emerge está determinada en gran parte por el ambiente en el cual un hombre se encuentra durante su desarrollo, por la estructura de la sociedad en la que crece, por la tradición de esa sociedad, y por su valoración de los tipos particulares de comportamiento. El concepto abstracto “sociedad” significa para el ser humano individual la suma total de sus relaciones directas e indirectas con sus contemporáneos y con todas las personas de generaciones anteriores. El individuo puede pensar, sentirse, esforzarse, y trabajar por si mismo; pero él depende tanto de la sociedad –en su existencia física, intelectual, y emocional– que es imposible concebirlo, o entenderlo, fuera del marco de la sociedad. Es la “sociedad” la que provee al hombre de alimento, hogar, herramientas de trabajo, lenguaje, formas de pensamiento, y la mayoría del contenido de su pensamiento; su vida es posible por el trabajo y las realizaciones de los muchos millones en el pasado y en el presente que se ocultan detrás de la pequeña palabra “sociedad”.
Es evidente, por lo tanto, que la dependencia del individuo de la sociedad es un hecho que no puede ser suprimido –exactamente como en el caso de las hormigas y de las abejas. Sin embargo, mientras que la vida de las hormigas y de las abejas está fijada con rigidez en el más pequeño detalle, los instintos hereditarios, el patrón social y las correlaciones de los seres humanos son muy susceptibles de cambio. La memoria, la capacidad de hacer combinaciones, el regalo de la comunicación oral ha hecho posible progresos entre los seres humanos que son dictados por necesidades biológicas. Tales progresos se manifiestan en tradiciones, instituciones, y organizaciones; en la literatura; en las realizaciones científicas e ingenieriles; en las obras de arte. Esto explica que, en cierto sentido, el hombre puede influir en su vida y que puede jugar un papel en este proceso el pensamiento consciente y los deseos.
El hombre adquiere en el nacimiento, de forma hereditaria, una constitución biológica que debemos considerar fija e inalterable, incluyendo los impulsos naturales que son característicos de la especie humana. Además, durante su vida, adquiere una constitución cultural que adopta de la sociedad con la comunicación y a través de muchas otras clases de influencia. Es esta constitución cultural la que, con el paso del tiempo, puede cambiar y la que determina en un grado muy importante la relación entre el individuo y la sociedad como la antropología moderna nos ha enseñado, con la investigación comparativa de las llamadas culturas primitivas, que el comportamiento social de seres humanos puede diferenciar grandemente, dependiendo de patrones culturales que prevalecen y de los tipos de organización que predominan en la sociedad. Es en esto en lo que los que se están esforzando en mejorar la suerte del hombre pueden basar sus esperanzas: los seres humanos no están condenados, por su constitución biológica, a aniquilarse o a estar a la merced de un destino cruel, infligido por ellos mismos.
El mundo tal como yo lo veo
Si nos preguntamos cómo la estructura de la sociedad y de la actitud cultural del hombre deben ser cambiadas para hacer la vida humana tan satisfactoria como sea posible, debemos ser constantemente conscientes del hecho de que hay ciertas condiciones que no podemos modificar. Como mencioné antes, la naturaleza biológica del hombre es, para todos los efectos prácticos, inmodificable. Además, los progresos tecnológicos y demográficos de los últimos siglos han creado condiciones que están aquí para quedarse. En poblaciones relativamente densas asentadas con bienes que son imprescindibles para su existencia continuada, una división del trabajo extrema y un aparato altamente productivo son absolutamente necesarios. Los tiempos –que, mirando hacia atrás, parecen tan idílicos– en los que individuos o grupos relativamente pequeños podían ser totalmente autosuficientes se han ido para siempre. Es sólo una leve exageración decir que la humanidad ahora constituye incluso una comunidad planetaria de producción y consumo.
