Así se gestó la Revolución Rusa
Reunión del Sóviet de Petrogrado.
Así se gestó la Revolución Rusa
(Primera parte)Habían transcurrido doce años del “domingo rojo” de 1905 en Petrogrado y de la derrota del ejército imperial ruso ante Japón en Port Arthur(1); y a doce años de las tímidas reformas que el zar aceptó ante el descontento de los sectores populares y franjas de la burguesía liberal, sobrevino el proceso revolucionario que culminaría en 1917.
Lenin, que desde 1906 estaba exiliado, habló ante un grupo de jóvenes socialistas en Zurich. Lenin llamaba desde 1914 a la transformación de la guerra imperialista en una guerra civil contra los gobiernos de los países beligerantes. En su exilio había polemizado con sus propios compañeros de infortunio y connotados dirigentes socialistas como Mártov y Pléjanov, y atacado virulentamente a Max Weber(2).
Lo que dividía a los socialistas europeos era la actitud ante la guerra. La Segunda Internacional había mostrado sus límites y la Conferencia de Zimmerwald intentó alcanzar una posición común, sin lograrlo. El debate era, según la jerga de entonces, la fisura entre “socialchovinistas”, partidarios de la defensa de sus países y los “internacionalistas” que con Lenin planteaban transformar la guerra de rapiña en un combate contra los gobiernos imperialistas.
El Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (Posdr), fundado en 1898, se había escindido en el II Congreso de 1903 en Bruselas (mencheviques y bolcheviques). En 1912 Lenin había reunido en Praga algunos de sus partidarios fundando el Posdr (bolchevique). Era una manera de romper definitivamente con los llamados “minoritarios”. Las ácidas polémicas de exiliados lo llevaron a atacar con vehemencia a algunos de sus propios compañeros como Kámenev y Zinoviev(3) e incluso a Trostki, a quien reprochó haber participado en la redacción de la declaración de Zimmerwald, tildándolo de “rufián y canalla”. Pero al año siguiente se reconciliarían al calor de los acontecimientos revolucionarios acaecidos desde febrero de 1917.
LOS BOLCHEVIQUES EN ACCION
Los bolcheviques entonces no eran muy numerosos y Lenin ante su auditorio de jóvenes socialistas suizos afirmó que los jóvenes verían el triunfo de la revolución y no él, un “viejo” (a la sazón tenía 47 años). Se equivocó porque semanas más tarde el zar Nicolás II abdicó ante las manifestaciones de febrero de 1917(4).
Ese año Lenin regresó a Rusia con algunos compañeros atravesando territorio enemigo, debidamente autorizado por el consulado alemán en Berna, en el famoso “vagón blindado”. Durante el viaje Lenin terminó de redactar sus Tesis de abril. Luego de la victoria y consolidación de la revolución, Lenin ejercería el poder por poco tiempo. Desde el verano de 1921 tuvo serios problemas de salud y en 1922 sufrió varios ataques cerebrales. Desde marzo de 1923 estuvo muy disminuido física e intelectualmente hasta su muerte, en enero de 1924.
La posición de Lenin en el proceso revolucionario ruso no obvia que parte de lo que hizo o dijo, o de las decisiones que tomó, ha quedado en las sombras o ha sido modificado por sus “ejecutores testamentarios”. Las Obras Completas editadas en París entre 1958 y 1976, dan cuenta de este hecho. En ellas muchas veces se da con el mocho del hacha a quienes -militantes del PC(b)- se opusieron a algunas de sus decisiones, particularmente a Trotski. La edición a la que hacemos referencia fue realizada por especialistas y traductores del PC francés, bajo la dirección de Roger Garaudy.
EL MOTOR DE LA REVOLUCION
Sin embargo, en abril de 1917, al regresar a Rusia y a pesar de la debilidad del partido bolchevique, Lenin fue capaz de transformar un pequeño partido revolucionario en el motor e intérprete del sentir de la población rusa.
La mayoría aspiraba a poner fin a la guerra, lo que concordaba con la estrategia alemana de firmar la paz con el zar para no seguir combatiendo en dos grandes frentes, sobre todo, ante la perspectiva de la entrada en guerra de EE.UU.(5).
La decisión de Lenin de atravesar el territorio enemigo en un tren que gozaba del privilegio de extraterritorialidad otorgado por Alemania, le traería serios problemas. Sus enemigos no vacilaron en acusarlo de “connivencia con el enemigo”.
Desde abril de 1917, el gobierno provisorio en Rusia estaba dirigido por el príncipe Gueorgui Lvov(6). El poderoso movimiento de masas y los consejos (soviets) de obreros, soldados y campesinos, además de los liberales, habían logrado derrocar al zar terminando con la dinastía de los Romanov. Uno de estos consejos, el de Petrogrado, adquirió una gran influencia estableciendo de hecho una dualidad de poder con el gobierno provisorio.
Este gobierno estaba influido por el partido Demócrata Constitucional (kadete) y otros que representan a la gran burguesía. Esta quería continuar la guerra y reclamaba un gobierno de “orden”, que pusiera fin a las ocupaciones de tierras, fábricas, edificios públicos y a las masivas deserciones de soldados que incrementaban la masa de descontentos en las ciudades y los campos. El gobierno contemporizaba buscando respetar los compromisos con las potencias occidentales (Gran Bretaña y Francia) en orden a continuar la guerra contra el Reich alemán. Esto excluía una paz por separado e intentaba dominar una situación interna cada vez más incontrolable. Sectores radicalizados de soldados, obreros y campesinos, entre ellos los bolcheviques, querían ir más allá en el proceso de democratización de la sociedad: poner fin a la guerra, cambiar el sistema de propiedad de la tierra y garantizar el sustento de la población.
PRIMER CONGRESO DE LOS SOVIETS
En este clima se organizó el Primer Congreso Panruso de los Consejos (soviets), el 3 de junio en Petrogrado, que reunió a 800 delegados de toda Rusia. En teoría habían sido elegidos por veinte millones de personas, entre los cuales se contaban 5 millones de obreros, 8 millones de soldados y 4 millones de campesinos. En octubre de ese año, luego de la toma del poder por los bolcheviques, los representantes al II Congreso de los Soviets serían 1.500. En el Primer Congreso los representantes mayoritarios eran los socialistas mencheviques (248), los bolcheviques tenían 105 delegados y los socialistas de diversos grupos 160. Los “moderados” eran mayoritarios. Sin embargo, en la base, en los consejos y las grandes ciudades (Petrogrado, Moscú, Bakú) las opiniones eran diferentes. Los bolcheviques consideraban que el peligro provenía de la derecha contrarrevolucionaria representada por el alto mando de las FF.AA, la jerarquía de la Iglesia Ortodoxa y la gran burguesía.
Durante los debates del Primer Congreso, Lenin refutó al menchevique Tsereteli que afirmaba que en la situación caótica existente, ningún partido estaba en condiciones de tomar el poder. “Dicho partido existe, el nuestro -replicó Lenin- y estamos dispuestos a ello”, provocando hilaridad entre los delegados. Algunos plantearon qué clase de democracia era la que propugnaba Lenin quien quería tomar el poder con solo 105 representantes de 800 delegados. Lenin replicó que si el partido bolchevique estuviera en el poder arrestaría a los propietarios de grandes fortunas. Kerenski(7), socialista populista moderado que fungía como ministro de Defensa en el gobierno provisorio (reemplazaría al príncipe Lvov en julio, luego de la tentativa insurreccional de los sectores radicalizados, entre los cuales se encontraban los bolcheviques), atacó a Lenin en los siguientes términos: “Estas son palabras que revelan infantilismo. Sabemos que el capitalismo es internacional y que apresar a algunas decenas de millonarios no cambiará nada…Queremos guardar intactas las conquistas de la revolución (de 1905) para que personas como Lenin puedan expresarse aquí sin tener que huir otra vez al extranjero”.
INSURRECCION FRACASADA
Los bolcheviques intensificaron la movilización y prepararon una gran manifestación para el 18 de junio. Pero sobre todo, temían el resurgimiento del militarismo contrarrevolucionario del general Kornilov y del almirante Koltchak. Los mandos de las FF.AA. estaban cada vez más inquietos: las deserciones de los soldados, la pérdida de cohesión en las filas y del respeto a la autoridad militar, campeaba entre los soldados. Estos habían llegado a aplicar en los regimientos medidas como la elección de sus oficiales, además de la activa participación en los comités militares, amén de la confraternización con el enemigo en el frente de batalla, que dificultaba la ofensiva prometida por Rusia a las potencias occidentales. Los bolcheviques exigían hacer públicos los compromisos secretos con dichas potencias. Kerenski se dirigió entonces a los soldados amotinados en el frente suroeste: “Supisteis disparar contra vuestros hermanos cuando os lo ordenaba la autocracia zarista, pero ahora sois reticentes a hacerlo cuando se trata del enemigo teutón que invade nuestra patria”.
La ofensiva rusa prometida a las potencias occidentales fue un fracaso y en julio provocó revueltas, motines, violencia y levantamientos. Las barriadas obreras de Petrogrado, Moscú y Bakú, además de Kronstadt(8) estaban en ebullición. En el mismo momento, en Ucrania se proclamó una “república autónoma”. Los ministros del Partido Demócrata Constitucional renunciaron al enterarse que el gobierno provisorio había firmado un acuerdo con el Parlamento ucraniano de Kiev. El caos se había instalado y los anarquistas rusos y sectores radicalizados de los propios bolcheviques, jugaban un importante papel en las movilizaciones. La dirección bolchevique estaba dividida. Unos se oponían a la insurrección (Kámenev, Zinoviev y Lenin) que la consideraban “prematura”, a pesar que las consignas “Paz, pan y tierra” y “Todo el poder a los consejos” ganaban cada vez más adeptos. La dirección bolchevique fue acusada de “ultraizquierdismo” en junio y de “desviación derechista” en julio, mes en que tienen lugar enfrentamientos armados con las fuerzas leales al gobierno, dejando más de cuarenta muertos y decenas de heridos.
LENIN A LA CLANDESTINIDAD
El fracaso de la insurrección fue aprovechado por el gobierno para lanzar una ola de represión contra los bolcheviques y sus aliados, acusando a Lenin de ser un agente alemán. La burda acusación causó sin embargo cierto descrédito a los bolcheviques. Las detenciones de sus dirigentes se multiplicaron, entre ellos Kámenev y Zinoviev. Lenin, disfrazado, logra eludir el cerco y se refugia en Finlandia. Desde allí observa el desarrollo de los acontecimientos e ingresará nuevamente a Rusia. Volverá a Finlandia jugando al gato y al ratón con la policía. En una de esas ocasiones, fingiendo ser un ferrocarrilero, ayudó a alimentar la caldera de una locomotora. Más tarde diría: “Las revoluciones son las locomotoras de la historia”, que seguramente motivará después su consigna: “Debemos lanzar la locomotora a toda máquina”. El 17 de septiembre regresa a Rusia y se instala en los alrededores de Petrogrado en vísperas de la revolución.