Ahora he alcanzado el punto donde puedo indicar brevemente lo que para mí constituye la esencia de la crisis de nuestro tiempo. Se refiere a la relación del individuo con la sociedad. El individuo es más consciente que nunca de su dependencia de sociedad. Pero él no ve la dependencia como un hecho positivo, como un lazo orgánico, como una fuerza protectora, sino como algo que amenaza sus derechos naturales, o incluso su existencia económica. Por otra parte, su posición en la sociedad es tal que sus pulsiones egoístas se están acentuando constantemente, mientras que sus pulsiones sociales, que son por naturaleza más débiles, se deterioran progresivamente. Todos los seres humanos, cualquiera que sea su posición en la sociedad, están sufriendo este proceso de deterioro. Los presos a sabiendas de su propio egoísmo, se sienten inseguros, solos, y privados del disfrute ingenuo, simple, y sencillo de la vida. El hombre sólo puede encontrar sentido a su vida, corta y arriesgada como es, dedicándose a la sociedad.
La anarquía económica de la sociedad capitalista tal como existe hoy es, en mi opinión, la verdadera fuente del mal. Vemos ante nosotros a una comunidad enorme de productores que se están esforzando incesantemente privándose de los frutos de su trabajo colectivo –no por la fuerza, sino en general en conformidad fiel con reglas legalmente establecidas. A este respecto, es importante señalar que los medios de producción –es decir, la capacidad productiva entera que es necesaria para producir bienes de consumo tanto como capital adicional– puede legalmente ser, y en su mayor parte es, propiedad privada de particulares.
En aras de la simplicidad, en la discusión que sigue llamaré “trabajadores” a todos los que no compartan la propiedad de los medios de producción –aunque esto no corresponda al uso habitual del término. Los propietarios de los medios de producción están en posición de comprar la fuerza de trabajo del trabajador. Usando los medios de producción, el trabajador produce nuevos bienes que se convierten en propiedad del capitalista. El punto esencial en este proceso es la relación entre lo que produce el trabajador y lo que le es pagado, ambos medidos en valor real. En cuanto que el contrato de trabajo es “libre”, lo que el trabajador recibe está determinado no por el valor real de los bienes que produce, sino por sus necesidades mínimas y por la demanda de los capitalistas de fuerza de trabajo en relación con el número de trabajadores compitiendo por trabajar. Es importante entender que incluso en teoría el salario del trabajador no está determinado por el valor de su producto.
Albert Einstein ¿Por qué socialismo?
El capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, en parte debido a la competencia entre los capitalistas, y en parte porque el desarrollo tecnológico y el aumento de la división del trabajo animan la formación de unidades de producción más grandes a expensas de las más pequeñas. El resultado de este proceso es una oligarquía del capital privado cuyo enorme poder no se puede controlar con eficacia incluso en una sociedad organizada políticamente de forma democrática. Esto es así porque los miembros de los cuerpos legislativos son seleccionados por los partidos políticos, financiados en gran parte o influidos de otra manera por los capitalistas privados quienes, para todos los propósitos prácticos, separan al electorado de la legislatura. La consecuencia es que los representantes del pueblo de hecho no protegen suficientemente los intereses de los grupos no privilegiados de la población. Por otra parte, bajo las condiciones existentes, los capitalistas privados inevitablemente controlan, directamente o indirectamente, las fuentes principales de información (prensa, radio, educación). Es así extremadamente difícil, y de hecho en la mayoría de los casos absolutamente imposible, para el ciudadano individual obtener conclusiones objetivas y hacer un uso inteligente de sus derechos políticos.
La situación que prevalece en una economía basada en la propiedad privada del capital está así caracterizada en lo principal: primero, los medios de la producción (capital) son poseídos de forma privada y los propietarios disponen de ellos como lo consideran oportuno; en segundo lugar, el contrato de trabajo es libre. Por supuesto, no existe una sociedad capitalista pura en este sentido. En particular, debe notarse que los trabajadores, a través de luchas políticas largas y amargas, han tenido éxito en asegurar una forma algo mejorada de “contrato de trabajo libre” para ciertas categorías de trabajadores. Pero tomada en su conjunto, la economía actual no se diferencia mucho de capitalismo “puro”. La producción está orientada hacia el beneficio, no hacia el uso. No está garantizado que todos los que tienen capacidad y quieran trabajar puedan encontrar empleo; existe casi siempre un “ejército de parados”. El trabajador está constantemente atemorizado con perder su trabajo. Desde que parados y trabajadores mal pagados no proporcionan un mercado rentable, la producción de los bienes de consumo está restringida, y la consecuencia es una gran privación. El progreso tecnológico produce con frecuencia más desempleo en vez de facilitar la carga del trabajo para todos. La motivación del beneficio, conjuntamente con la competencia entre capitalistas, es responsable de una inestabilidad en la acumulación y en la utilización del capital que conduce a depresiones cada vez más severas. La competencia ilimitada conduce a un desperdicio enorme de trabajo, y a ése amputar la conciencia social de los individuos que mencioné antes.
Considero esta mutilación de los individuos el peor mal del capitalismo. Nuestro sistema educativo entero sufre de este mal. Se inculca una actitud competitiva exagerada al estudiante, que es entrenado para adorar el éxito codicioso como preparación para su carrera futura.
Estoy convencido de que hay solamente un camino para eliminar estos graves males, el establecimiento de una economía socialista, acompañado por un sistema educativo orientado hacia metas sociales. En una economía así, los medios de producción son poseídos por la sociedad y utilizados de una forma planificada. Una economía planificada que ajuste la producción a las necesidades de la comunidad, distribuiría el trabajo a realizar entre todos los capacitados para trabajar y garantizaría un sustento a cada hombre, mujer, y niño. La educación del individuo, además de promover sus propias capacidades naturales, procuraría desarrollar en él un sentido de la responsabilidad para sus compañeros-hombres en lugar de la glorificación del poder y del éxito que se da en nuestra sociedad actual.
Sin embargo, es necesario recordar que una economía planificada no es todavía socialismo. Una economía planificada puede estar acompañada de la completa esclavitud del individuo. La realización del socialismo requiere solucionar algunos problemas sociopolíticos extremadamente difíciles: ¿cómo es posible, con una centralización de gran envergadura del poder político y económico, evitar que la burocracia llegue a ser todopoderosa y arrogante? ¿Cómo pueden estar protegidos los derechos del individuo y cómo asegurar un contrapeso democrático al poder de la burocracia?
La claridad sobre los objetivos y problemas del socialismo es de gran importancia en esta nuestra era de transición. Dado que, en las circunstancias actuales, la discusión libre y sin trabas de estos problemas se han convertido en un poderoso tabú, considerado que la fundación de esta revista es un importante servicio público.