El príncipe Lvov había entregado en julio la dirección del gobierno provisorio a Kerenski, quien aparece -aunque por poco tiempo- como el vencedor en estos turbulentos meses. (Continuará)
PACO PEÑA
Notas:
(1) Guerra ruso-japonesa (1904-1905).
(2) Lenin polemizó sobre la concepción del partido revolucionario con Rosa Luxemburgo, quien le reprochó su severa disciplina. Los opositores a Lenin en el partido bolchevique lo llamaban Robespierre. Asimismo polemizó con Pléjanov y Vera Zasúlich, que consideraban que Rusia tenía derecho a defenderse de Alemania. También atacó a Max Weber por sus opiniones negativas sobre la revolución de 1905, calificándolo de “poltrón”.
(3) Serguei Kámenev (1883-1936), ejecutado durante las “purgas” en Moscú. Gregorio Zinoviev (1883-1936), fusilado también ese año.
(4) El calendario en vigor en la Rusia zarista era el calendario juliano y el 23 de febrero correspondía al 8 de marzo del calendario gregoriano. Los bolcheviques modificarían el calendario en 1918, adoptando el gregoriano.
(5) EE.UU. entró en la guerra el 6 de abril de 1917.
(6) Gueorgui Lvov (1861-1925) aristócrata ruso, dirigió el gobierno provisorio.
(7) Alejandro Kerenski (1881-1970), socialista revolucionario, asumió como primer ministro luego del intento de insurrección de julio. En septiembre instauró la República Rusa. Estuvo exiliado en Francia y EE.UU. donde falleció.
(8) La misma localidad en que tuvo lugar en 1921 el amotinamiento de los marineros, reprimido por los bolcheviques.
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 883, 1º de septiembre 2017).
Centenario de la Revolución Rusa
La toma del Palacio de Invierno
01/11/2017 |
Miguel Romero
Quemaron la carta. La mayoría del Comité Central
del Partido Bolchevique tomó la extraordinaria decisión de quemar la
carta que Lenin les había enviado desde su refugio, en la obligada
clandestinidad que siguió al fracaso de las jornadas de julio. No
querían que quedara ni rastro de aquella locura: Lenin les proponía
lanzar a todo el partido a la organización de la insurrección, sin
esperar siquiera a que una decisión de esa transcendencia fuera adoptada
por el Congreso de los Soviets. ¿Era éste el mismo Lenin que les había
enseñado a distinguir radicalmente entre una revolución y un complot,
entre marxismo y “blanquismo”?
Era el mismo. La idea central de toda su vida era la lucha por el poder. En esa voluntad de hierro estaba la fuerza fundamental del partido que dirigía. Esa era su identidad ante el pueblo. Por eso su influencia había sufrido altibajos dramáticos desde febrero, homogéneos con los ascensos y descensos del movimiento popular revolucionario. Y ese era el fin, el centro de gravedad que había permitido restablecer la unidad en un partido extraordinariamente democrático, atravesado por durísimos debates cada vez que un nuevo giro de la situación le colocaba ante problemas imprevistos que hacían tambalearse las tácticas de la etapa anterior.
La enfermedad
“La revolución es una enfermedad. Tarde o temprano las potencias extranjeras tendrán que intervenir en nuestros asuntos como intervienen los médicos para curar a un niño enfermo y ponerlo en pie”. John Reed, autor de ese formidable reportaje de la revolución que se llama Diez días que estremecieron al mundo, recoge estas palabras del señor Stepan Gueorguievich Lianozov, un gran capitalista y miembro del partido kadete, al que llama el Rockefeller ruso; le podemos considerar un personaje representativo de esa “revolución democrática” que según todos los manuales, incluso algunos manuales marxistas, era la única que tenía sentido, que estaba “madura” en la Rusia de 1917. Lianozov añade: “Por lo que a los bolcheviques se refiere, habrá que deshacerse de ellos por uno de estos dos métodos. El gobierno puede evacuar Petrogrado, declarando entonces el estado de sitio y el comandante de la circunscripción meterá en cintura a estos sectores prescindiendo de formalidades legales… O si por ejemplo, la Asamblea Constituyente manifestase tendencias utópicas, podría ser disuelta por la fuerza de las armas”.
Con esta brutal franqueza, Lianozov expresaba las opiniones dominantes en el gobierno provisional. Quienes habían sido aupados al poder por la Revolución de febrero estaban ahora en posiciones decididamente contrarrevolucionarias, aun al precio de una derrota frente al ejército alemán. Es interesante que pensaran en pagar este precio: demostraba que querían la contrarrevolución, pero que no confiaban en disponer de fuerzas para realizarla.
Y es que la derrota del golpe de Kornilov había cambiado por completo las relaciones de fuerzas en el país. Los bolcheviques, que eran entonces un partido ilegal, perseguido, con sus principales dirigentes en la cárcel o en la clandestinidad habían conquistado la mayoría en los soviets de las dos capitales, Moscú y Petrogrado. Una ola de adhesiones al partido recorría los regimientos y las guarniciones de la flota. Los soldados hartos de la guerra desertaban y volvían a sus pueblos; a la indignación por la paz prometida desde febrero y nunca realizada se añadía ahora comprobar que la tierra seguía en las mismas manos de siempre. Los saqueos e incendios de las grandes propiedades se extendieron por el inmenso mundo rural. El comportamiento del mujik era decisivo para la suerte de la revolución, su confianza se dirigió hacia el partido bolchevique, el único que se mostraba dispuesto a luchar por la conquista de la paz y la tierra.
En las ciudades prosperaban los especuladores, mientras la gente se moría de hambre. Estallaban conflictos nacionales en Polonia, Finlandia, Ucrania. Era el derrumbe de la vieja Rusia imperial.
El gobierno provisional carecía de toda autoridad en el país y los socialistas que formaban parte de él habían perdido su autoridad en el pueblo. Uno de ellos, Miliukov, definió bien el papel que les correspondió: “Los socialistas moderados tomaron bajo su protección el principio de la democracia burguesa que había dejado caer de sus manos la burguesía”. El problema fue que ese “principio” no tuvo ninguna continuidad en la realización de las aspiraciones populares básicas.
Y los socialistas aferrados a tal principio se hundieron con él. En cambio, crecía la autoridad de los soviets que aparecían ante la gente como los órganos naturales de poder, carentes de legalidad, pero dotados de toda la legitimidad que había perdido el gobierno. Así se había encontrado la respuesta a una pregunta clave de los meses anteriores: si se derrocaba al gobierno provisional, ¿qué “aparato” podría reemplazarlo entonces? Los soviets era la respuesta, no sólo teórica, sino realizada ya en la vida cotidiana de trabajadores, soldados y campesinos. Pero los soviets no tenían aún todo el poder. Este es el problema principal que tenía que resolver la insurrección.
La mayoría
Trotski, al que hay que reconocer autoridad en la materia, decía que la función de la insurrección era “romper los obstáculos que no se pueden eliminar por la política”. La propuesta insurreccional de Lenin que había sido tan mal recibida en la dirección de su propio partido puede comprenderse bien desde ese punto de vista.
La política había resuelto efectivamente entre septiembre y octubre problemas decisivos y sobre todo el fundamental de ellos: la conquista de la mayoría. Cuando en estos días increpaban a Lenin diciéndole que los bolcheviques, en el caso de conquistar el poder, no podrían mantenerse en él “ni tres días”, él respondería afirmando que la identificación de las masas con el programa bolchevique –la paz, la tierra y el poder de los soviets- le hacía invencible. La insurrección no era un complot de una vanguardia iluminada, sino el instrumento que esa mayoría necesitaba para conseguir lo que quería: el poder.
Pero si verdaderamente lo quería, ¿por qué no esperar la aprobación del inminente Congreso de los soviets y contar así con la legitimidad plena para una tarea tan decisiva? Aquí estalló otra dura batalla interna en la dirección bolchevique.
Lenin se mantuvo en ella fiel a sí mismo: firme en lo que consideraba decisivo, flexible en la práctica en aquellas cuestiones que no le apartaban de lo fundamental. Lo fundamental era resolver el problema del poder antes del Congreso; el día de su apertura, los bolcheviques debían poder decir a los congresistas: “Ahí está el poder. ¿Qué vais a hacer con él?”.
Kamenev insistía en que la aprobación por el Congreso era la condición para lanzar la insurrección. Trotski trataba de encontrar alguna forma de coordinación entre el papel del partido y el de los soviets en la insurrección. No estaba en juego una cuestión formal, ni simplemente técnica. Ni siquiera podía considerarse como el problema central de la polémica el grave obstáculo para el proceso revolucionario que suponía que el control de los máximos órganos de dirección soviéticos seguía en manos de los socialistas “conciliadores”, que ponían todos los obstáculos posibles a la convocatoria del Congreso. Para Lenin, una vez conquistada la mayoría política popular, lo fundamental era aprovechar “el recodo de la historia”: era la responsabilidad de la vanguardia, del partido, organizar e incluso decidir el día de la insurrección; lo demás eran formalismos que amenazaban con encerrar las tareas insurreccionales en “juegos constitucionales”. No está muy claro en qué medida le preocupaba que la insurrección necesitaba también su propia legitimidad y ésta debía venir, por uno u otro camino, de los soviets. La práctica resolvió el problema: fue el Comité Militar Revolucionario elegido por el soviet de Petrogrado y dirigido por los bolcheviques la autoridad reconocida y el Estado Mayor de la insurrección.
El farol rojo
El hecho simbólico por excelencia de la insurrección y en general de la Revolución de octubre es la toma del Palacio de Invierno. Es verdad que este hecho desempeñó un papel decisivo durante algún tiempo: once horas, dice Trotski, las que pasaron entre el asedio y la rendición, parece un tanto abusivo reducir una revolución a un acto de estas dimensiones. Aunque debe reconocerse que en esta revolución, como en cualquier otra, la caída del último reducto y el símbolo del antiguo poder tuvo un efecto político inmenso: era el signo de la victoria. Bueno es recordarlo siempre que la visión de la bandera en la cima no haga olvidar la escalada.