Fukuyama cambia de opinión: ‘el socialismo debería volver’

por Alan Woods (CMI)


domingo, 11 de noviembre de 2018

Hace 26 años, tras la caída de la Unión Soviética, los defensores del capitalismo estaban eufóricos. Hablaron de la muerte del socialismo y del comunismo. El liberalismo había triunfado y, por lo tanto, la historia había alcanzado su expresión final bajo la forma de capitalismo. Ese fue el momento en que Yoshihiro Francis Fukuyama pronunció su famosa (o notoria) predicción de que la historia había terminado. Lo que quiso decir con esto fue lo siguiente: ahora que el socialismo (en la forma de la Unión Soviética) había fracasado, el único sistema socioeconómico posible era el capitalismo, o como él y otros preferían describirlo: "la economía de libre mercado”.

Los defensores del capitalismo predijeron que la victoria del liberalismo abriría la puerta a un futuro garantizado de paz y prosperidad. Los economistas hablaban del dividendo de la paz. Ahora que la Guerra Fría con la Unión Soviética había terminado, los gobiernos capitalistas podrían gastar grandes sumas de dinero para construir escuelas, hospitales, casas y todas las demás cosas que son el requisito esencial previo para la existencia civilizada. Los desiertos florecerían, la producción se dispararía y la raza humana -supuestamente- viviría feliz para siempre. Amén.
26 años puede parecer mucho tiempo en la vida de un hombre o una mujer. Pero en la escala de la historia, es sólo un momento fugaz. Y sin embargo, en ese segmento insignificante de la historia humana, todo ha cambiado, y, como Hegel predijo, las cosas han trocado en su opuesto. Hoy en día, no queda piedra sobre piedra de las confiadas predicciones de aquellos dias.

Cambio de opinión

Desafortunadamente para Francis Fukuyama, la historia no es tan fácil de desechar. Y ahora se está vengando de él. En 1992, llevado por la euforia general de la burguesía, exultante por la caída de la Unión Soviética, este político teórico norteamericano publicó un libro con el interesante nombre: El fin de la historia y el último hombre.

En este libro, leemos la siguiente declaración:
«Lo que podemos estar presenciando.... es el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano»

Pero en un artículo publicado en New Statesman el 17 de octubre de este año, está entonando una canción bastante diferente:
«Lo que dije entonces [1992] fue que uno de los problemas de la democracia moderna es que proporciona paz y prosperidad, pero la gente quiere más que eso.... las democracias liberales ni siquiera tratan de definir lo que es una buena vida, sino que la dejan en manos de individuos que se sienten alienados, sin propósito, y por eso se unen a estos grupos de identidad que les da un sentido de comunidad.»


Sus críticos, dijo, «probablemente no leyeron hasta el final del libro [El Fin de la Historia], la parte del Último Hombre, que en realidad trataba sobre algunas de las amenazas potenciales a la democracia.»

Funcionario del gobierno durante los años de Reagan-Bush, Fukuyama estuvo cercano originalmente al movimiento neoconservador. Esto probablemente explica su entusiasmo por la economía de mercado y el liberalismo. Pero la dura experiencia le ha llevado a cambiar de opinión, al menos hasta cierto punto.

Fukuyama apoyó la guerra de Irak, pero en 2003 concluyó que era un error que definía la política estadounidense. También se ha convertido en un crítico de dogmas neoliberales como la desregulación financiera, que fue en parte responsable de la desastrosa crisis económica de 2008. También es un crítico del euro, o al menos de su «inepta creación»:
«Todas estas son políticas de élite resultaron ser bastante desastrosas, hay alguna razón para que la gente común se moleste.»

¡Marx tenía razón!

Para ilustrar el dramático cambio de opinión de Fukuyama, volvemos a publicar algunos extractos del artículo de New Statesman:
«El Fin de la Historia fue una reprimenda para los marxistas que consideraban el comunismo como la última etapa ideológica de la humanidad. ¿Cómo veía, le pregunté a Fukuyama, el resurgimiento de la izquierda socialista en el Reino Unido y los Estados Unidos? Todo depende de lo que se entienda por socialismo. La propiedad de los medios de producción -excepto en áreas donde es claramente necesario, como los servicios públicos- no creo que vaya a funcionar.
“Si te refieres a programas redistributivos que intentan corregir este gran desequilibrio, tanto en ingresos como en la riqueza que se produce, entonces sí, creo que no sólo puede volver, sino que debería volver. Este período prolongado, que comenzó con Reagan y Thatcher, en el que se arraigó un cierto conjunto de ideas sobre los beneficios de los mercados no regulados, ha tenido un efecto desastroso en muchos sentidos.