La historia del farol rojo es un buen ejemplo de cómo se hicieron las cosas: el plan era que, una vez cercado el Palacio, se alzaría un farol rojo en el mástil de la fortaleza de Pedro y Pablo. Al aparecer esa señal, el crucero Aurora haría un disparo sin balam para intimidar. En caso de que los sitiados se obstinar, la fortaleza abriría fuego contra el Palacio con sus cañones ligeros. Si no se conseguía la rendición, el Aurora abriría fuego de artillería pesada. Se trataba de reducir al mínimo el número de víctimas y realmente no las hubo. Pero a la hora de la verdad no se encontró un farol rojo, ni estaba claro dónde podía colocarse, ni los cañones de la fortaleza estaban en condiciones de disparar, ni… En realidad, se buscó por todos los medios conseguir la rendición con el empleo mínimo de medios militares. Y se logró. Pero es que esto era una operación de “mate en dos jugadas”. La propia descomposición del régimen provocó que su residencia fuera finalmente el punto más débil. En otras ciudades, Moscú, la lucha sería mucho más dura y prolongada.
El día 26 de octubre, Lenin no tuvo necesidad de preguntar al II Congreso de los soviets “¿Qué vais a hacer con el poder?”. Él mismo inició su discurso diciendo: “Damos comienzo a la tarea de construir la sociedad socialista”.
La primera resolución sometida a consideración del Congreso fue el decreto sobre la paz. El documento terminaba con un llamamiento a los obreros de Francia, Inglaterra y Alemania, en el que les exhortaba a consagrarse a la causa de la paz y de la emancipación de los trabajadores. En esos obreros estaba la esperanza de la Rusia revolucionaria. La confianza en ellos había sido una de las principales fuerzas motrices de la revolución.
El decreto fue aprobado por unanimidad. Cuando terminó la votación, alguien entonó la “Internacional” y todos cantaron.
Miguel Romero (1945-2014) fue editor fundador de viento sur.
Nota. Este artículo fue publicado en el capítulo 5 de la colección en fascículos Historia del comunismo, editada por el diario El Mundo en los años 1990-1992
Era el mismo. La idea central de toda su vida era la lucha por el poder. En esa voluntad de hierro estaba la fuerza fundamental del partido que dirigía. Esa era su identidad ante el pueblo. Por eso su influencia había sufrido altibajos dramáticos desde febrero, homogéneos con los ascensos y descensos del movimiento popular revolucionario. Y ese era el fin, el centro de gravedad que había permitido restablecer la unidad en un partido extraordinariamente democrático, atravesado por durísimos debates cada vez que un nuevo giro de la situación le colocaba ante problemas imprevistos que hacían tambalearse las tácticas de la etapa anterior.
La enfermedad
“La revolución es una enfermedad. Tarde o temprano las potencias extranjeras tendrán que intervenir en nuestros asuntos como intervienen los médicos para curar a un niño enfermo y ponerlo en pie”. John Reed, autor de ese formidable reportaje de la revolución que se llama Diez días que estremecieron al mundo, recoge estas palabras del señor Stepan Gueorguievich Lianozov, un gran capitalista y miembro del partido kadete, al que llama el Rockefeller ruso; le podemos considerar un personaje representativo de esa “revolución democrática” que según todos los manuales, incluso algunos manuales marxistas, era la única que tenía sentido, que estaba “madura” en la Rusia de 1917. Lianozov añade: “Por lo que a los bolcheviques se refiere, habrá que deshacerse de ellos por uno de estos dos métodos. El gobierno puede evacuar Petrogrado, declarando entonces el estado de sitio y el comandante de la circunscripción meterá en cintura a estos sectores prescindiendo de formalidades legales… O si por ejemplo, la Asamblea Constituyente manifestase tendencias utópicas, podría ser disuelta por la fuerza de las armas”.
Con esta brutal franqueza, Lianozov expresaba las opiniones dominantes en el gobierno provisional. Quienes habían sido aupados al poder por la Revolución de febrero estaban ahora en posiciones decididamente contrarrevolucionarias, aun al precio de una derrota frente al ejército alemán. Es interesante que pensaran en pagar este precio: demostraba que querían la contrarrevolución, pero que no confiaban en disponer de fuerzas para realizarla.
Y es que la derrota del golpe de Kornilov había cambiado por completo las relaciones de fuerzas en el país. Los bolcheviques, que eran entonces un partido ilegal, perseguido, con sus principales dirigentes en la cárcel o en la clandestinidad habían conquistado la mayoría en los soviets de las dos capitales, Moscú y Petrogrado. Una ola de adhesiones al partido recorría los regimientos y las guarniciones de la flota. Los soldados hartos de la guerra desertaban y volvían a sus pueblos; a la indignación por la paz prometida desde febrero y nunca realizada se añadía ahora comprobar que la tierra seguía en las mismas manos de siempre. Los saqueos e incendios de las grandes propiedades se extendieron por el inmenso mundo rural. El comportamiento del mujik era decisivo para la suerte de la revolución, su confianza se dirigió hacia el partido bolchevique, el único que se mostraba dispuesto a luchar por la conquista de la paz y la tierra.
En las ciudades prosperaban los especuladores, mientras la gente se moría de hambre. Estallaban conflictos nacionales en Polonia, Finlandia, Ucrania. Era el derrumbe de la vieja Rusia imperial.
El gobierno provisional carecía de toda autoridad en el país y los socialistas que formaban parte de él habían perdido su autoridad en el pueblo. Uno de ellos, Miliukov, definió bien el papel que les correspondió: “Los socialistas moderados tomaron bajo su protección el principio de la democracia burguesa que había dejado caer de sus manos la burguesía”. El problema fue que ese “principio” no tuvo ninguna continuidad en la realización de las aspiraciones populares básicas.
Y los socialistas aferrados a tal principio se hundieron con él. En cambio, crecía la autoridad de los soviets que aparecían ante la gente como los órganos naturales de poder, carentes de legalidad, pero dotados de toda la legitimidad que había perdido el gobierno. Así se había encontrado la respuesta a una pregunta clave de los meses anteriores: si se derrocaba al gobierno provisional, ¿qué “aparato” podría reemplazarlo entonces? Los soviets era la respuesta, no sólo teórica, sino realizada ya en la vida cotidiana de trabajadores, soldados y campesinos. Pero los soviets no tenían aún todo el poder. Este es el problema principal que tenía que resolver la insurrección.
La mayoría
Trotski, al que hay que reconocer autoridad en la materia, decía que la función de la insurrección era “romper los obstáculos que no se pueden eliminar por la política”. La propuesta insurreccional de Lenin que había sido tan mal recibida en la dirección de su propio partido puede comprenderse bien desde ese punto de vista.
La política había resuelto efectivamente entre septiembre y octubre problemas decisivos y sobre todo el fundamental de ellos: la conquista de la mayoría. Cuando en estos días increpaban a Lenin diciéndole que los bolcheviques, en el caso de conquistar el poder, no podrían mantenerse en él “ni tres días”, él respondería afirmando que la identificación de las masas con el programa bolchevique –la paz, la tierra y el poder de los soviets- le hacía invencible. La insurrección no era un complot de una vanguardia iluminada, sino el instrumento que esa mayoría necesitaba para conseguir lo que quería: el poder.
Pero si verdaderamente lo quería, ¿por qué no esperar la aprobación del inminente Congreso de los soviets y contar así con la legitimidad plena para una tarea tan decisiva? Aquí estalló otra dura batalla interna en la dirección bolchevique.
Lenin se mantuvo en ella fiel a sí mismo: firme en lo que consideraba decisivo, flexible en la práctica en aquellas cuestiones que no le apartaban de lo fundamental. Lo fundamental era resolver el problema del poder antes del Congreso; el día de su apertura, los bolcheviques debían poder decir a los congresistas: “Ahí está el poder. ¿Qué vais a hacer con él?”.
Kamenev insistía en que la aprobación por el Congreso era la condición para lanzar la insurrección. Trotski trataba de encontrar alguna forma de coordinación entre el papel del partido y el de los soviets en la insurrección. No estaba en juego una cuestión formal, ni simplemente técnica. Ni siquiera podía considerarse como el problema central de la polémica el grave obstáculo para el proceso revolucionario que suponía que el control de los máximos órganos de dirección soviéticos seguía en manos de los socialistas “conciliadores”, que ponían todos los obstáculos posibles a la convocatoria del Congreso. Para Lenin, una vez conquistada la mayoría política popular, lo fundamental era aprovechar “el recodo de la historia”: era la responsabilidad de la vanguardia, del partido, organizar e incluso decidir el día de la insurrección; lo demás eran formalismos que amenazaban con encerrar las tareas insurreccionales en “juegos constitucionales”. No está muy claro en qué medida le preocupaba que la insurrección necesitaba también su propia legitimidad y ésta debía venir, por uno u otro camino, de los soviets. La práctica resolvió el problema: fue el Comité Militar Revolucionario elegido por el soviet de Petrogrado y dirigido por los bolcheviques la autoridad reconocida y el Estado Mayor de la insurrección.
El farol rojo
El hecho simbólico por excelencia de la insurrección y en general de la Revolución de octubre es la toma del Palacio de Invierno. Es verdad que este hecho desempeñó un papel decisivo durante algún tiempo: once horas, dice Trotski, las que pasaron entre el asedio y la rendición, parece un tanto abusivo reducir una revolución a un acto de estas dimensiones. Aunque debe reconocerse que en esta revolución, como en cualquier otra, la caída del último reducto y el símbolo del antiguo poder tuvo un efecto político inmenso: era el signo de la victoria. Bueno es recordarlo siempre que la visión de la bandera en la cima no haga olvidar la escalada.
La historia del farol rojo es un buen ejemplo de cómo se hicieron las cosas: el plan era que, una vez cercado el Palacio, se alzaría un farol rojo en el mástil de la fortaleza de Pedro y Pablo. Al aparecer esa señal, el crucero Aurora haría un disparo sin balam para intimidar. En caso de que los sitiados se obstinar, la fortaleza abriría fuego contra el Palacio con sus cañones ligeros. Si no se conseguía la rendición, el Aurora abriría fuego de artillería pesada. Se trataba de reducir al mínimo el número de víctimas y realmente no las hubo. Pero a la hora de la verdad no se encontró un farol rojo, ni estaba claro dónde podía colocarse, ni los cañones de la fortaleza estaban en condiciones de disparar, ni… En realidad, se buscó por todos los medios conseguir la rendición con el empleo mínimo de medios militares. Y se logró. Pero es que esto era una operación de “mate en dos jugadas”. La propia descomposición del régimen provocó que su residencia fuera finalmente el punto más débil. En otras ciudades, Moscú, la lucha sería mucho más dura y prolongada.
El día 26 de octubre, Lenin no tuvo necesidad de preguntar al II Congreso de los soviets “¿Qué vais a hacer con el poder?”. Él mismo inició su discurso diciendo: “Damos comienzo a la tarea de construir la sociedad socialista”.
La primera resolución sometida a consideración del Congreso fue el decreto sobre la paz. El documento terminaba con un llamamiento a los obreros de Francia, Inglaterra y Alemania, en el que les exhortaba a consagrarse a la causa de la paz y de la emancipación de los trabajadores. En esos obreros estaba la esperanza de la Rusia revolucionaria. La confianza en ellos había sido una de las principales fuerzas motrices de la revolución.