«En materia de igualdad social, ha conducido a un debilitamiento de los sindicatos, del poder de negociación de los trabajadores de a pie, al surgimiento de una clase oligárquica en casi todas partes que ejerce entonces un poder político indebido. En cuanto al papel de las finanzas, si hay algo que hemos aprendido de la crisis financiera es que hay que regular el sector como el demonio porque harán que todos los demás paguen. Toda esa ideología se arraigó muy profundamente en la Eurozona, la austeridad que Alemania impuso al sur de Europa ha sido desastrosa.»
Fukuyama añadió, para mi sorpresa: “En este momento, me parece que ciertas cosas que dijo Karl Marx están resultando ser ciertas. Habló de la crisis de sobreproducción.... que los trabajadores se empobrecerían y la demanda sería insuficiente.”» (Énfasis mío, AW)

Es significativo que un defensor tan prominente del capitalismo y crítico del socialismo llegue ahora a la conclusión de que el análisis marxista de la crisis capitalista era básicamente correcto.
Dejamos de lado el hecho de que Fukuyama demuestra su falta de comprensión de la economía marxista al confundir la sobreproducción con la idea keynesiana de subconsumo. Después de tantos años de lavado de cerebro en la escuela de economía de libre mercado, era demasiado pedirle que entendiera a Marx.

Sin embargo, es significativo que un defensor tan prominente del capitalismo y crítico del socialismo llegue ahora a la conclusión de que el análisis marxista de la crisis capitalista era básicamente correcto, que la búsqueda desenfrenada de la economía del libre mercado ha conducido a un empobrecimiento masivo, por un lado, y a la dominación completa del mundo por parte de una oligarquía capitalista irresponsable y obscenamente rica, por el otro.
Y tiene toda la razón al decir que, si esto no se rectifica, esta oligarquía (tanto en Estados Unidos como en Europa) «hará que todo el mundo pague». En realidad, ya lo están haciendo.

Fukuyama no ofrece ninguna solución

Es, por supuesto, una satisfacción considerable ver que incluso este defensor recalcitrante del capitalismo haya comenzado a comprender su naturaleza reaccionaria. Sin embargo, Fukuyama se comporta como un médico que, después de dar una lista muy completa de los síntomas de su paciente, no proporciona una receta para la cura.
Fukuyama es consciente de las terribles privaciones causadas por los estragos del capital financiero y la anarquía del sistema de mercado. Ha llegado a la conclusión, compartida por un número cada vez mayor de personas, de que la economía debe ser controlada. Pero luego no llega a la conclusión necesaria, que es que los gigantescos monopolios y bancos que ejercen una brutal dictadura sobre el mundo entero deben ser sacados de las manos privadas.

Por un lado, pide que se vuelva al socialismo. El problema es que no tiene idea de lo que es el socialismo. Dice que «la propiedad de los medios de producción» (excepto en los servicios públicos) no va a funcionar. Pero el propio Fukuyama ha llegado a la conclusión de que es la propiedad privada de los medios de producción la que no funciona, o mejor dicho, que funciona en detrimento del progreso económico y social, y causa miseria, pobreza y angustia a la gran mayoría de la humanidad.
Ahora está claro, incluso para los más ciegos de los ciegos, que la economía capitalista no planificada es una receta acabada para el caos, la desorganización, el despilfarro, la mala gestión y la corrupción a gran escala. Peor aún, la desenfrenada codicia por el beneficio, que es la única fuerza motriz de este sistema, está destruyendo el medio ambiente, envenenando el aire que respiramos, los alimentos que comemos, y los mares y bosques que son la base de toda la vida en el planeta.

Los problemas graves exigen soluciones serias. El socialista español Largo Caballero dijo una vez que no se puede curar el cáncer con una aspirina. Fukuyama aboga por la nacionalización de los servicios públicos porque «es claramente necesario». Estamos completamente de acuerdo con él. Pero, ¿por qué no se exige en el caso de los bancos, por ejemplo, que han demostrado una incapacidad total para administrar y controlar de manera responsable grandes cantidades de dinero de la gente?
La monstruosa especulación, la corrupción y la ineptitud de los bancos fue la causa inmediata de la crisis financiera de 2008, cuyos resultados seguimos viviendo. Al final, estos fervientes defensores de la economía de libre mercado, que se oponían a cualquier sugerencia de intervención estatal en la economía, tuvieron que ser rescatados mediante la inyección de grandes cantidades de dinero público.

En lugar de ir a la cárcel, lo que merecían, fueron recompensados por su incompetencia con sumas de dinero robadas del tesoro público. Esa es la razón por la que hoy tenemos déficits públicos colosales, que, según se nos ha dicho, deben ser pagados. Los pobres subvencionan a los ricos. Esto es Robin Hood al revés.
Al mismo tiempo, se nos informa de que no hay dinero para pagar cosas innecesarias como escuelas, hospitales, atención a los ancianos, pensiones, educación, carreteras y saneamiento, todo lo cual se encuentra en un estado lamentable en Gran Bretaña y en los países más ricos del mundo.

Si alguna vez hubo un sector de la economía que pide a gritos la expropiación, son los grandes bancos. ¿Por qué desea el señor Fukuyama mantenerlos en manos privadas? Si limitamos la nacionalización a los servicios públicos, los sectores más importantes de la economía permanecerán como están, en manos de esa misma oligarquía contra la que se mueve Fukuyama. Este tipo de «socialismo» no resolvería precisamente nada.

Claramente, el principal problema aquí es que Fukuyama confunde el socialismo y la propiedad estatal con el régimen burocrático y totalitario que existía en la Unión Soviética. Eso ciertamente fracasó, y estaba destinado a fracasar. Trotsky señaló que la economía planificada nacionalizada necesita democracia, al igual que el cuerpo humano necesita oxígeno.
No tiene por qué haber contradicción entre una economía nacionalizada y planificada y la democracia más plena. El socialismo real se basa en la participación más activa de los trabajadores, tanto en la elaboración de un plan de producción como en su aplicación. Con esto queremos decir no sólo el proletariado industrial, sino todos los grupos productivos: científicos, economistas, técnicos, gerentes incluidos.
Sin el control y la gestión de los trabajadores, la economía inevitablemente se bloqueará y se paralizará, que es exactamente lo que ocurrió en la Unión Soviética. La experiencia venezolana nos da un veredicto aún más condenatorio sobre el control burocrático de las industrias nacionalizadas.

¿El camino chino?

Del artículo parece que Fukuyama piensa que el único rival sistémico plausible de la democracia liberal no es el socialismo, sino el modelo capitalista de estado de China:
«Los chinos argumentan abiertamente que son superiores porque pueden garantizar la estabilidad y el crecimiento económico a largo plazo de una manera que la democracia no puede... si en otros 30 años son más grandes que los Estados Unidos, el pueblo chino es más rico y el país sigue unido, yo diría que tienen un argumento real.»
Pero advirtió que «la verdadera prueba del régimen» será cómo se desenvuelve en una crisis económica.

La confusión de Fukuyama se ilustra muy bien con estas líneas. Era un empirista impresionista hace 26 años, cuando tenía ilusiones en la economía de mercado porque parecía estar avanzando continuamente. Hoy sigue siendo un empirista impresionista, salvo que su admiración por China ha aumentado en la misma medida en que su admiración por el capitalismo occidental ("liberalismo") ha disminuido.

Es cierto que, en las últimas décadas, la economía china ha avanzado rápidamente. Pero, habiendo entrado en la economía capitalista mundial, ha heredado todas las contradicciones del capitalismo. China está sufriendo una sobreproducción que ha provocado un descenso de la tasa de crecimiento y un aumento del desempleo.
La tasa oficial de crecimiento de China este año es del 6,5%. Pero China necesita, al menos, una tasa de crecimiento del 8% anual sólo para absorber el crecimiento de la población. Además, como sugiere Fukuyama, la economía china es vulnerable a los choques económicos que se originan en la economía mundial en general, conforme encuentra cada vez más dificultades para vender sus excedentes de producción y está en una guerra comercial abierta con Estados Unidos.