El decreto fue aprobado por unanimidad. Cuando terminó la votación, alguien entonó la “Internacional” y todos cantaron.
Miguel Romero (1945-2014) fue editor fundador de viento sur.
Nota. Este artículo fue publicado en el capítulo 5 de la colección en fascículos Historia del comunismo, editada por el diario El Mundo en los años 1990-1992
Octubre de 1917
por Darío Machado Rodríguez
Licenciado en Ciencias Políticas y Doctor en Ciencias Filosóficas. Preside la Cátedra de Periodismo de Investigación y es vicepresidente de la cátedra de Comunicación y Sociedad del Instituto Internacional de Periodismo José Martí.
El próximo 7 de noviembre se cumplirán 100 años de la fecha
que marca el triunfo de la revolución conocida en la historia con el
nombre de la Gran Revolución Socialista de Octubre. Los acontecimientos
más trascendentales tuvieron lugar en San Petersburgo y Moscú a través
de una acelerada secuencia de hechos.
A pocos quedan dudas acerca de que en los procesos sociales, si bien las condiciones y causas de partida que los propician forman parte inseparable de los resultados, están siempre sujetos a las acciones humanas y también puede ocurrir lo imprevisible.
Luego de un siglo y por haber sido una revolución victoriosa puede parecer que era inexorable la dirección de los acontecimientos, no obstante, estos no habrían sido posibles sin la participación decisiva del genio político de Lenin, ni sin la organización bolchevique que lo respaldaba.
A tres años de iniciada la Primera Guerra Mundial habían sido llamados a filas millones de hombres con una gran afectación a la producción de cereales al disminuir la mano de obra para las labores del campo. No ocurrió lo mismo con el número de trabajadores industriales que en esos años creció, aunque la población proletaria de Rusia era proporcionalmente pequeña.
En 1917, Rusia, si bien continuaba participando en la guerra, era un país empobrecido y arruinado, con enormes deudas y una profunda fractura social. Lenin y su partido tenían cabal conocimiento de las condiciones del vasto país, tanto la anterior a la revolución de febrero, como la que antecedió a los momentos de la aguda crisis política que dio lugar a la revolución de octubre. Ellos supieron apreciar la situación y definir correcta y oportunamente las acciones que condujeron a la victoria de los trabajadores.
Comenzó un período de dualidad de poderes en el que solo la organización de los desposeídos alrededor del movimiento bolchevique y la hábil conducción de Lenin lograron imponer el poder político de los trabajadores en alianza con el campesinado y otros sectores sociales de Rusia. Coadyuvó a la organización y movilización popular el hecho de que la mayor parte de los obreros industriales trabajaba en empresas con más de 500 plazas.
No era un proceso inexorable, tanto por la siempre probable ocurrencia de errores humanos, como por el rango de la incertidumbre y de lo imprevisible. Por esa razón el constante seguimiento de los acontecimientos y la corrección del rumbo y de las acciones formaba parte del resultado final y eso requería tener adecuadamente preparado al sujeto revolucionario para que fuera capaz de reaccionar y actuar según lo necesitasen. Sin la atención constante a la organización y a la cohesión del sujeto revolucionario la historia habría sido otra.
La acción consciente obró el milagro: el pueblo trabajador de Rusia devastada por la guerra, amenazada por las potencias imperialistas, con una población predominantemente analfabeta y en extremo pobre, encontró sus propias fuerzas para actuar en favor de sus intereses de clase, alcanzar el poder, resistir, reponerse y comenzar el camino de una construcción social de orientación socialista sin precedentes.
Baste señalar que cuando terminó la guerra mundial una coalición de países imperialistas y sus aliados comenzaron a hostigar al naciente Estado soviético con la entusiasta animación de Winston Churchill a la sazón ministro de la guerra de la corona británica. Cientos de miles de obreros y campesinos se unieron voluntariamente al Ejército Rojo. Convertida la guerra en una guerra patriótica, no pocos oficiales que sirvieron anteriormente en el ejército del zar lo hicieron entonces al servicio del poder soviético.
La joven revolución se vio atacada sucesivamente desde diversos puntos de su enorme geografía, incluyendo por el este los japoneses que fueron quienes más resistieron el empuje del Ejército Rojo claudicando finalmente en 1922. Fueron años de una alta complejidad los que trascurrieron después de la guerra mundial cuando en medio de la solución de las primeras tareas constructivas el poder soviético se vio obligado a combatir contra los intervencionistas, hasta que lograron afianzar el poder de los trabajadores. Durante esa guerra varias nacionalidades fronterizas con Rusia se sumaron al carro de la revolución y al naciente orden soviético.
Una de las lecciones históricas de la GRSO radica en el papel de la voluntad y la movilización revolucionarias, ya que es en momentos cruciales de inflexión en los que la acción consciente del sujeto decidido al cambio radical y con fuerzas suficientes acumuladas, preparadas y organizadas toma la iniciativa y puede con las decisiones correctas encaminar los acontecimientos en dirección al cambio y mantener el rumbo hacia los objetivos trazados.
De tal magnitud fueron aquellas fuerzas sociales que empujaron vigorosamente la industria y la agricultura, prepararon al país para resistir la agresión del ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial, pasar a la ofensiva, vencerlo y después levantar nuevamente ese vasto país, influir poderosamente en los procesos de liberación nacional en todo el mundo e instalar el equilibrio bipolar que creó condiciones para importantes avances en las luchas sociales,
Se demostró en la práctica que era posible superar las crisis económicas consustanciales al modo de producción capitalista. Sin embargo, ni la experiencia de la URSS, ni la posterior de otros países que enrumbaron en dirección al socialismo lograron que el metabolismo socioeconómico socialista se convirtiera en cultura, de modo que la sociedad no solo produjese de modo socialista, sino también viviese de modo socialista. Demostró que junto con la construcción económica es imprescindible la transformación cultural integral de la sociedad.
Por ello, si bien se encontrarán puntos comunes dados por el hecho de que siempre se parte del intento de superar el capitalismo real, no habrá una única teoría para la construcción del socialismo, sino tantas como realidades socioeconómicas, culturales, políticas haya en cada sociedad que se lo proponga. Y está el hecho incontrovertible de que tendrá que probarse en la práctica en medio de un mundo dominado por el sistema capitalista que ejerce su hegemonía no solo en el terreno económico, sino y muy especialmente en el terreno subjetivo, en los patrones de conducta, en el predominio y la manipulación en el mundo simbólico.
La teoría del socialismo en la necesaria articulación de sus vertientes económica, política, jurídica, social y cultural tiene por delante no solo los problemas de las propias contradicciones a lo interno de la sociedad que se proponga su construcción, sino las que genera la presión osmótica del capitalismo global.
Y para encontrar el rumbo no sirve copiar. Hay que generar conclusiones y decisiones propias. La GRSO solamente tenía apenas el efímero antecedente en la Comuna de París.
No es de extrañar el entusiasmo que aquella revolución provocó en los trabajadores de muchos países del mundo que por diferentes vías recibieron las noticias asombrosas que informaban que por vez primera en la historia milenaria de la lucha de los oprimidos contra los opresores, los primeros se habían convertido en vencedores y se mostraban capaces de alcanzar y de defender sus conquistas.
Sobre algo es imprescindible llamar la atención: los pueblos del mundo, los trabajadores, los revolucionarios no pueden permitir que la historia de las experiencias socialistas, las positivas o las negativas, ya que de todas puede aprenderse, se desestime, se olvide o, aun peor, se cuente tergiversadamente, se mienta sobre ellas y se las considere errores, fallas o absurdos históricos y no parte de las luchas de los oprimidos y explotados contra los opresores y explotadores. Pero aprender de esa historia, de los principales referentes revolucionarios que las protagonizaron, no significa buscar allí las respuestas, sino las claves.
Siendo los procesos de cambios revolucionarios disímiles no es sensato copiar fórmulas. El marxismo y el leninismo, y el tan criticado marxismo-leninismo son identidades filosóficas y políticas válidas y la adscripción a ellas en modo alguno constituye un “error”, sino un fundamento cosmovisivo.
El error, sin embargo, está donde mismo alertó siglos atrás Spinoza: se yerra cuando un hecho singular se toma como universal. Convertir el legado de Lenin construido al calor de la lucha revolucionaria en Rusia, en teoría universal para todos los tiempos llevó a muchos a buscar las respuestas en sus obras en lugar de en la realidad que generaba las preguntas, era equivocar el significado de lo que Lenin nos dejó.
Cuando Lenin arengaba a los trabajadores en Petrogrado, nunca dijo “ahora les voy a dar orientaciones leninistas”. Su legado hay que entenderlo en los principios que desarrolló interpretando la realidad de Rusia y el contexto mundial en que transcurrió entonces. Su apreciación dialéctica de la realidad hizo que llegara a conclusiones diferentes a las de Marx y Engels, fundadores del socialismo científico y que se guiara por las conclusiones propias. Esa fue la clave del éxito.
Había condiciones para el cambio revolucionario en Rusia, lo probó la historia. El derrumbe del socialismo producido por los abusos de poder, las deformaciones burocráticas y por la incapacidad para encontrar las soluciones de continuidad necesarias no demeritan la revolución de octubre del 1917, sino que evidencian la diferencia entre hacerse cargo del poder y a continuación de su consolidación y de la construcción del socialismo.
La Gran Revolución Socialista de Octubre revela que la revolución es un proceso consciente, que sin teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario -algo que Fidel retomó en este siglo al afirmar que una revolución solo puede ser hija de la cultura y de las ideas-, que los pueblos pueden encontrar en sí mismos las fuerzas materiales y espirituales para en el momento preciso de su historia iniciar el camino socialista, que las revoluciones son grandes rectificaciones históricas por lo que deben autocriticarse constantemente, que el sujeto del cambio revolucionario debe estar siempre alerta, preparado y organizado para defender sus conquistas, que debe partir de sus propia realidad y no aplicar recetas de otras prácticas que solo deben servir como antecedentes, como experiencias a tener en cuenta, que no basta con la construcción económica, si esta no articula en la ciudadanía como algo propio, que tiene que ver íntimamente con su vida; si no es un proceso cultural en el más amplio sentido de la palabra, no conducirá al socialismo.
Hace pocos días salió a la venta el libro 'Todo lo que necesitas saber sobre la Revolución Rusa',
de Pablo Stefanoni y Martín Baña, doctores en Historia de la
Universidad de Buenos Aires (UBA). Este último dialogó en exclusiva con
RT para comentar los pormenores de una publicación que busca poner sobre
la mesa un proceso revolucionario que marcó todo el siglo XX.