También es irónico que un hombre que afirma defender la democracia liberal mire a China como ejemplo, dado que el régimen chino no es conocido por su respeto de los derechos humanos y la democracia. De hecho, China combina algunas de las peores características del totalitarismo estalinista con las más negativas del capitalismo. A lo largo de ese camino, no hay esperanza para los trabajadores de China ni de ningún otro país.

El capitalismo significa guerra

Podría decirse que el mundo nunca ha estado en una situación tan inestable. De hecho, mientras la URSS existió, había una relativa estabilidad, reflejando el relativo equilibrio de poder entre Rusia y los Estados Unidos. Pero el orden del Viejo Mundo se ha derrumbado, y no hay nada que lo reemplace.
Sin duda, hemos recorrido un largo camino desde las predicciones optimistas de un mundo de paz y prosperidad tras la caída del Muro de Berlín. El mundo real de hoy no tiene ninguna relación con esa perspectiva. Al contrario, hay guerra tras guerra. Aparte de los horribles conflictos que están destrozando países como Irak, Siria y Yemen, ha habido una serie de guerras monstruosas en África.
La terrible guerra civil en el Congo llevó a la matanza de al menos 5 millones de hombres, mujeres y niños. Eso ni siquiera salió en las primeras planas de los periódicos. El presidente Trump ha roto el acuerdo con Irán que impedía que ese país adquiriera armas nucleares. Ahora anuncia su decisión de romper el acuerdo firmado por Reagan y Gorbachov para restringir los programas nucleares de Estados Unidos y Rusia.

A Fukuyama le preocupa el potencial de una guerra entre Estados Unidos y China:
«Creo que la gente sería muy tonta si lo descartara, se me ocurren muchos escenarios en los que podría comenzar una guerra así. No creo que sea un ataque deliberado de un país sobre el otro -como Alemania invadiendo Polonia en 1939- es más probable que salga de un conflicto local sobre Taiwán, sobre Corea del Norte, posiblemente una confrontación en el Mar de China del Sur que se intensifica.»
Ciertamente, las contradicciones entre Estados Unidos y China son muy serias. Encuentran su expresión en la guerra comercial declarada unilateralmente por Donald Trump, que puede fácilmente escalar a algo mucho más serio e incluso amenazar con hundir toda la economía mundial. Del mismo modo, el avance del poder chino en Asia, en particular, su intento de dominar los mares de esa región, es visto como una amenaza por los Estados Unidos.

Eso no significa, como algunos creen, que sea inminente una tercera guerra mundial. En las condiciones modernas, la guerra mundial tendría un efecto devastador en todas las partes. Y los capitalistas no hacen la guerra por diversión, sino para la conquista de mercados, ganancias y esferas de influencia. Por lo tanto, aunque el Sr. Trump haga estallar fuego y azufre en todos sus discursos, está descartada una conflagración general.
Sin embargo, tendremos pequeñas guerras todo el tiempo - «pequeñas» en el sentido de las guerras en Irak y Siria, lo cual, en el mundo moderno, es una perspectiva suficientemente horrenda. Pero las guerras no son más que un reflejo de las insoportables contradicciones entre países que, sobre la base del capitalismo, deben luchar entre sí por los mercados como perros hambrientos que pelean por un pedazo de carne. El capitalismo significa guerra, y para evitar la guerra, es necesario eliminar su causa raíz.

La rueda de la historia

Cuando los ejércitos triunfantes de Hitler entraron en París en 1940, tuvo lugar una interesante conversación entre un oficial del ejército alemán y otro francés. El alemán, alardeando de la arrogancia de un conquistador, se jactaba de que, finalmente, su nación se había vengado de su humillante derrota en la Primera Guerra Mundial. El oficial francés se volvió hacia él y le dijo: «Sí, la rueda de la historia ha girado. Volverá a girar.»
Unos años más tarde, su predicción demostró ser correcta.

Desde la caída de la Unión Soviética, la rueda de la historia ha vuelto a dar un giro completo. A pesar de las predicciones de los estrategas del capital, la historia ha vuelto con fuerza. De repente, el mundo parece afligido por fenómenos extraños y sin precedentes que desafían todos los intentos de los expertos políticos por explicarlos.
El pueblo británico votó en un referéndum por abandonar la Unión Europea, un resultado que nadie esperaba, lo que causó una conmoción a escala internacional. Pero estos no fueron nada en comparación con el tsunami provocado por el resultado de las elecciones presidenciales estadounidenses: otro resultado que nadie esperaba, incluido el hombre que ganó.
La elección de Donald Trump fue otro terremoto más. Estos acontecimientos son la dramática confirmación de la inestabilidad que aflige al mundo entero. De la noche a la mañana, las viejas certezas han desaparecido. Hay un fermento general en la sociedad y una sensación de incertidumbre generalizada llena a la clase dominante y de profundos temores, a sus ideólogos.

Los comentaristas políticos hablan con temor del surgimiento de algo que llaman «populismo»: una palabra tan elástica como sin sentido. El uso de esta terminología amorfa sólo significa que los que la usan no tienen idea de lo que están hablando.
En términos estrictos y etimológicos, populismo no es más que una traducción latina del griego «demagogia». El término se aplica con el mismo gusto que un mal pintor revoca una pared con una capa gruesa de pintura para cubrir sus errores. Se utiliza para describir una variedad tan amplia de fenómenos políticos que queda totalmente desprovista de contenido real.
El fermento político y social que sacude al mundo entero hasta sus cimientos es sólo un síntoma de una crisis mucho más profunda: no la crisis del neoliberalismo, que es sólo una forma particular de capitalismo, sino una crisis terminal del propio sistema capitalista.

Esta crisis está destinada a durar bastante tiempo. Sobre la base del capitalismo, no hay solución. Los gobiernos subirán y bajarán y los péndulos oscilarán de izquierda a derecha, y de derecha a izquierda, reflejando una búsqueda cada vez más desesperada de las masas por encontrar una salida a la crisis.
El llamado «populismo» no es más que un reflejo de este hecho. Las masas aprenden de la experiencia y no tienen otra forma de aprender. La experiencia será una escuela muy dura, y las lecciones serán aprendidas amargamente. Pero al final, serán aprendidas.

Una cosa está muy clara. La burguesía no tiene idea de cómo salir de esta crisis. Sus representantes políticos y económicos muestran todos los rasgos de confusión y desorientación propios de una clase que ha sobrevivido a su vida útil histórica, una clase que no tiene futuro y que es poco consciente de ello.
Los apologistas del liberalismo capitalista se quejan amargamente del ascenso de políticos como Donald Trump, que representan la antítesis de lo que se conoce como «valores liberales». Para estas personas, esto parece una pesadilla. Esperan despertar y darse cuenta de que todo fue un sueño, que mañana será un dia mejor. Pero para el liberalismo burgués, no habrá despertar ni mañana.

Las declaraciones de Francis Fukuyama, desde ese punto de vista, tienen una considerable importancia sintomática. Este antiguo liberal ha perdido toda la fe en el futuro del capitalismo, pero no ve ninguna alternativa viable. Como todos los estrategas del capital, ve el futuro «como a través de un cristal, sombríamente». Su desesperanza teórica es la expresión de la desesperanza del propio sistema.
El futuro pertenece, no a la burguesía ebria y en bancarrota, que no puede ver más allá del final de su propia nariz, sino a la única fuerza realmente progresista de la sociedad, la única fuerza que produce toda la riqueza de la sociedad: la clase obrera. A través de su propia experiencia, esa clase llegará a comprender que el único camino a seguir es tomar el camino del genuino socialismo y del poder obrero.

Alan Woods (CMI)