Si bien el título "puede parecer pretencioso", ya que pretender contar "todo lo que uno necesita saber sobre la Revolución Rusa" es irreal, Baña detalló que "en realidad, fue lo único que no se pudo elegir, porque forma parte de una colección" de la editorial Paidós. "Como todo libro de síntesis, es una introducción que, después, cada lector puede desarrollar con la lista bibliográfica que escribimos al final o una sugerencia de libros y películas", añadió.
El entrevistado, que es profesor adjunto a cargo de la cátedra Historia de Rusia de la UBA, explicó que este trabajo busca abordar otros aspectos históricos debido a que los relatos sobre la Revolución Rusa "no estaban actualizados" ya que, "en los últimos años, hubo una serie de producciones académicas que tocaron otras variables del relato de esa revolución, como el tiempo y el espacio".
Por un lado, el proceso se puede vincular "a la Primera Guerra Mundial; entonces, ahí la cronología se corre hasta 1914". Pero también en lo que respecta al centro de la escena: "Históricamente, el relato de la Revolución se enfocó en lo que sucedía en Petrogrado" mientras que los nuevos estudios ven que, "al vincular la revolución con la I Guerra Mundial, hay un proceso de descolonización de los imperios orientales, el austrohúngaro, el otomano y el ruso".
Por eso el libro de Stefanoni y Baña pone "la lupa" en lo que sucedía "en las provincias de Rusia donde la dinámica fue bastante diferente a lo que pasaba en Petrogrado". En el "interior", la situación es "bien compleja y diferente".
Por eso, sus autores buscaron elaborar un relato que repase "los líderes partidarios y las élites políticas y dé cuenta del amplio proceso revolucionario que hubo en 1917 en Rusia". De este modo, abarca lo que pasaba en los ámbitos "social, cultural y artístico": "Le damos un lugar importante a estas manifestaciones y las articulamos con lo que sucedía a nivel político y social", apuntó.
Eso implicó conocer lo que se elaboraba en el ámbito de la música, las artes plásticas y la arquitectura, "qué pasaba con la mujer y la familia" o "la dimensión utópica, que fue muy importante y estuvo muy presente", dijo el historiador.
No obstante, aclaró que "no hay un rechazo 100 % del pasado soviético, en tanto hay una recuperación en clave nacionalista". De hecho, los "logros de la época soviética", como la derrota de los nazis a manos del Ejército rojo o el envío del primer hombre al espacio, "son incluidos dentro de una línea de la historia rusa". Desde ese lugar, consideró que las instancias oficiales "más bien lo que reivindican es la época soviética madura".
En el ámbito social, la memoria de la Revolución "está más alejada, porque pasó un siglo", pero si queda un recuerdo importante de lo que fue la Segunda Guerra Mundial, ya que "prácticamente todo ciudadano soviético tenía un familiar o amigo que había muerto en combate", destacó Baña.
Este autor también remarcó que, "dentro de la memoria colectiva, es un evento fundamental" y apunta a "un componente nacionalista muy fuerte", ya que "se atribuyen —con razón y con justicia— el triunfo sobre los nazis", añadió.
Desde esa premisa, consideró que "todavía hoy, a 100 años, podemos ir a ese pasado, conectar con esos ancestros que se opusieron al sistema capitalista y llevaron adelante la primera revolución anticapitalista triunfante en el mundo".
"La idea es conectar con sus prácticas, deseos y encrucijadas", subrayó. Si bien reconoció que la Revolución "no tuvo después el resultado esperado" y terminó convirtiéndose en "un régimen tanto o más opresor que le que había derrotado", eso no se dio "por algo que vino de afuera, sino que surgió de las propias prácticas políticas de los involucrados".
Por eso, se trata también de "no volver a cometer esos errores". "A 100 años, esos ancestros rusos que se rebelaron contra el zar todavía pueden aportarnos elementos para pensar hoy una política emancipatoria que tenga el mismo objetivo anticapitalista", sentenció.
"Eso intentamos hacer con el libro. Sin dejar cerrada ninguna cuestión, más bien proponemos abrir preguntas y que, en todo caso, el lector después las siga pensando y profundizando", concluyó.
Santiago Mayor
A pocos quedan dudas acerca de que en los procesos sociales, si bien las condiciones y causas de partida que los propician forman parte inseparable de los resultados, están siempre sujetos a las acciones humanas y también puede ocurrir lo imprevisible.
Luego de un siglo y por haber sido una revolución victoriosa puede parecer que era inexorable la dirección de los acontecimientos, no obstante, estos no habrían sido posibles sin la participación decisiva del genio político de Lenin, ni sin la organización bolchevique que lo respaldaba.
La Rusia de entonces
El zarismo había abierto las puertas a los monopolios que controlaban todas las ramas fundamentales de la industria, mientras los grandes terratenientes se habían adueñado de las mejores tierras y permanecían vestigios del régimen de servidumbre. Era, para decirlo con Lenin, el eslabón más débil de la cadena imperialista a principios del pasado siglo.A tres años de iniciada la Primera Guerra Mundial habían sido llamados a filas millones de hombres con una gran afectación a la producción de cereales al disminuir la mano de obra para las labores del campo. No ocurrió lo mismo con el número de trabajadores industriales que en esos años creció, aunque la población proletaria de Rusia era proporcionalmente pequeña.
En 1917, Rusia, si bien continuaba participando en la guerra, era un país empobrecido y arruinado, con enormes deudas y una profunda fractura social. Lenin y su partido tenían cabal conocimiento de las condiciones del vasto país, tanto la anterior a la revolución de febrero, como la que antecedió a los momentos de la aguda crisis política que dio lugar a la revolución de octubre. Ellos supieron apreciar la situación y definir correcta y oportunamente las acciones que condujeron a la victoria de los trabajadores.
La revolución
La revolución democrática burguesa de febrero de 1917 derrocó al zar mediante masivas manifestaciones populares, sucesivas huelgas y levantamientos militares que devinieron insurrección popular.Comenzó un período de dualidad de poderes en el que solo la organización de los desposeídos alrededor del movimiento bolchevique y la hábil conducción de Lenin lograron imponer el poder político de los trabajadores en alianza con el campesinado y otros sectores sociales de Rusia. Coadyuvó a la organización y movilización popular el hecho de que la mayor parte de los obreros industriales trabajaba en empresas con más de 500 plazas.
No era un proceso inexorable, tanto por la siempre probable ocurrencia de errores humanos, como por el rango de la incertidumbre y de lo imprevisible. Por esa razón el constante seguimiento de los acontecimientos y la corrección del rumbo y de las acciones formaba parte del resultado final y eso requería tener adecuadamente preparado al sujeto revolucionario para que fuera capaz de reaccionar y actuar según lo necesitasen. Sin la atención constante a la organización y a la cohesión del sujeto revolucionario la historia habría sido otra.
La acción consciente obró el milagro: el pueblo trabajador de Rusia devastada por la guerra, amenazada por las potencias imperialistas, con una población predominantemente analfabeta y en extremo pobre, encontró sus propias fuerzas para actuar en favor de sus intereses de clase, alcanzar el poder, resistir, reponerse y comenzar el camino de una construcción social de orientación socialista sin precedentes.
Baste señalar que cuando terminó la guerra mundial una coalición de países imperialistas y sus aliados comenzaron a hostigar al naciente Estado soviético con la entusiasta animación de Winston Churchill a la sazón ministro de la guerra de la corona británica. Cientos de miles de obreros y campesinos se unieron voluntariamente al Ejército Rojo. Convertida la guerra en una guerra patriótica, no pocos oficiales que sirvieron anteriormente en el ejército del zar lo hicieron entonces al servicio del poder soviético.
La joven revolución se vio atacada sucesivamente desde diversos puntos de su enorme geografía, incluyendo por el este los japoneses que fueron quienes más resistieron el empuje del Ejército Rojo claudicando finalmente en 1922. Fueron años de una alta complejidad los que trascurrieron después de la guerra mundial cuando en medio de la solución de las primeras tareas constructivas el poder soviético se vio obligado a combatir contra los intervencionistas, hasta que lograron afianzar el poder de los trabajadores. Durante esa guerra varias nacionalidades fronterizas con Rusia se sumaron al carro de la revolución y al naciente orden soviético.
Una de las lecciones históricas de la GRSO radica en el papel de la voluntad y la movilización revolucionarias, ya que es en momentos cruciales de inflexión en los que la acción consciente del sujeto decidido al cambio radical y con fuerzas suficientes acumuladas, preparadas y organizadas toma la iniciativa y puede con las decisiones correctas encaminar los acontecimientos en dirección al cambio y mantener el rumbo hacia los objetivos trazados.
La otra lección
La GRSO liberó reservas potenciales del pueblo ruso de tal envergadura que en los años en los que el mundo capitalista padecía la peor de las crisis, la naciente Unión Soviética registraba un crecimiento económico y social sostenido mediante el inicio de los planes quinquenales.De tal magnitud fueron aquellas fuerzas sociales que empujaron vigorosamente la industria y la agricultura, prepararon al país para resistir la agresión del ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial, pasar a la ofensiva, vencerlo y después levantar nuevamente ese vasto país, influir poderosamente en los procesos de liberación nacional en todo el mundo e instalar el equilibrio bipolar que creó condiciones para importantes avances en las luchas sociales,
Se demostró en la práctica que era posible superar las crisis económicas consustanciales al modo de producción capitalista. Sin embargo, ni la experiencia de la URSS, ni la posterior de otros países que enrumbaron en dirección al socialismo lograron que el metabolismo socioeconómico socialista se convirtiera en cultura, de modo que la sociedad no solo produjese de modo socialista, sino también viviese de modo socialista. Demostró que junto con la construcción económica es imprescindible la transformación cultural integral de la sociedad.
Y otra lección más
Las contradicciones propias del capitalismo, incapaz de solucionar los graves problemas de la humanidad, son la fuente fundamental de generación de cambios sociales, y estos transcurren obligadamente a través de los eslabones mediadores que imponen las realidades regionales y locales, la historia y la cultura.Por ello, si bien se encontrarán puntos comunes dados por el hecho de que siempre se parte del intento de superar el capitalismo real, no habrá una única teoría para la construcción del socialismo, sino tantas como realidades socioeconómicas, culturales, políticas haya en cada sociedad que se lo proponga. Y está el hecho incontrovertible de que tendrá que probarse en la práctica en medio de un mundo dominado por el sistema capitalista que ejerce su hegemonía no solo en el terreno económico, sino y muy especialmente en el terreno subjetivo, en los patrones de conducta, en el predominio y la manipulación en el mundo simbólico.
La teoría del socialismo en la necesaria articulación de sus vertientes económica, política, jurídica, social y cultural tiene por delante no solo los problemas de las propias contradicciones a lo interno de la sociedad que se proponga su construcción, sino las que genera la presión osmótica del capitalismo global.
Y para encontrar el rumbo no sirve copiar. Hay que generar conclusiones y decisiones propias. La GRSO solamente tenía apenas el efímero antecedente en la Comuna de París.
¿Qué nos lega entonces la Gran Revolución Socialista de Octubre?
Desde una rigurosa perspectiva histórica es imposible minimizar el significado universal de la revolución de octubre de 1917 que constituyó un desafío total al sistema económico y al modo de vida capitalista abriendo el camino hacia una opción histórica fundada en la eliminación de la explotación del hombre por el hombre.No es de extrañar el entusiasmo que aquella revolución provocó en los trabajadores de muchos países del mundo que por diferentes vías recibieron las noticias asombrosas que informaban que por vez primera en la historia milenaria de la lucha de los oprimidos contra los opresores, los primeros se habían convertido en vencedores y se mostraban capaces de alcanzar y de defender sus conquistas.
Sobre algo es imprescindible llamar la atención: los pueblos del mundo, los trabajadores, los revolucionarios no pueden permitir que la historia de las experiencias socialistas, las positivas o las negativas, ya que de todas puede aprenderse, se desestime, se olvide o, aun peor, se cuente tergiversadamente, se mienta sobre ellas y se las considere errores, fallas o absurdos históricos y no parte de las luchas de los oprimidos y explotados contra los opresores y explotadores. Pero aprender de esa historia, de los principales referentes revolucionarios que las protagonizaron, no significa buscar allí las respuestas, sino las claves.
Siendo los procesos de cambios revolucionarios disímiles no es sensato copiar fórmulas. El marxismo y el leninismo, y el tan criticado marxismo-leninismo son identidades filosóficas y políticas válidas y la adscripción a ellas en modo alguno constituye un “error”, sino un fundamento cosmovisivo.
El error, sin embargo, está donde mismo alertó siglos atrás Spinoza: se yerra cuando un hecho singular se toma como universal. Convertir el legado de Lenin construido al calor de la lucha revolucionaria en Rusia, en teoría universal para todos los tiempos llevó a muchos a buscar las respuestas en sus obras en lugar de en la realidad que generaba las preguntas, era equivocar el significado de lo que Lenin nos dejó.
Cuando Lenin arengaba a los trabajadores en Petrogrado, nunca dijo “ahora les voy a dar orientaciones leninistas”. Su legado hay que entenderlo en los principios que desarrolló interpretando la realidad de Rusia y el contexto mundial en que transcurrió entonces. Su apreciación dialéctica de la realidad hizo que llegara a conclusiones diferentes a las de Marx y Engels, fundadores del socialismo científico y que se guiara por las conclusiones propias. Esa fue la clave del éxito.
Había condiciones para el cambio revolucionario en Rusia, lo probó la historia. El derrumbe del socialismo producido por los abusos de poder, las deformaciones burocráticas y por la incapacidad para encontrar las soluciones de continuidad necesarias no demeritan la revolución de octubre del 1917, sino que evidencian la diferencia entre hacerse cargo del poder y a continuación de su consolidación y de la construcción del socialismo.
La Gran Revolución Socialista de Octubre revela que la revolución es un proceso consciente, que sin teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario -algo que Fidel retomó en este siglo al afirmar que una revolución solo puede ser hija de la cultura y de las ideas-, que los pueblos pueden encontrar en sí mismos las fuerzas materiales y espirituales para en el momento preciso de su historia iniciar el camino socialista, que las revoluciones son grandes rectificaciones históricas por lo que deben autocriticarse constantemente, que el sujeto del cambio revolucionario debe estar siempre alerta, preparado y organizado para defender sus conquistas, que debe partir de sus propia realidad y no aplicar recetas de otras prácticas que solo deben servir como antecedentes, como experiencias a tener en cuenta, que no basta con la construcción económica, si esta no articula en la ciudadanía como algo propio, que tiene que ver íntimamente con su vida; si no es un proceso cultural en el más amplio sentido de la palabra, no conducirá al socialismo.
"De la Revolución Rusa podemos extraer enseñanzas y proyectarlas al presente"
Publicado: 20 sep 2017 11:55 GMT | Última actualización: 26 oct 2017 08:37 GMT - RT
En diálogo exclusivo con RT, el doctor en
Historia Martín Baña habla de su nuevo libro, 'Todo lo que necesitas
saber sobre la Revolución Rusa'.
Si bien el título "puede parecer pretencioso", ya que pretender contar "todo lo que uno necesita saber sobre la Revolución Rusa" es irreal, Baña detalló que "en realidad, fue lo único que no se pudo elegir, porque forma parte de una colección" de la editorial Paidós. "Como todo libro de síntesis, es una introducción que, después, cada lector puede desarrollar con la lista bibliográfica que escribimos al final o una sugerencia de libros y películas", añadió.
Otro tiempo y otro espacio
"La idea del libro es que sea de divulgación, del mayor alcance posible. Cuando lo ideamos con Pablo Stefanoni, pensamos en una escritura que fuera lo más accesible y amena posible", comenzó señalando Baña como uno de los objetivos que se plantearon al escribirlo.El entrevistado, que es profesor adjunto a cargo de la cátedra Historia de Rusia de la UBA, explicó que este trabajo busca abordar otros aspectos históricos debido a que los relatos sobre la Revolución Rusa "no estaban actualizados" ya que, "en los últimos años, hubo una serie de producciones académicas que tocaron otras variables del relato de esa revolución, como el tiempo y el espacio".
Por un lado, el proceso se puede vincular "a la Primera Guerra Mundial; entonces, ahí la cronología se corre hasta 1914". Pero también en lo que respecta al centro de la escena: "Históricamente, el relato de la Revolución se enfocó en lo que sucedía en Petrogrado" mientras que los nuevos estudios ven que, "al vincular la revolución con la I Guerra Mundial, hay un proceso de descolonización de los imperios orientales, el austrohúngaro, el otomano y el ruso".
Por eso el libro de Stefanoni y Baña pone "la lupa" en lo que sucedía "en las provincias de Rusia donde la dinámica fue bastante diferente a lo que pasaba en Petrogrado". En el "interior", la situación es "bien compleja y diferente".
Correr el eje de la política y las élites
Esta publicación propone una interpretación "que se corra de las que son más celebratorias de la izquierda tradicional y de las condenatorias del liberalismo", subrayó Baña.Por eso, sus autores buscaron elaborar un relato que repase "los líderes partidarios y las élites políticas y dé cuenta del amplio proceso revolucionario que hubo en 1917 en Rusia". De este modo, abarca lo que pasaba en los ámbitos "social, cultural y artístico": "Le damos un lugar importante a estas manifestaciones y las articulamos con lo que sucedía a nivel político y social", apuntó.
Eso implicó conocer lo que se elaboraba en el ámbito de la música, las artes plásticas y la arquitectura, "qué pasaba con la mujer y la familia" o "la dimensión utópica, que fue muy importante y estuvo muy presente", dijo el historiador.
Rusia 1917-2017
El autor del libro, que ha viajado a Rusia en varias oportunidades y se encuentra allí en este momento realizando investigaciones, analizó como recupera la Revolución bolchevique la Rusia actual. Incluso, señaló que se incluyó un capítulo al respecto. "Para el Gobierno ruso de hoy, la Revolución no es un momento para recordar con alegría: es el momento del caos, del desorden y de la desintegración", opinó.No obstante, aclaró que "no hay un rechazo 100 % del pasado soviético, en tanto hay una recuperación en clave nacionalista". De hecho, los "logros de la época soviética", como la derrota de los nazis a manos del Ejército rojo o el envío del primer hombre al espacio, "son incluidos dentro de una línea de la historia rusa". Desde ese lugar, consideró que las instancias oficiales "más bien lo que reivindican es la época soviética madura".
En el ámbito social, la memoria de la Revolución "está más alejada, porque pasó un siglo", pero si queda un recuerdo importante de lo que fue la Segunda Guerra Mundial, ya que "prácticamente todo ciudadano soviético tenía un familiar o amigo que había muerto en combate", destacó Baña.
Este autor también remarcó que, "dentro de la memoria colectiva, es un evento fundamental" y apunta a "un componente nacionalista muy fuerte", ya que "se atribuyen —con razón y con justicia— el triunfo sobre los nazis", añadió.
La Revolución Rusa desde el siglo XXI
Finalmente, el historiador abordó los motivos por los cuales es importante recuperar y aprender hoy sobre el proceso revolucionario soviético. "Creo que la historia, como decían los griego antiguos, es una especie de maestra de vida" de la cual uno puede "extraer enseñanzas y proyectarlas sobre el presente dándole un sentido", dijo.Desde esa premisa, consideró que "todavía hoy, a 100 años, podemos ir a ese pasado, conectar con esos ancestros que se opusieron al sistema capitalista y llevaron adelante la primera revolución anticapitalista triunfante en el mundo".
"La idea es conectar con sus prácticas, deseos y encrucijadas", subrayó. Si bien reconoció que la Revolución "no tuvo después el resultado esperado" y terminó convirtiéndose en "un régimen tanto o más opresor que le que había derrotado", eso no se dio "por algo que vino de afuera, sino que surgió de las propias prácticas políticas de los involucrados".
Por eso, se trata también de "no volver a cometer esos errores". "A 100 años, esos ancestros rusos que se rebelaron contra el zar todavía pueden aportarnos elementos para pensar hoy una política emancipatoria que tenga el mismo objetivo anticapitalista", sentenció.
"Eso intentamos hacer con el libro. Sin dejar cerrada ninguna cuestión, más bien proponemos abrir preguntas y que, en todo caso, el lector después las siga pensando y profundizando", concluyó.
Santiago Mayor
URUGUAY
Explicó que el único control externo que tiene este órgano es la venia del Senado, lo que confiere un gran poder al PN y al PC.
La senadora Constanza Moreira analizó la posición que ha mantenido la Justicia en relación a los crímenes de lesa humanidad. Declaró que las soluciones de reparación que el Poder Judicial ha resuelto han sido parciales y que los juicios fueron pocos.
“Ni verdad, ni justicia. Esa es la triste marca del Uruguay con su historia reciente. La complicidad de algunas instituciones importantes en Uruguay con las violaciones a los derechos humanos habla mucho sobre nuestra historia, sobre nuestra clase política, y sobre la forma en que construimos nación sobre la base del ocultamiento, del silencio, de la negación de la realidad”.
Según sus palabras, la justicia es un brazo político del Estado, que no está sometido al escrutinio popular. “Es un sistema de élite, que tiene un grado de endogamia muy fuerte: la SCJ hace el control constitucional de las leyes pero es el órgano administrativo del poder. No tiene un control externo”.
Manifestó que el único control externo es la venia del Senado, pero explicó que esto requiere de mayorías especiales en el Parlamento, lo que le da un gran poder al Partido Nacional y al Colorado. “Los partidos de la oposición no han tenido compromiso con la causa de los derechos humanos y han sido predicadores incansables del derecho al olvido.
Hago mea culpa sobre la forma en que el Frente Amplio termina acordando con el Partido Nacional y el Partido Colorado los nombres de la SCJ. Ellos han vetado sistemáticamente la posibilidad de ingreso a la SCJ de jueces comprometidos con estas causas. El Frente Amplio, a pesar de tener las mayorías parlamentarias, ha sido débil en estas negociaciones. Por eso su composición siempre está sesgada por derecha. No hay neutralidad jurídica”.
Ante esta situación, Tayler afirmó que es necesario que la sociedad piense sobre qué tipo de justicia quiere. Consideró que Uruguay necesita una justicia en la que conozcamos más a los jueces, ya que sus decisiones afectan a todos los ciudadanos. Por tanto, abogó por un proceso de selección de magistrados mucho más transparente y de mayor participación social.
Tanto Tayler como Moreira consideraron que es necesario cambiar el principio de elección de los ministros de la SCJ. “Estamos trabajando en esto, intentando volverlo una ley, pero no es sencillo. La idea es al menos darle publicidad a estos nombramientos, y someter currículums y proyectos a un escrutinio público que de mayores garantías que los de los acuerdos políticos a puertas cerradas”, afirmó Moreira.
Declaró que para que el estado uruguayo goce de una óptima independencia judicial, se necesitan procesos de discusiones previos a la designación por la Asamblea General, transparentes, donde se evalúe de forma responsable la información de las candidatas y candidatos.
Por: Hugo Acevedo, Analista
Se
fue -inesperadamente- un 30 de octubre, en medio de la congoja
colectiva de un pueblo que lo lloró con lágrimas compañeras y lo
despidió como un auténtico vocero del paradigma del hombre nuevo, que
fue fermentada por la pasión revolucionaria de una generación de
soñadores que aspiraban a cambiar el mundo.Coincidentemente, Daniel Alberto Viglietti Indart partió el mismo mes en el cual se cumplió el cincuentenario de la muerte de otro personaje referente de la historia: el guerrillero heroico Ernesto “Che” Guevara.
Uno empuñando su guitarra y el otro su fusil, ambos abrazaron la misma utopía de liberación, en el marco de una coyuntura turbulenta y un tiempo desafiante de debates, esperanzas y mutaciones ideológicas y civilizatorias.
Unidos por la suprema aspiración de bregar por la consecución de la pública felicidad como proclamaba nuestro José Artigas, Viglietti y el “Che” lucharon denodadamente contra los déspotas, los falsarios, los hipócritas, los egoístas y los traidores que ultrajaron a nuestra América.
Más allá de ser un cantautor de fuste reconocido mundialmente, fue un revolucionario a carta cabal, que puso su arte al servicio de la causa de los oprimidos y de la emancipación continental, durante una época de represión, de dictaduras liberticidas y de la fase más crítica de la grosera agresión imperialista.
Fue -por impulso de la causalidad y no de la casualidad- un hombre de su tiempo, inmerso en la crítica coyuntura temporal de la lucha entre bloques ideológicos que pautó la segunda mitad del siglo XX. Para él, la paradigmática reflexión “Yo soy yo y mi circunstancia”, del filósofo y ensayista español José Ortega y Gasset, fue una suerte de frase de cabecera.
En ese contexto, se sumó al clamor de una romántica juventud sesentista enamorada del esplendoroso faro de la revolución cubana, que estremeció, de punta a punta, a toda la América sometida por el neocolonialismo.
Sus canciones encendieron y alimentaron la llama militante de una generación de rebeldes empedernidos, que devinieron protagonistas activos de ideas radicales y combativas, para demoler el status quo de postración y resignación de los pueblos oprimidos.
El “A desalambrar”, que corearon con emoción tantas voces de otrora y que aun se sigue coreando en pleno siglo XXI, sintetiza la valiente denuncia del latifundio como persistente flagelo que azota a nuestra campaña.
Obviamente, esta canción, cuya letra pertenece al legendario cantautor chileno Víctor Jara aunque fue popularizada por Viglietti, interpreta también el espíritu del Reglamento de Tierras artiguista de 1915, única reforma agraria de nuestra historia.
Hoy, el imperativo ético de que la tierra sea de quienes la trabajan y “no del que tenga más”, sigue siendo un auténtico mandato para las fuerzas progresistas constructoras de las transformaciones sociales a las cuales adhirió Viglietti en vida.
Empero, tal vez “La canción del hombre nuevo” sea la más paradigmática, por sus hondas reminiscencias ideológicas y emocionales que se entroncan con las fermentales raíces del credo inspirado por la revolución cubana y sus epígonos.
“Lo haremos tú y yo, nosotros lo haremos, tomemos la arcilla para el hombre nuevo”, es la primera estrofa de este auténtico himno a la liberación inmortalizado por la perfecta verbalización de nuestro Daniel Viglietti.
Es también un auténtico homenaje al venerable Ernesto “Che” Guevara, quien, hace cincuenta años, entregó su vida por sus más caros ideales y sus más acendradas convicciones.
Este artista contestatario que consagró su pasional peripecia vital a despertar conciencias adormecidas, también le cantó al legendario “Chueco” Maciel, una de las tantas víctimas de una sociedad lacerada por la miseria y la desigualdad.
Era oriundo de Tacuarembó y como tantos chicos nacidos en el Interior, no encontró su lugar ni siquiera en la periferia de la sociedad, delinquió y fue abatido por el aparato represivo de la época, a sus jóvenes veinte años. Para él, que robaba para compartir con los marginales del cantegril, el hambre devino drama y tragedia.
Ese “paso dolido” al cual refiere explícitamente la popular canción, no alude únicamente a un mero problema físico, sino al dolor de la pobreza en un país que, en las postrimerías de la década del sesenta, ya estaba postrado por una galopante crisis económica y social.
Otra pieza musical inmortal, que representó el espíritu de rebeldía en la voz de Viglietti, fue “La llamarada”, un auténtico manifiesto contra la explotación del peón rural, que contemporáneamente sigue siendo común en el campo uruguayo.
Incluso, la letra está cruzada por la ironía, cuando afirma: “El sueldo de un pion carrero nunca se debe aumentar, para que valore el dinero y no aprienda a malgastar”.
Obviamente, la llamarada del título alude a la esperanza de construir una sociedad sin explotadores ni explotados, aspiración que lamentablemente sigue siendo una asignatura pendiente.
Otra página bien representativa del repertorio de Viglietti es “Sólo digo compañero”, una encendida proclama revolucionaria impresa en el corazón y las conciencias de la militancia.
“Mira la patria que nace entre todos repartida, la sangre libre se acerca, ya nos trae la nueva vida”, es tal vez la estrofa que mejor conceptualiza la inclaudicable lucha por la emancipación.
Obviamente, ese mensaje redentor que permeó a la sociedad uruguaya de la década del sesenta y comienzos de los años setenta, expuso a Daniel Viglietti a la represión por parte de un régimen vacío de libertades, en el cual la democracia era ya una mera caricatura desde la escalada de violencia política impuesta por Jorge Pacheco Areco.
No en vano, en 1972, en el primer año del gobierno autoritario de Juan María Bordaberry, fue detenido en el marco de las medidas prontas de seguridad, acusado de propaganda subversiva.
La campaña para su liberación fue encabezada, desde el exterior, nada menos que por el filósofo Jean Paul Sartre, el por entonces presidente socialista Francois Mitterand, el escritor Julio Cortázar y el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer, entre otros.
Su exilio, inicialmente en Argentina y luego en Francia, donde vivió once años, potenció aun más su voz de denuncia de los atropellos perpetrados por la dictadura que por entonces sojuzgaba a nuestro Uruguay.
Su definitiva partida -que duele hasta las entrañas- es un infausto acontecimiento que conmueve a todos los verdaderos amantes de la libertad, porque Daniel Viglietti fue un artista excepcional, pero, ante todo, fue un hombre sensible y comprometido que otorgó voz al dolor y los sentimientos de los desclasados.
Observatorio Luz Ibarburu tendrá acceso al “archivo Berrutti”
02 • nov. • 2017
El Archivo General de la Nación aprobó un pedido del
Observatorio Luz Ibarburu (OLI) para tener acceso a la información
contenida en 152 documentos que mediante una resolución de 2011 fueron
clasificados por esa institución como reservados por 15 años y que
integran el “archivo Berrutti”. En una nota publicada por el OLI se
asegura que el pedido fue realizado “en función de la tarea de monitoreo
y actuación en representación de víctimas que realiza el Observatorio,
enmarcada en lograr el cumplimiento, por parte del Estado, de lo
establecido por la sentencia Gelman vs. Uruguay, de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos”. El Archivo General autorizó a Raúl
Olivera, del OLI, a compulsar la documentación. “La Resolución, que se
consideraba ilegítima, fue modificada con el asesoramiento de la Unidad
de Acceso a la Información por Resolución 024/2012, resolviendo
expresamente que todas las clasificaciones de tipos documentales
reservados serían inoponibles en caso de violaciones a los derechos
humanos”, dice el texto publicado por el OLI. Olivera dijo a la diaria
que aún no se ha fijado un régimen de trabajo, porque se trata de más
de 1.000 páginas. “Nosotros, hasta ahora, sólo teníamos los titulares,
ahora vamos a ver qué es lo que hay. Existe un archivo que está titulado
como ‘OCOA’ [Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas]. La
dificultad que atravesamos es que no tenemos un índice con lo que
contienen; tenemos expectativa, pero hay que ver bien lo que hay”.
No innovar en La Tablada
El martes se conoció la decisión del juez letrado suplente Hugo Rundie, que dictó el 18 de octubre una medida cautelar de no innovar sobre todo el predio donde funcionó el ex centro de detención y tortura de La Tablada, hasta que se culmine la investigación en estas actuaciones, con la finalidad de no alterar la escena y preservarla. Según informó Caras y Caretas, el magistrado ordenó informar la decisión al Instituto Nacional de Inclusión Social Adolescente y al Ministerio del Interior, porque se proyectaba construir en ese predio un centro de rehabilitación para adolescentes. La medida integra la causa en la que se investiga la desaparición forzada de Miguel Ángel Mato Fagián –en el Juzgado Penal de 23º Turno (ex Juzgado Penal de 8º Turno)– y había sido solicitada por el OLI, considerando que los hechos se desarrollaron en ese lugar.
Olivera dijo a la diaria que la orden de no innovar en el predio se mantendría hasta que se culmine con las investigaciones. El argumento del Observatorio fue que la construcción en el lugar modificaría parte de la prueba. “La preservación del lugar es un imperativo de cumplimiento de los estándares internacionalmente aceptados con relación a estos sitios, para mantener la memoria de las conductas cometidas por un Estado terrorista”, publicó el organismo.
Según el Informe de Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos (2004) y la Investigación histórica sobre detenidos desaparecidos, son más de diez las personas detenidas desaparecidas en La Tablada, que funcionó como base del OCOA.
Miguel Ángel Mato Fagián, que permanece desaparecido, era militante del Partido Comunista, estudiante de Derecho y empleado de FUNSA. Fue secuestrado el 29 de enero de 1982, tras reunirse con una compañera en un bar; tenía 39 años.
No innovar en La Tablada
El martes se conoció la decisión del juez letrado suplente Hugo Rundie, que dictó el 18 de octubre una medida cautelar de no innovar sobre todo el predio donde funcionó el ex centro de detención y tortura de La Tablada, hasta que se culmine la investigación en estas actuaciones, con la finalidad de no alterar la escena y preservarla. Según informó Caras y Caretas, el magistrado ordenó informar la decisión al Instituto Nacional de Inclusión Social Adolescente y al Ministerio del Interior, porque se proyectaba construir en ese predio un centro de rehabilitación para adolescentes. La medida integra la causa en la que se investiga la desaparición forzada de Miguel Ángel Mato Fagián –en el Juzgado Penal de 23º Turno (ex Juzgado Penal de 8º Turno)– y había sido solicitada por el OLI, considerando que los hechos se desarrollaron en ese lugar.
Olivera dijo a la diaria que la orden de no innovar en el predio se mantendría hasta que se culmine con las investigaciones. El argumento del Observatorio fue que la construcción en el lugar modificaría parte de la prueba. “La preservación del lugar es un imperativo de cumplimiento de los estándares internacionalmente aceptados con relación a estos sitios, para mantener la memoria de las conductas cometidas por un Estado terrorista”, publicó el organismo.
Según el Informe de Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos (2004) y la Investigación histórica sobre detenidos desaparecidos, son más de diez las personas detenidas desaparecidas en La Tablada, que funcionó como base del OCOA.
Miguel Ángel Mato Fagián, que permanece desaparecido, era militante del Partido Comunista, estudiante de Derecho y empleado de FUNSA. Fue secuestrado el 29 de enero de 1982, tras reunirse con una compañera en un bar; tenía 39 años.
Nadie quiere esta policía
Nota y Foto: Valentina Machado (radiopedal.uy)
“Esto es el cante y en el cante mandamos nosotros”, gritaba uno de los policías en medio de un operativo irregular y violento que tuvo como protagonistas a Rodrigo González, Roberto Arellano y Erik Sáez, trabajadores comunitarios del centro cultural La Casucha, espacio que funciona desde el 4 de marzo y es gestionado por jóvenes del barrio.
La
Casucha está ubicada sobre la calle Cambay y tiene historia en La Cruz
de Carrasco. Fue fundado por el Sindicato de Ladrilleros, funcionó un
jardín de infantes y aún resiste la biblioteca popular Pepita
Mendizábal. El lugar físico fue cedido por el SUNCA al centro educativo
La Pascua -institución referente en la zona, que nuclea 200 niños y
adolescentes- que impulsó la creación del centro cultural para los
gurises egresados de sus programas.
El 12 de octubre luego de planificar una actividad y cenar juntos, los tres coordinadores caminaban por Hipólito Irigoyen cuando se les encima una camioneta del PADO (Programa de Alta Dedicación Operativa del Ministerio del Interior), bajan tres policías, una mujer y dos hombres, y les ordenan ponerse contra el vehículo. Ante el cuestionamiento de Rodrigo y la invitación al diálogo, las respuestas fueron gritos y los carné de identificación contra su rostro. Al intentar alejarlos con sus mano, recibió golpes, lo tiraron al piso en medio de la calle y un policía se abalanzó sobre él.
Dos móviles y una camioneta se sumaron a los abusos, entre tres policías lo patearon, lo levantaron de la nariz y le apretaron los testículos. Cuando Roberto reacciona, al segundo paso, otro policía lo reduce. Con los brazos doblados y una rodilla sobre la espalda escucha los gritos de su compañero. Roberto y Erik son chilenos. No parece ser un dato relevante, sin embargo, al escuchar sus acentos, los policías comenzaron a lanzar frases xenófobas. De la misma manera, cuando Rodrigo dijo conocer sus derechos y el código policial, le dijeron “comunista de mierda” y “tupamaro asqueroso” entre otros insultos de odio político.
Los agravios verbales y morales siguieron en el camino a la comisaría y dentro de esta. Las irregularidades son incontables: ni siquiera fueron sentados en los patrulleros, los tiraron y como cayeron quedaron, con las manos esposadas y el cuerpo dolorido de los golpes, aun sin saber porqué estaban siendo arrestados. Los llevaron en autos separados a una policlínica en el Prado para constatar las lesiones, mientras por la radio avisaban que había policías lesionados. A Erik lo dejaron irse.
Según la ley 18.315 –marco normativo para el procedimiento policial– solo algunas razones permiten a la policía el uso de la fuerza: si están en riesgo derechos de terceros, si está en peligro la integridad física de alguna persona, si la persona resiste un allanamiento u otra diligencia, cuando un vehículo no se detiene a la voz de alto y para disolver una manifestación no pacífica.
“Lo primero es que no quede impune”
Luego de la peripecia dentro de la comisaría, los malos tratos, la incomunicación, las dificultades para declarar, la presión para firmar documentos, y el encierro en el calabozo, al salir se dirigen a constatar de nuevo sus lesiones y a Asuntos Internos del Ministerio del Interior para denunciar el accionar policial.
Antes habían pasado por un Técnico Forense solicitado por el juzgado de 4to turno. Cuando pidieron una copia de este, se enteraron que por la entrada en vigencia del nuevo Código de Proceso Penal dicho juzgado ya no existía como tal y ahora quedaba en manos de la Dra. Urioste.
Realizaron la denuncia en el Observatorio Luz Ibarburu del PIT-CNT y también en la Institución Nacional de Derechos Humanos. Concurrieron a la Embajada de Chile y al Consulado. Recibieron una llamada del Cónsul Eugenio del Solar poniéndose a disposición. También recibieron un correo del Ministerio de Relaciones Exteriores en que se informa que el caso será puesto a disposición del Departamento de Acción Social.
“Nos preocupa que esto sea una práctica cotidiana contra una población entera que forma parte de nuestro pueblo”, comenta Rodrigo, y se pregunta: “Esto que nos pasó, puede pasar sin ningún tipo de respuesta posible. ¿Estamos en un estado de derecho?”.
No es noticia cuando la violencia policial cae sobre jóvenes de barrios pobres. Es sabido, existen informes de organizaciones de derechos humanos, como SERPAJ e IELSUR que lo constatan. Esta fue la respuesta de un joven del barrio al enterarse de la situación: “No sabía que esto le pasaba a las personas normales también”.
Nota publicada originalmente en https://radiopedal.uy/news/nad ie-quiere-esta-policia/ (incluye entrevista completa a los tres educadores)
El 12 de octubre luego de planificar una actividad y cenar juntos, los tres coordinadores caminaban por Hipólito Irigoyen cuando se les encima una camioneta del PADO (Programa de Alta Dedicación Operativa del Ministerio del Interior), bajan tres policías, una mujer y dos hombres, y les ordenan ponerse contra el vehículo. Ante el cuestionamiento de Rodrigo y la invitación al diálogo, las respuestas fueron gritos y los carné de identificación contra su rostro. Al intentar alejarlos con sus mano, recibió golpes, lo tiraron al piso en medio de la calle y un policía se abalanzó sobre él.
Dos móviles y una camioneta se sumaron a los abusos, entre tres policías lo patearon, lo levantaron de la nariz y le apretaron los testículos. Cuando Roberto reacciona, al segundo paso, otro policía lo reduce. Con los brazos doblados y una rodilla sobre la espalda escucha los gritos de su compañero. Roberto y Erik son chilenos. No parece ser un dato relevante, sin embargo, al escuchar sus acentos, los policías comenzaron a lanzar frases xenófobas. De la misma manera, cuando Rodrigo dijo conocer sus derechos y el código policial, le dijeron “comunista de mierda” y “tupamaro asqueroso” entre otros insultos de odio político.
Los agravios verbales y morales siguieron en el camino a la comisaría y dentro de esta. Las irregularidades son incontables: ni siquiera fueron sentados en los patrulleros, los tiraron y como cayeron quedaron, con las manos esposadas y el cuerpo dolorido de los golpes, aun sin saber porqué estaban siendo arrestados. Los llevaron en autos separados a una policlínica en el Prado para constatar las lesiones, mientras por la radio avisaban que había policías lesionados. A Erik lo dejaron irse.
Según la ley 18.315 –marco normativo para el procedimiento policial– solo algunas razones permiten a la policía el uso de la fuerza: si están en riesgo derechos de terceros, si está en peligro la integridad física de alguna persona, si la persona resiste un allanamiento u otra diligencia, cuando un vehículo no se detiene a la voz de alto y para disolver una manifestación no pacífica.
“Lo primero es que no quede impune”
Luego de la peripecia dentro de la comisaría, los malos tratos, la incomunicación, las dificultades para declarar, la presión para firmar documentos, y el encierro en el calabozo, al salir se dirigen a constatar de nuevo sus lesiones y a Asuntos Internos del Ministerio del Interior para denunciar el accionar policial.
Antes habían pasado por un Técnico Forense solicitado por el juzgado de 4to turno. Cuando pidieron una copia de este, se enteraron que por la entrada en vigencia del nuevo Código de Proceso Penal dicho juzgado ya no existía como tal y ahora quedaba en manos de la Dra. Urioste.
Realizaron la denuncia en el Observatorio Luz Ibarburu del PIT-CNT y también en la Institución Nacional de Derechos Humanos. Concurrieron a la Embajada de Chile y al Consulado. Recibieron una llamada del Cónsul Eugenio del Solar poniéndose a disposición. También recibieron un correo del Ministerio de Relaciones Exteriores en que se informa que el caso será puesto a disposición del Departamento de Acción Social.
“Nos preocupa que esto sea una práctica cotidiana contra una población entera que forma parte de nuestro pueblo”, comenta Rodrigo, y se pregunta: “Esto que nos pasó, puede pasar sin ningún tipo de respuesta posible. ¿Estamos en un estado de derecho?”.
No es noticia cuando la violencia policial cae sobre jóvenes de barrios pobres. Es sabido, existen informes de organizaciones de derechos humanos, como SERPAJ e IELSUR que lo constatan. Esta fue la respuesta de un joven del barrio al enterarse de la situación: “No sabía que esto le pasaba a las personas normales también”.
Nota publicada originalmente en https://radiopedal.uy/news/nad